Esquiar en Cerler es poner en marcha la máquina de los recuerdos. Recuerdos de cuando esquiaba en el Ampriu ¡y aún no había estación de esquí! y recuerdos del primer año en que empezó a funcionar la estación, cuando Benasque era un pueblo pequeño y agradable (y no digamos Cerler).
Recuerdo haber subido al Ampriu llevando los esquís al hombro desde unos kilómetros antes de Cerler, ya que la pista ni tan siquiera llegaba al pueblo.
Ahora, todo masificado, me es muy duro aceptar las cosas como son. Es como si me hubiesen robado algo.
Habiendo esquiado todos los días en jornada laborable, este lunes era mi primer baño de multitudes. Fiesta en Barcelona y me parece que también en Zaragoza, la estación estaba llenita aunque no abarrotada.
Iba por mi cuarta bajada, desde el Rincón del Cielo (bonito nombre), orgulloso de no haber caído aún este año, cuando un niño-torpedo en misión seguir-a-su-padre-profesor me derribó como si fuese Messi internándose en el área y di con todas mis narices en la nieve, quedando cual Blancanieves con un solo enanito que era el chavalillo, que naturalmente no se fue a tierra, artistas que son.
Por suerte era en uno de los pocos sitios donde había nieve en polvo (está bastante durilla la cosa, con placas de hielo), lo que me salvó de dejar alguna costilla. Pillé al chaval y le dije de todo. No tardó en aparecer la madre-clueca defensora del pollito, disculpándose y disculpando al enano. Craso error este el de sobreproteger a los polluelos, que se creen con patente de corso y así van más mayorcitos sembrando el terror con la tabla de snowboard. Seguiré, en lo posible, esquiando en jornada laborable.
Decía que en Cerler me asaltan infinitos recuerdos. Y es que el paisaje es impresionante, con decenas de cumbres de tres mil metros a la vista, la mayor parte de ellas ya escaladas/ascendidas y cada alto en las bajadas, ante ese panorama tan inmenso, iba acompañado de nostalgia infinita. La suerte es que aún me quedan fuerzas para seguir pisándolas; de otra forma sería terrible.
Recuerdo haber subido al Ampriu llevando los esquís al hombro desde unos kilómetros antes de Cerler, ya que la pista ni tan siquiera llegaba al pueblo.
Ahora, todo masificado, me es muy duro aceptar las cosas como son. Es como si me hubiesen robado algo.
Habiendo esquiado todos los días en jornada laborable, este lunes era mi primer baño de multitudes. Fiesta en Barcelona y me parece que también en Zaragoza, la estación estaba llenita aunque no abarrotada.
Iba por mi cuarta bajada, desde el Rincón del Cielo (bonito nombre), orgulloso de no haber caído aún este año, cuando un niño-torpedo en misión seguir-a-su-padre-profesor me derribó como si fuese Messi internándose en el área y di con todas mis narices en la nieve, quedando cual Blancanieves con un solo enanito que era el chavalillo, que naturalmente no se fue a tierra, artistas que son.
Por suerte era en uno de los pocos sitios donde había nieve en polvo (está bastante durilla la cosa, con placas de hielo), lo que me salvó de dejar alguna costilla. Pillé al chaval y le dije de todo. No tardó en aparecer la madre-clueca defensora del pollito, disculpándose y disculpando al enano. Craso error este el de sobreproteger a los polluelos, que se creen con patente de corso y así van más mayorcitos sembrando el terror con la tabla de snowboard. Seguiré, en lo posible, esquiando en jornada laborable.
Decía que en Cerler me asaltan infinitos recuerdos. Y es que el paisaje es impresionante, con decenas de cumbres de tres mil metros a la vista, la mayor parte de ellas ya escaladas/ascendidas y cada alto en las bajadas, ante ese panorama tan inmenso, iba acompañado de nostalgia infinita. La suerte es que aún me quedan fuerzas para seguir pisándolas; de otra forma sería terrible.
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