Para empezar un poco de historia. Las Agujas de Llosás se encuentran en la cresta S.O. del Aneto. En un extremo de la cresta se encuentra el Pico de Llosás y en el otro, la cumbre más alta del Pirineo: el Aneto. Por lo tanto es una cresta que discurre casi siempre por encima de los tres mil metros.
La primera ascensión de una de estas agujas la hicieron Henry Brulle y su hijo Roger, con el guía Germain Castagné, un 17 de julio de 1913. Saliendo del lago de Llosás, hicieron solo la Aguja Central (la Tchihatcheff), considerada por Brulle "extremadamente difícil", alcanzándola por la brecha entre la occidental y la central. Intentaron conseguir la Gran Aguja (la Franqueville), sin poder hacerlo y, volviendo a la brecha, descendieron de nuevo hacia Llosás.
Para conseguir escalar todas las agujas hubo que esperar la llegada de los tiempos de Arlaud, quien escribió que Llosás era un "sitio a la vez cautivador y extraño: el idílico valle de Vallhibierna mezcla sus últimos árboles con los negros granitos del Tempestades".
El 1920 Arlaud y Sabadie hicieron la aguja Argarot (24-julio-1920), y en 1928 Arlaud montó uno de sus campamentos de verano en Llosás, que fue un éxito y marcó una nueva etapa en la evolución del pirineismo deportivo: la vulgarización de la dificultad. Diecisiete escaladores subieron diversas veces a todas las agujas y abrieron nuevas vías. La via Brulle en la aguja central fue utilizada como escuela de escalada....
La primera ascensión a la aguja Franqueville, fue obra de Abadie, Arlaud, Bridenne, Robach, Schellen y Senmartin (1-agost-1928).
Siguiendo el deseo de Le Bondidier, Arlaud bautizó a las agujas con el nombre de los conquistadores del Aneto.
Esta travesía la hicimos de rebote. En realidad el plan era hacer el Piton Von Martin al Pallás, pero, cosas que pasan, ¡me olvidé un pie de gato! Volvimos al Campo Base, o sea a Graus, a buscarlo, y como Benasque nos quedaba ya más cerca, cambiamos el objetivo sin perder un día. Por la tarde llegábamos a Vallibierna, donde plantamos la tienda.
A la mañana siguiente salíamos desde una altitud de 1.950 m. y, por el tradicional camino que lleva a los Rusells, Tempestades y Margalida, llegamos al tétrico y oscuro (por la mañana) lago de Llosás, dejándolo a nuestra derecha y nos fuimos directos para arriba, en dirección a la brecha inferior de Llosás. Desde aquí se puede ver ya toda la cresta con las tres agujas de tres mil metros que pretendíamos hacer de una tirada: la Argarot, la Tchihatcheff y la Franqueville. A la derecha, el gigantesco Aneto. Desde este rincón pude ser que sea desde donde el Aneto se ve más majestuoso.
El día prometía ser esplendido y con mucho sol. Bajo la sombra que nos proporcionaba aún la Maladeta, subimos la rampa que cómodamente nos lleva hacia a la cresta. Finalmente, nos dio el sol cuando salimos arriba. A l izquierda queda el Pico de Llosás, extremo final de la cresta SO., que por poco no es un tres mil y, por lo tanto, (la moda es la moda) no recibe muchas visitas, y, a la derecha, se sitúan las tres agujas. Nos pusimos los gatos, aún que en este primer tramo no se veían complicaciones. Más arriba nos encordamos, aunque fuimos en ensamble y siempre por la vertiente de Llosás. Sin darnos cuenta estábamos ya cerca de los tres mil metros y la vista hacia el oeste era ya la típica de cualquier cumbre de La Maladeta: el Posets, Monte Perdido, la cresta fronteriza con su hilera de cumbres de 3.000 m....etc., etc. Una maravilla con el día que hacía.
La primera aguja, la Argarot (3.035 m.), es fácil. No sobrepasa en ningún momento el segundo grado. Enseguida, pues, nos encontrábamos en lo alto de una de estas maravillosas agujas de 3.000 m. Había sido muy fácil. Seguimos. Primer rápel del día. Aquí empiezan las diferencias con una de las pocas guías que en esas fechas había información sobre esta travesía: "Los tresmiles en 30 jornadas, de Miquel Capdevila". En la guía la desgrimpan. ("Guía" que siempre ha sido muy sospechosa. Antes de la aguja Argarot habla de la Argarot S. Tenían ganas de ver cumbres de 3.000 m. por todos los lados).
Con el rápel se llega directamente a la brecha donde el terreno es un poco descompuesto y con los gatos no se va muy bien durante unos metros que son los que separan las dos agujas (Argarot y Tchihatcheff). Aquí las diferencias con la guía son increíbles. Nos habla de un "paso de hombros extraplomado y muy alto, tanto que se necesitaría hacer un castillo de tres personas para superarlo... y de bordearlo por la izquierda, etc.". Nada de eso. No vieron por donde iba el tema. Hay que meterse en la brecha y salir por la derecha. Es un tercer grado fácil y precioso. El mejor momento de la escalada. Tota la ascensión va por placas que quedan justo sobre la brecha, ligeramente vertiente Llosás.
La ascensión de esta aguja nos dejó muy contentos. Hicimos unas fotos sensacionales y pasé por un sitio que siempre había deseado. Recuerdo perfectamente que de muy joven fui a comprarme el libro "El Aneto y sus hombres" de Jean Escudier y salía una fotografía (hecha por el hijo de Brulle) del guía Castagné asegurando a Brulle padre haciendo la primera ascensión a la que entonces era la "Aguja Central de Llosás". Pensé cuando la vi que un día me gustaría pasar por ese sitio. No escalaba entonces y pensaba que debía ser muy difícil. ¡Pues deseo satisfecho!
En la cumbre de la Tchihatcheff (3.035 m.) descansamos un poco y comimos algo. Estaba claro que nos quedaríamos cortos de agua. Hacía mucho calor y sudábamos en abundancia. El Aneto se veía lejos.
Nuevo rápel (espectacular) de 45 m., que nos dejó sobre la brecha que separa las dos agujas. Aquí no hay más remedio que cambiar el chip i pasar la otra vertiente. Llegamos al extremo superior de la brecha y salimos por el lado de Coronas. Teníamos el glaciar de Coronas a nuestros pies. El terreno era descompuesto, pero en contrapartida no nos daba el sol. La escalada es fácil pero hay que mirar muy bien donde se agarra uno. En uno de los largos de repente se me deshizo todo lo que tenía bajo los pies y me quedé colgando de las manos. ¡Santos reflejos! ¡Como en las pelis! ¡Que susto!, aunque la cuerda no llegó a entrar en acción. El alud de rocas, con un ruido tremendo, fue tan grande que llego al glaciar dejando una buena zona tintada de color negro. Menos mal que por ahí no pasa nadie.
Llegamos sin problemas a lo alto de la última aguja (la más alta, Franqueville, 3.065 m.), aprovechando para hablar del susto y Josep Emili me explicó que al ver lo mala que era la roca iba preguntando, o sea dando golpes a todo para comprobar su solidez. Tomé nota.
Y llegó la parte desagradable de la escalada. Queríamos hacer toda la arista hasta la brecha superior de Llosás. Es una "chorizada" fácil, de segundo grado, pero que no se acaba nunca y el sol nos castigaba de valiente. ¡Agua, por favor!
Al final llegamos a un sitio donde había que hacer el tercer rápel del día, que nos dejó como en una especie de brecha desde donde se puede salir hacia el glaciar de Coronas (izquierda). Pero no rapelamos: Josep Emili me descolgó y el lo destrepó. ¡Por fin en la nieve! Cambio de botas. ¡Que ganas tenía de caminar!
Ya solo nos quedaba nada más que dar pasos pendiente abajo, chino-chano, en una tarde muy agradable.
Pero como decía la canción de Gato Peréz, "la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida", encontramos los lagos de Coronas, a pesar de la torrada que caía, aún helados. Mucha nieve por todos lados. Cuando llegamos al último lago grande (2.625 m.) intentamos pasar el río que sale del lago. Imposible. La fuerte calor originaba un caudal impresionante. Seguimos hacia abajo sin problemas mirando de encontrar un lugar por donde pasar al otro lado. De nuevo imposible. Finalmente, el río desaparecía cayendo por un precipicio de órdago, de esos que no se ve el final. Y ahora ¿qué?, nos dijimos.
En la montaña siempre puede aparecer lo más inesperado. Me han pasado muchas cosas, pero está tenía su gracia. Hasta daba risa y es que el problema no se solucionaba sacándose las botas y mojándose. Bajaba tanta agua que la corriente nos habría arrastrado... y ¡acababa en una cascada!
Al borde del precipicio había un pino pequeño, al que lo miramos con cariño. Cogidos a él miramos para abajo. Justo a mitad del tapión había otro pino, mejor dicho, un proyecto de pino. Después no se veía nada...
Yo no habría tenido valor, pero Josep Emili no se lo pensó dos veces y montó un rápel hasta el primer pino. Este primer rápel era fácil. El segundo ya era otra cosa. Era un pino pequeñito que salía horizontalmente de la pared al que había que subirse a él para poder empezar el rápel… y se movía y oscilaba el condenado con todas sus fuerzas. ¿Y si las cuerdas no llegan, pregunté? No obtuve respuesta.
Bajó Josep Emili y a mitad del rápel empezó a gritar. Ya está, pensé, ¡no llegan las cuerdas y película al canto! Pero no, poco después las cuerdas quedaron flojas y oí que gritaba que bajase. Salí del árbol como pude. Poco después, de golpe, el rápel se volvía volado. La pared se alejaba y parte del río, formando una casca, iba a caer sobre las cuerdas, o sea, sobre mi cabeza y con toda su fuerza. Lo que faltaba. La ducha de agua fría fue tremenda ¡y en un rápel volado! ¡Ni en el descenso del Vero! Mientras me mojaba oía como se reía Josep Emili…
Superado el problema y ya con los pies en el suelo, al lado del lago de la Pleta de Coronas (2.230), nos hicimos un buen hartón de reír mientras nos secábamos. Mejor tomarlo así. Dentro de todo salimos bien de la embarcada y llegamos ya limpitos a casa.
Fotos (click en las fotos para verlas a mayor tamaño):
Arriba, en el mejor tramo de la travesía, por las placas que llevan a la cumbre de la Tchihatcheff.
Abajo, el largo rapel corresponde a la aguja Tchihatcheff. En total tres rápeles: de la Argarot, de la Tchihatcheff y para salir de la cresta.
La primera ascensión de una de estas agujas la hicieron Henry Brulle y su hijo Roger, con el guía Germain Castagné, un 17 de julio de 1913. Saliendo del lago de Llosás, hicieron solo la Aguja Central (la Tchihatcheff), considerada por Brulle "extremadamente difícil", alcanzándola por la brecha entre la occidental y la central. Intentaron conseguir la Gran Aguja (la Franqueville), sin poder hacerlo y, volviendo a la brecha, descendieron de nuevo hacia Llosás.
Para conseguir escalar todas las agujas hubo que esperar la llegada de los tiempos de Arlaud, quien escribió que Llosás era un "sitio a la vez cautivador y extraño: el idílico valle de Vallhibierna mezcla sus últimos árboles con los negros granitos del Tempestades".
El 1920 Arlaud y Sabadie hicieron la aguja Argarot (24-julio-1920), y en 1928 Arlaud montó uno de sus campamentos de verano en Llosás, que fue un éxito y marcó una nueva etapa en la evolución del pirineismo deportivo: la vulgarización de la dificultad. Diecisiete escaladores subieron diversas veces a todas las agujas y abrieron nuevas vías. La via Brulle en la aguja central fue utilizada como escuela de escalada....
La primera ascensión a la aguja Franqueville, fue obra de Abadie, Arlaud, Bridenne, Robach, Schellen y Senmartin (1-agost-1928).
Siguiendo el deseo de Le Bondidier, Arlaud bautizó a las agujas con el nombre de los conquistadores del Aneto.
Esta travesía la hicimos de rebote. En realidad el plan era hacer el Piton Von Martin al Pallás, pero, cosas que pasan, ¡me olvidé un pie de gato! Volvimos al Campo Base, o sea a Graus, a buscarlo, y como Benasque nos quedaba ya más cerca, cambiamos el objetivo sin perder un día. Por la tarde llegábamos a Vallibierna, donde plantamos la tienda.
A la mañana siguiente salíamos desde una altitud de 1.950 m. y, por el tradicional camino que lleva a los Rusells, Tempestades y Margalida, llegamos al tétrico y oscuro (por la mañana) lago de Llosás, dejándolo a nuestra derecha y nos fuimos directos para arriba, en dirección a la brecha inferior de Llosás. Desde aquí se puede ver ya toda la cresta con las tres agujas de tres mil metros que pretendíamos hacer de una tirada: la Argarot, la Tchihatcheff y la Franqueville. A la derecha, el gigantesco Aneto. Desde este rincón pude ser que sea desde donde el Aneto se ve más majestuoso.
El día prometía ser esplendido y con mucho sol. Bajo la sombra que nos proporcionaba aún la Maladeta, subimos la rampa que cómodamente nos lleva hacia a la cresta. Finalmente, nos dio el sol cuando salimos arriba. A l izquierda queda el Pico de Llosás, extremo final de la cresta SO., que por poco no es un tres mil y, por lo tanto, (la moda es la moda) no recibe muchas visitas, y, a la derecha, se sitúan las tres agujas. Nos pusimos los gatos, aún que en este primer tramo no se veían complicaciones. Más arriba nos encordamos, aunque fuimos en ensamble y siempre por la vertiente de Llosás. Sin darnos cuenta estábamos ya cerca de los tres mil metros y la vista hacia el oeste era ya la típica de cualquier cumbre de La Maladeta: el Posets, Monte Perdido, la cresta fronteriza con su hilera de cumbres de 3.000 m....etc., etc. Una maravilla con el día que hacía.
La primera aguja, la Argarot (3.035 m.), es fácil. No sobrepasa en ningún momento el segundo grado. Enseguida, pues, nos encontrábamos en lo alto de una de estas maravillosas agujas de 3.000 m. Había sido muy fácil. Seguimos. Primer rápel del día. Aquí empiezan las diferencias con una de las pocas guías que en esas fechas había información sobre esta travesía: "Los tresmiles en 30 jornadas, de Miquel Capdevila". En la guía la desgrimpan. ("Guía" que siempre ha sido muy sospechosa. Antes de la aguja Argarot habla de la Argarot S. Tenían ganas de ver cumbres de 3.000 m. por todos los lados).
Con el rápel se llega directamente a la brecha donde el terreno es un poco descompuesto y con los gatos no se va muy bien durante unos metros que son los que separan las dos agujas (Argarot y Tchihatcheff). Aquí las diferencias con la guía son increíbles. Nos habla de un "paso de hombros extraplomado y muy alto, tanto que se necesitaría hacer un castillo de tres personas para superarlo... y de bordearlo por la izquierda, etc.". Nada de eso. No vieron por donde iba el tema. Hay que meterse en la brecha y salir por la derecha. Es un tercer grado fácil y precioso. El mejor momento de la escalada. Tota la ascensión va por placas que quedan justo sobre la brecha, ligeramente vertiente Llosás.
La ascensión de esta aguja nos dejó muy contentos. Hicimos unas fotos sensacionales y pasé por un sitio que siempre había deseado. Recuerdo perfectamente que de muy joven fui a comprarme el libro "El Aneto y sus hombres" de Jean Escudier y salía una fotografía (hecha por el hijo de Brulle) del guía Castagné asegurando a Brulle padre haciendo la primera ascensión a la que entonces era la "Aguja Central de Llosás". Pensé cuando la vi que un día me gustaría pasar por ese sitio. No escalaba entonces y pensaba que debía ser muy difícil. ¡Pues deseo satisfecho!
En la cumbre de la Tchihatcheff (3.035 m.) descansamos un poco y comimos algo. Estaba claro que nos quedaríamos cortos de agua. Hacía mucho calor y sudábamos en abundancia. El Aneto se veía lejos.
Nuevo rápel (espectacular) de 45 m., que nos dejó sobre la brecha que separa las dos agujas. Aquí no hay más remedio que cambiar el chip i pasar la otra vertiente. Llegamos al extremo superior de la brecha y salimos por el lado de Coronas. Teníamos el glaciar de Coronas a nuestros pies. El terreno era descompuesto, pero en contrapartida no nos daba el sol. La escalada es fácil pero hay que mirar muy bien donde se agarra uno. En uno de los largos de repente se me deshizo todo lo que tenía bajo los pies y me quedé colgando de las manos. ¡Santos reflejos! ¡Como en las pelis! ¡Que susto!, aunque la cuerda no llegó a entrar en acción. El alud de rocas, con un ruido tremendo, fue tan grande que llego al glaciar dejando una buena zona tintada de color negro. Menos mal que por ahí no pasa nadie.
Llegamos sin problemas a lo alto de la última aguja (la más alta, Franqueville, 3.065 m.), aprovechando para hablar del susto y Josep Emili me explicó que al ver lo mala que era la roca iba preguntando, o sea dando golpes a todo para comprobar su solidez. Tomé nota.
Y llegó la parte desagradable de la escalada. Queríamos hacer toda la arista hasta la brecha superior de Llosás. Es una "chorizada" fácil, de segundo grado, pero que no se acaba nunca y el sol nos castigaba de valiente. ¡Agua, por favor!
Al final llegamos a un sitio donde había que hacer el tercer rápel del día, que nos dejó como en una especie de brecha desde donde se puede salir hacia el glaciar de Coronas (izquierda). Pero no rapelamos: Josep Emili me descolgó y el lo destrepó. ¡Por fin en la nieve! Cambio de botas. ¡Que ganas tenía de caminar!
Ya solo nos quedaba nada más que dar pasos pendiente abajo, chino-chano, en una tarde muy agradable.
Pero como decía la canción de Gato Peréz, "la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida", encontramos los lagos de Coronas, a pesar de la torrada que caía, aún helados. Mucha nieve por todos lados. Cuando llegamos al último lago grande (2.625 m.) intentamos pasar el río que sale del lago. Imposible. La fuerte calor originaba un caudal impresionante. Seguimos hacia abajo sin problemas mirando de encontrar un lugar por donde pasar al otro lado. De nuevo imposible. Finalmente, el río desaparecía cayendo por un precipicio de órdago, de esos que no se ve el final. Y ahora ¿qué?, nos dijimos.
En la montaña siempre puede aparecer lo más inesperado. Me han pasado muchas cosas, pero está tenía su gracia. Hasta daba risa y es que el problema no se solucionaba sacándose las botas y mojándose. Bajaba tanta agua que la corriente nos habría arrastrado... y ¡acababa en una cascada!
Al borde del precipicio había un pino pequeño, al que lo miramos con cariño. Cogidos a él miramos para abajo. Justo a mitad del tapión había otro pino, mejor dicho, un proyecto de pino. Después no se veía nada...
Yo no habría tenido valor, pero Josep Emili no se lo pensó dos veces y montó un rápel hasta el primer pino. Este primer rápel era fácil. El segundo ya era otra cosa. Era un pino pequeñito que salía horizontalmente de la pared al que había que subirse a él para poder empezar el rápel… y se movía y oscilaba el condenado con todas sus fuerzas. ¿Y si las cuerdas no llegan, pregunté? No obtuve respuesta.
Bajó Josep Emili y a mitad del rápel empezó a gritar. Ya está, pensé, ¡no llegan las cuerdas y película al canto! Pero no, poco después las cuerdas quedaron flojas y oí que gritaba que bajase. Salí del árbol como pude. Poco después, de golpe, el rápel se volvía volado. La pared se alejaba y parte del río, formando una casca, iba a caer sobre las cuerdas, o sea, sobre mi cabeza y con toda su fuerza. Lo que faltaba. La ducha de agua fría fue tremenda ¡y en un rápel volado! ¡Ni en el descenso del Vero! Mientras me mojaba oía como se reía Josep Emili…
Superado el problema y ya con los pies en el suelo, al lado del lago de la Pleta de Coronas (2.230), nos hicimos un buen hartón de reír mientras nos secábamos. Mejor tomarlo así. Dentro de todo salimos bien de la embarcada y llegamos ya limpitos a casa.
Fecha de la travesía: 18-jul-1996
Fotos (click en las fotos para verlas a mayor tamaño):
Arriba, en el mejor tramo de la travesía, por las placas que llevan a la cumbre de la Tchihatcheff.
Abajo, el largo rapel corresponde a la aguja Tchihatcheff. En total tres rápeles: de la Argarot, de la Tchihatcheff y para salir de la cresta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario