Como en 1985 regresamos a casa contentos, en el 86 repetimos visita a Chamonix. Y como los colegas iban con ganas, nos metimos en una Norte, en este caso, la Norte de la Chardonnet, en la vía conocida como espolón norte o espolón Migot, nombre de su primer ascensionista que la hizo acompañado del famoso Devouassoux, en el año 1929.
La única reseña que tenía era la que aparecía en el libro de “Las 100 Mejores ascensiones en el macizo del Mont Blanc”, escrito por Rébuffat. Era exactamente la número 43 y como van ordenadas por dificultad, el hecho de aparecer en el centro del libro ya indicaba que fácil no iba a ser. A mí lo que me tenía mosca era que la ascensión a la Verte por el corredor Whymper era la número 41, por lo tanto la escalada era muy equivalente en dificultad a esta otra que había considerado siempre como una ascensión con un cierto grado de compromiso. Además las fotos del libro mostraban unos seracs colgando sobre la vía que daban auténtico yu-yu, aunque el texto afirmaba que la ruta era segura.
Con previsión de tiempo excelente, todo lo contrario al año anterior, nos fuimos para el refugio Albert I. Coche hasta Le Tour, al final del valle de Chamonix, y allí nos subimos a un telesilla que nos llevó hasta los 2.200 m. Un placentero camino lleva a partir de ahí hasta este antiguo refugio (2.702 m.), que se halla justo encima del Glaciar de Tour y que en su aproximación se bordea.
La aproximación ya permitía ver, a la derecha del glaciar, la Aiguille du Chardonnet, con su impresionante cara norte, casi toda en hielo y nieve, con una sola excepción: el espolón Migot, que combina tramos de roca, pero principalmente es una ascensión en hielo y nieve. Y al fondo la Aiguille du Tour a la izquierda y la Gran Fourche a la derecha, frontera ya con Suiza. Bonito escenario.
Sentados en las proximidades del refugio tuvimos toda una soleada tarde para examinar lo que al día siguiente iba a ser nuestro reto. Asustaba un poco.
Un buen madrugón (creo recordar que a la 1.30 h.) y a las tres habíamos cruzado el glaciar de Tour, con grietas en la otra orilla, situándonos ya en el contrafuerte O., bajo el espolón, con las frontales mirando por donde iba el tema. Éramos seis y montamos dos cordadas de tres. En la mía, que fue por delante en el recorrido, iba Santi de primero y tras él íbamos Antonio y yo. En la otra iba Xavi Díez de primero con Joan Gasull y una tercera persona que no recuerdo su nombre.
Ya el primer tramo, el acceso al espolón, justo cuando amanecía, nos mostraba que la montaña no estaba como esperábamos. Es decir, el año había sido muy escaso en nieves y el primer tramo hasta un collado nevado, donde se entra propiamente en el espolón, carecía en su totalidad del blanco elemento. Penosa ascensión con varios largos y por terreno descompuesto. No estaba mal para abrir boca. Veo ahora fotos actuales y este tramo en verano ya no tiene nunca nieve. ¿Consecuencias ya del cambio climático?
También cuando amanecía vimos que la fuerte pendiente final toda en hielo, de unos doscientos metros, estaba toda ella tallada con escalones. Nos sorprendió mucho el tema ya que los crampones llevaban desde hacía años puntas delanteras y en una pendiente de 55 grados no hacía falta utilizar el sistema anticuado (y demoledor) de ir tallando escalones en el hielo. Pero ahí no acabaron las sorpresas. Poco después el helicóptero de salvamento sacaba a dos personas de la misma cumbre, algo rarísimo.
Al llegar a la arista nevada pudimos deleitarnos con el serac que colgaba aparentemente sobre nuestras cabezas (de hecho, cuando se derrumba, lo hace hacia el lado izquierdo y no sobre el espolón). Por si acaso, salimos como cohetes por la arista, dándole a las dos herramientas. La arista se transforma más tarde en fuerte pendiente hasta alcanzar unas rocas, fuera ya de la vertical de los hielos flotantes, donde hicimos un pica-pica.
Y aquí empezó el baile de los malditos. Había que sortear un tramo intermedio de rocas con goulottes (canalillos) de hielo, que permiten ascender con dos piolets y crampones (ver vídeos adjuntos) la maraña que forman las rocas y el hielo. Si bien en las primeras canales lo pudimos hacer, luego empezó a aparecer la roca pura y dura. Nada de hielo. Y con los crampones puestos hasta nos salió un tramo que le dimos V. En uno de ellos me saltó un crampón para acabar de hacerlo difícil.
Lento y demoledor, pulverizando el horario. Esto no era lo previsto y la dificultad salía muy superior. En uno de los tramos, como Xavi, cuya cordada venía detrás, iba corto de material, pidió que le dejásemos los seguros puestos… y luego no tomó la misma canal. Apuros al no poder asegurar y un pastón en material que se quedó en la vía para regalo de las siguientes cordadas. Cosas que pasan.
Dudamos por un momento si no era mejor salirse de ese infierno e ir a buscar una clara, aunque empinada, rampa de nieve a la derecha (muy visible de lejos). Me estaba pidiendo la opción de ir a la pala de nieve, cuando un alud, pequeño pero suficiente para barrernos, recorrió toda la pala. ¡Uf! Menos mal que los colegas tomaron la decisión correcta.
Por lo tanto seguimos por las goulottes hasta salir a la pendiente final a la que le dimos en su tramo superior 55 grados. Un gran ambiente. Al final de estos doscientos metros no se alcanza aún la cumbre y hay que hacer unos largos por la cresta hacia la derecha.
Hielo muy duro que requirió un enorme trabajo.
Llegamos a la cima deshechos. Yo ya no podía más. ¡Eran casi las seis de la tarde! Y ahora venía un descenso por una ruta normal que de normal no tenía nada y que ninguno de nosotros conocía. No disfruté de la cumbre y únicamente me obsesionaba el bajar. Me veía venir un vivac a pelo.
Desgrimpa que te desgrimparás fuimos bajando la arista que lleva al collado Adams Reilly, desde donde debíamos alcanzar el glaciar y, ya caminando por él, volver al refugio.
Lo cansado que iba (y sin agua, totalmente deshidratado) no me permitía disfrutar mucho del espectáculo que se abría hacia mi izquierda, hacia el glaciar de Argentiere, con un vacío impresionante y con las Courtes, les Droites y la Verte enfrente. Y muy cerquita la Aiguille d’Argentiere.
Y el sol que se iba despidiendo y nosotros aún bien arriba. Yo bajaba detrás de Santi, que abría expedición. Oí que alguien gritaba y pronto el gritón, que bajaba muy rápido, llegó a mi altura. Me pedía el transmisor FM que había comprado recientemente (esta era su primera salida), y que a falta en aquellos tiempos de móvil, esperaba que nos sacase de un apuro si llegaba la ocasión. Y la ocasión se presentaba. Joan Gasull, al desgrimpar un gran bloque, se le había movido y le había caído sobre el pie, triturándoselo. Imposible andar.
Poco a poco nos reagrupamos todos y empezó el proceso de encontrar al otro lado del éter a algún radioaficionado. Hubo suerte. Apareció un canadiense-francés de vacaciones en Chamonix, que se quedó alucinado cuando le explicamos la película y la necesidad de que llamase a la Gendarmerie para que sacasen a Joan con helicóptero antes de que se hiciese de noche. No había forma de convencerle de que no era ninguna broma, hasta que se me ocurrió darle la matrícula de radioaficionado, pero no la mía, que no tenía, sino la de mi amigo Antonio Lafont, guarda de la Renclusa, que siempre que iba por Maladeta me dejaba un aparato y así hablábamos mientras yo me pulía todos los tres miles. Cuando dije Eco-Bravo-Lima-Fox y el número correspondiente, el canadiense, con esa identificación y como buen radioaficionado que era, no dudó ya ni un segundo en que íbamos en serio y llamó enseguida a los gendarmes. Tuvimos suerte.
Nos bajamos todos a una zona de la arista más ancha, para facilitar las cosas al helicóptero, mientras Xavi y Santi aseguraban desde una zona superior (el lío de cuerdas que se montó fue supremo), y poco después se oyó al pajarraco que venía subiendo barriendo toda la arista, hasta que llegó hasta nuestra altura, justito cuando el sol daba sus últimos coletazos. Nos había ido de un pelo.
Impresionante tener un bicho de estos, en una arista, a tan solo unos metros encima de tu cabeza. Primero dejaron a un gendarme en el suelo, quien preparó a Joan para un vuelo de infarto. Cuando Juanito estuvo listo se aproximó de nuevo y con el torno se lo llevó separándolo de la roca y subiéndolo después hasta la cabina. Luego repitieron con el gendarme… y au revoir que ahí os quedáis.
El panorama era de lo más negro. Muy cansados, sin agua y a oscuras. Encendimos las frontales y ahí apareció el tio Santi quien fue bajando delante tratando de adivinar el recorrido… hasta que llegamos a una zona de hielo que no había más remedio que rapelar… y el fondo ni se veía, ya que las frontales no alcanzaban la distancia de 45 metros de la cuerdas.
¡La realidad es que no había fondo! El rápel se iba al vacío. Rapeló Santi y al ver que no llegaba a ningún lado percibió que pendulando a su izquierda alcanzaba una plataforma. Salvados. Baje yo después y al final, tirándome Santi de las cuerdas, me arrastró el rápel hasta la plataforma. Todo esto a oscuras, hechos polvo, con un frío que iba en aumento, con la incógnita de no saber si nos estábamos embarcando en una de bien gorda y obviamente con la posibilidad de pasar una noche a pelo a más de tres mil metros.
Detrás de mí bajó Antonio. Santi y yo mirábamos su descenso expectantes. Apareció su frontal reflejándose en la pared de hielo y de repente ¡se cayó! En su caída uno de los crampones chocó contra una pequeña roca que sobresalía del hielo y no se cómo, pero el crampón salió volando hacia el vacío. Fueron unas décimas de segundo de espanto. Antonio se había hecho con un cordino un lazo en el arnés, que como el mío, era entonces completo, con cuatro anillas. En vez de pasar el mosquetón para rapelar por las anillas del arnés, lo pasó por el lazo adicional que se había hecho. Una auténtica tontería ya que añades un punto más de riesgo sin obtener nada a cambio.
La cuestión es que mientras rapelaba se rompió el cordino, pero Antonio tuvo la fortaleza y la dureza de aguantar con sus manos la cuerda, no soltarla y llegar descolgándose hasta el final del rápel. Salvó su vida de milagro. Las manos quemadas y sangrantes mostraban lo que había supuesto salvarse.
En estos rápeles también dejamos abandonados tornillos de hielo y flautas, única forma de rapelar en el hielo. A las doce de la noche llegamos a unas rocas. Se adivinaba que salir de allí suponía nuevos rápeles, pues no se veía, una vez más, el fondo. Como ya teníamos bastante ración y en aquellas rocas nos podíamos sentar/estirar un poco todos, decidimos esperar en ese punto a que amaneciera. Mi mochila, grande, me hizo de saco de dormir al menos para las piernas y como el tiempo se mantuvo excelente, el frío que pasamos no fue excesivo, dentro de todo. El drama fue la falta de agua. Un auténtico suplicio ya que se oía un chorrito de agua cantar alegremente unos cuantos metros más abajo por la pared que pretendíamos rapelar. Hasta las dos de la mañana, cuando se heló el agua, su sonido fue una auténtica tortura.
Antonio, con sus manos heridas, no se quejó en toda la noche. Admirable, el chico. Al amanecer yo tenía ya alucinaciones. Pensaba que dos piedras en el glaciar eran personas que nos traían agua y los muy condenados avanzaban muy despacio. La necesitaba urgentemente. Me pasé la noche soñando que descendían unos guardas de un refugio que había en la cumbre para traernos líquido. No se que hora sería, pero un ruido infernal procedente de una avalancha en el couloir Couturier de la Verte, allí delante mismo, nos despertó. ¡Cómo estaba la montaña! Teniendo en cuenta la hora en que se inicia su ascensión pensamos que podría haber pillado a alguien. Evidentemente era un año muy malo para las ascensiones en hielo.
Al amanecer Xavi se despertó hecho unos zorros y por un momento pensamos que teníamos otro problema a la vista, pero se recupero rápido. Vimos, (¡siempre pasan estas cosas!), ahora ya con luz, que solo nos quedaba un rápel hasta el glaciar, así que en pocos minutos estuvimos caminando sobre él y poco después llegábamos al Refu, donde además de hidratarnos, nos pegamos un señor almuerzo.
Nos explicaron los guardas del Albert I que los de salvamento les habían llamado para verificar que unos españoles estaban escalando la Chardonnet y no habían vuelto. ¿Y el helicóptero sacando a dos de la cumbre de buena mañana?, preguntamos. Eran dos polacos que no llevaban crampones con puntas y se dedicaron a tallar cientos de escalones y llegaron a la cumbre agotados. No podían más.
Y cuando nos reunimos de nuevo con Joan, mientras nos mostraba su pie vendadito, nos explicó su llegada al camping a la hora de cenar, en un taxi procedente del hospital. “Buenas”, le dijo a su señora, “que me he bajado en helicóptero… y los he dejado allí pringaditos”.
¡Que aventura! No estuvo mal empezar las vacaciones así. Luego vendría lo de la cafetera. Pero no lo explico porque Santi y Xavi aún se ríen. Y después habría más. En las Cósmicas tendríamos otra de cuidado. ¡Qué verano!
Ascensión efectuada el 6/7-Agosto-1986
Fotos (click en la foto para verla a mayor tamaño).
Arriba: La mejor foto. La que sale en todos los libros. Santi ascendiendo bajo el serac. Espectacular.
Abajo:
Para empezar dos panoramas. El primero es desde la cima de la Chardonnet hacia el sur. Vemos la cresta Courtes-Droites-Verte y detrás (lejos) la arista del Goûter en el Mont Blanc. También se ven a la derecha, más bajitos, los Drus. Puede verse el estado del hielo en esta cara norte, correspondiente a Argentiere.
El otro panorama lo hice al llegar a la cresta, al salir del marrón. Se trata de la parte superior del glaciar de Tour. En el centro l'Aiguille du Tour.
1) Telesilla a cota 2.200.
2) El final del galciar de Tour. Se ve la altura perdida en la regresión de los últimos cien años. Una constante para todos los glaciares alpinos. Estaban practicando con parapentes (algo muy novedoso entonces) por los prados.
3) Camino del telesilla al refugio.
4) El camino siempre por encima del glaciar. Al fondo aparece ya la Chardonnet.
5) Se ve tambien la Verte.
6-8) En el refugio. Una tarde espléndida para contemplar nuestro objetivo.
9) Llegando a la arista después de superar el contrafuerte O. En la foto la siguiente cordada, con Xavi al frente.
10) Un descansito después de pasar bajo el serac.
11-12) Vista hacia nuestra izquierda. Se observa la maravillosa arista Forbes, otra de las rutas por esta cara norte, aunque de dificultad inferior (AD).
13-15) Supendo las fuertes pendientes finales.
16) La cercana Aiguille d'Argentiere desde la cumbre.
17-18) En la cumbre. El cansancio era tan enorme que no había ni fuerzas para fotos. Una muestra del agotamiento es que la crema que me puse por la cara ni me la repartí.
19) Bajando y agrupándonos en un lugar amplio para que el helicóptero sacase a Joan. Colocamos una chaqueta roja en la nieve, para que nos vieran bien. Santi y Xavi no se ven porque están más arriba en un sitio donde hay sombra. Si se amplia la foto, se adivina un casco rojo.
20-25) Las fases del au revoir de Joan. La última la hizo Xavi desde su posición más alta.
26-27) El bivac a pelo.
28-29) Después de amanecer y hacer el último rapel, los colegas salían corriendo por el glaciar hacia el desayuno.
Y dos espléndidos vídeos actuales de la escalada de este espolón. Una guapa pendiente…La única reseña que tenía era la que aparecía en el libro de “Las 100 Mejores ascensiones en el macizo del Mont Blanc”, escrito por Rébuffat. Era exactamente la número 43 y como van ordenadas por dificultad, el hecho de aparecer en el centro del libro ya indicaba que fácil no iba a ser. A mí lo que me tenía mosca era que la ascensión a la Verte por el corredor Whymper era la número 41, por lo tanto la escalada era muy equivalente en dificultad a esta otra que había considerado siempre como una ascensión con un cierto grado de compromiso. Además las fotos del libro mostraban unos seracs colgando sobre la vía que daban auténtico yu-yu, aunque el texto afirmaba que la ruta era segura.
Con previsión de tiempo excelente, todo lo contrario al año anterior, nos fuimos para el refugio Albert I. Coche hasta Le Tour, al final del valle de Chamonix, y allí nos subimos a un telesilla que nos llevó hasta los 2.200 m. Un placentero camino lleva a partir de ahí hasta este antiguo refugio (2.702 m.), que se halla justo encima del Glaciar de Tour y que en su aproximación se bordea.
La aproximación ya permitía ver, a la derecha del glaciar, la Aiguille du Chardonnet, con su impresionante cara norte, casi toda en hielo y nieve, con una sola excepción: el espolón Migot, que combina tramos de roca, pero principalmente es una ascensión en hielo y nieve. Y al fondo la Aiguille du Tour a la izquierda y la Gran Fourche a la derecha, frontera ya con Suiza. Bonito escenario.
Sentados en las proximidades del refugio tuvimos toda una soleada tarde para examinar lo que al día siguiente iba a ser nuestro reto. Asustaba un poco.
Un buen madrugón (creo recordar que a la 1.30 h.) y a las tres habíamos cruzado el glaciar de Tour, con grietas en la otra orilla, situándonos ya en el contrafuerte O., bajo el espolón, con las frontales mirando por donde iba el tema. Éramos seis y montamos dos cordadas de tres. En la mía, que fue por delante en el recorrido, iba Santi de primero y tras él íbamos Antonio y yo. En la otra iba Xavi Díez de primero con Joan Gasull y una tercera persona que no recuerdo su nombre.
Ya el primer tramo, el acceso al espolón, justo cuando amanecía, nos mostraba que la montaña no estaba como esperábamos. Es decir, el año había sido muy escaso en nieves y el primer tramo hasta un collado nevado, donde se entra propiamente en el espolón, carecía en su totalidad del blanco elemento. Penosa ascensión con varios largos y por terreno descompuesto. No estaba mal para abrir boca. Veo ahora fotos actuales y este tramo en verano ya no tiene nunca nieve. ¿Consecuencias ya del cambio climático?
También cuando amanecía vimos que la fuerte pendiente final toda en hielo, de unos doscientos metros, estaba toda ella tallada con escalones. Nos sorprendió mucho el tema ya que los crampones llevaban desde hacía años puntas delanteras y en una pendiente de 55 grados no hacía falta utilizar el sistema anticuado (y demoledor) de ir tallando escalones en el hielo. Pero ahí no acabaron las sorpresas. Poco después el helicóptero de salvamento sacaba a dos personas de la misma cumbre, algo rarísimo.
Al llegar a la arista nevada pudimos deleitarnos con el serac que colgaba aparentemente sobre nuestras cabezas (de hecho, cuando se derrumba, lo hace hacia el lado izquierdo y no sobre el espolón). Por si acaso, salimos como cohetes por la arista, dándole a las dos herramientas. La arista se transforma más tarde en fuerte pendiente hasta alcanzar unas rocas, fuera ya de la vertical de los hielos flotantes, donde hicimos un pica-pica.
Y aquí empezó el baile de los malditos. Había que sortear un tramo intermedio de rocas con goulottes (canalillos) de hielo, que permiten ascender con dos piolets y crampones (ver vídeos adjuntos) la maraña que forman las rocas y el hielo. Si bien en las primeras canales lo pudimos hacer, luego empezó a aparecer la roca pura y dura. Nada de hielo. Y con los crampones puestos hasta nos salió un tramo que le dimos V. En uno de ellos me saltó un crampón para acabar de hacerlo difícil.
Lento y demoledor, pulverizando el horario. Esto no era lo previsto y la dificultad salía muy superior. En uno de los tramos, como Xavi, cuya cordada venía detrás, iba corto de material, pidió que le dejásemos los seguros puestos… y luego no tomó la misma canal. Apuros al no poder asegurar y un pastón en material que se quedó en la vía para regalo de las siguientes cordadas. Cosas que pasan.
Dudamos por un momento si no era mejor salirse de ese infierno e ir a buscar una clara, aunque empinada, rampa de nieve a la derecha (muy visible de lejos). Me estaba pidiendo la opción de ir a la pala de nieve, cuando un alud, pequeño pero suficiente para barrernos, recorrió toda la pala. ¡Uf! Menos mal que los colegas tomaron la decisión correcta.
Por lo tanto seguimos por las goulottes hasta salir a la pendiente final a la que le dimos en su tramo superior 55 grados. Un gran ambiente. Al final de estos doscientos metros no se alcanza aún la cumbre y hay que hacer unos largos por la cresta hacia la derecha.
Hielo muy duro que requirió un enorme trabajo.
Llegamos a la cima deshechos. Yo ya no podía más. ¡Eran casi las seis de la tarde! Y ahora venía un descenso por una ruta normal que de normal no tenía nada y que ninguno de nosotros conocía. No disfruté de la cumbre y únicamente me obsesionaba el bajar. Me veía venir un vivac a pelo.
Desgrimpa que te desgrimparás fuimos bajando la arista que lleva al collado Adams Reilly, desde donde debíamos alcanzar el glaciar y, ya caminando por él, volver al refugio.
Lo cansado que iba (y sin agua, totalmente deshidratado) no me permitía disfrutar mucho del espectáculo que se abría hacia mi izquierda, hacia el glaciar de Argentiere, con un vacío impresionante y con las Courtes, les Droites y la Verte enfrente. Y muy cerquita la Aiguille d’Argentiere.
Y el sol que se iba despidiendo y nosotros aún bien arriba. Yo bajaba detrás de Santi, que abría expedición. Oí que alguien gritaba y pronto el gritón, que bajaba muy rápido, llegó a mi altura. Me pedía el transmisor FM que había comprado recientemente (esta era su primera salida), y que a falta en aquellos tiempos de móvil, esperaba que nos sacase de un apuro si llegaba la ocasión. Y la ocasión se presentaba. Joan Gasull, al desgrimpar un gran bloque, se le había movido y le había caído sobre el pie, triturándoselo. Imposible andar.
Poco a poco nos reagrupamos todos y empezó el proceso de encontrar al otro lado del éter a algún radioaficionado. Hubo suerte. Apareció un canadiense-francés de vacaciones en Chamonix, que se quedó alucinado cuando le explicamos la película y la necesidad de que llamase a la Gendarmerie para que sacasen a Joan con helicóptero antes de que se hiciese de noche. No había forma de convencerle de que no era ninguna broma, hasta que se me ocurrió darle la matrícula de radioaficionado, pero no la mía, que no tenía, sino la de mi amigo Antonio Lafont, guarda de la Renclusa, que siempre que iba por Maladeta me dejaba un aparato y así hablábamos mientras yo me pulía todos los tres miles. Cuando dije Eco-Bravo-Lima-Fox y el número correspondiente, el canadiense, con esa identificación y como buen radioaficionado que era, no dudó ya ni un segundo en que íbamos en serio y llamó enseguida a los gendarmes. Tuvimos suerte.
Nos bajamos todos a una zona de la arista más ancha, para facilitar las cosas al helicóptero, mientras Xavi y Santi aseguraban desde una zona superior (el lío de cuerdas que se montó fue supremo), y poco después se oyó al pajarraco que venía subiendo barriendo toda la arista, hasta que llegó hasta nuestra altura, justito cuando el sol daba sus últimos coletazos. Nos había ido de un pelo.
Impresionante tener un bicho de estos, en una arista, a tan solo unos metros encima de tu cabeza. Primero dejaron a un gendarme en el suelo, quien preparó a Joan para un vuelo de infarto. Cuando Juanito estuvo listo se aproximó de nuevo y con el torno se lo llevó separándolo de la roca y subiéndolo después hasta la cabina. Luego repitieron con el gendarme… y au revoir que ahí os quedáis.
El panorama era de lo más negro. Muy cansados, sin agua y a oscuras. Encendimos las frontales y ahí apareció el tio Santi quien fue bajando delante tratando de adivinar el recorrido… hasta que llegamos a una zona de hielo que no había más remedio que rapelar… y el fondo ni se veía, ya que las frontales no alcanzaban la distancia de 45 metros de la cuerdas.
¡La realidad es que no había fondo! El rápel se iba al vacío. Rapeló Santi y al ver que no llegaba a ningún lado percibió que pendulando a su izquierda alcanzaba una plataforma. Salvados. Baje yo después y al final, tirándome Santi de las cuerdas, me arrastró el rápel hasta la plataforma. Todo esto a oscuras, hechos polvo, con un frío que iba en aumento, con la incógnita de no saber si nos estábamos embarcando en una de bien gorda y obviamente con la posibilidad de pasar una noche a pelo a más de tres mil metros.
Detrás de mí bajó Antonio. Santi y yo mirábamos su descenso expectantes. Apareció su frontal reflejándose en la pared de hielo y de repente ¡se cayó! En su caída uno de los crampones chocó contra una pequeña roca que sobresalía del hielo y no se cómo, pero el crampón salió volando hacia el vacío. Fueron unas décimas de segundo de espanto. Antonio se había hecho con un cordino un lazo en el arnés, que como el mío, era entonces completo, con cuatro anillas. En vez de pasar el mosquetón para rapelar por las anillas del arnés, lo pasó por el lazo adicional que se había hecho. Una auténtica tontería ya que añades un punto más de riesgo sin obtener nada a cambio.
La cuestión es que mientras rapelaba se rompió el cordino, pero Antonio tuvo la fortaleza y la dureza de aguantar con sus manos la cuerda, no soltarla y llegar descolgándose hasta el final del rápel. Salvó su vida de milagro. Las manos quemadas y sangrantes mostraban lo que había supuesto salvarse.
En estos rápeles también dejamos abandonados tornillos de hielo y flautas, única forma de rapelar en el hielo. A las doce de la noche llegamos a unas rocas. Se adivinaba que salir de allí suponía nuevos rápeles, pues no se veía, una vez más, el fondo. Como ya teníamos bastante ración y en aquellas rocas nos podíamos sentar/estirar un poco todos, decidimos esperar en ese punto a que amaneciera. Mi mochila, grande, me hizo de saco de dormir al menos para las piernas y como el tiempo se mantuvo excelente, el frío que pasamos no fue excesivo, dentro de todo. El drama fue la falta de agua. Un auténtico suplicio ya que se oía un chorrito de agua cantar alegremente unos cuantos metros más abajo por la pared que pretendíamos rapelar. Hasta las dos de la mañana, cuando se heló el agua, su sonido fue una auténtica tortura.
Antonio, con sus manos heridas, no se quejó en toda la noche. Admirable, el chico. Al amanecer yo tenía ya alucinaciones. Pensaba que dos piedras en el glaciar eran personas que nos traían agua y los muy condenados avanzaban muy despacio. La necesitaba urgentemente. Me pasé la noche soñando que descendían unos guardas de un refugio que había en la cumbre para traernos líquido. No se que hora sería, pero un ruido infernal procedente de una avalancha en el couloir Couturier de la Verte, allí delante mismo, nos despertó. ¡Cómo estaba la montaña! Teniendo en cuenta la hora en que se inicia su ascensión pensamos que podría haber pillado a alguien. Evidentemente era un año muy malo para las ascensiones en hielo.
Al amanecer Xavi se despertó hecho unos zorros y por un momento pensamos que teníamos otro problema a la vista, pero se recupero rápido. Vimos, (¡siempre pasan estas cosas!), ahora ya con luz, que solo nos quedaba un rápel hasta el glaciar, así que en pocos minutos estuvimos caminando sobre él y poco después llegábamos al Refu, donde además de hidratarnos, nos pegamos un señor almuerzo.
Nos explicaron los guardas del Albert I que los de salvamento les habían llamado para verificar que unos españoles estaban escalando la Chardonnet y no habían vuelto. ¿Y el helicóptero sacando a dos de la cumbre de buena mañana?, preguntamos. Eran dos polacos que no llevaban crampones con puntas y se dedicaron a tallar cientos de escalones y llegaron a la cumbre agotados. No podían más.
Y cuando nos reunimos de nuevo con Joan, mientras nos mostraba su pie vendadito, nos explicó su llegada al camping a la hora de cenar, en un taxi procedente del hospital. “Buenas”, le dijo a su señora, “que me he bajado en helicóptero… y los he dejado allí pringaditos”.
¡Que aventura! No estuvo mal empezar las vacaciones así. Luego vendría lo de la cafetera. Pero no lo explico porque Santi y Xavi aún se ríen. Y después habría más. En las Cósmicas tendríamos otra de cuidado. ¡Qué verano!
Ascensión efectuada el 6/7-Agosto-1986
Fotos (click en la foto para verla a mayor tamaño).
Arriba: La mejor foto. La que sale en todos los libros. Santi ascendiendo bajo el serac. Espectacular.
Abajo:
Para empezar dos panoramas. El primero es desde la cima de la Chardonnet hacia el sur. Vemos la cresta Courtes-Droites-Verte y detrás (lejos) la arista del Goûter en el Mont Blanc. También se ven a la derecha, más bajitos, los Drus. Puede verse el estado del hielo en esta cara norte, correspondiente a Argentiere.
El otro panorama lo hice al llegar a la cresta, al salir del marrón. Se trata de la parte superior del glaciar de Tour. En el centro l'Aiguille du Tour.
1) Telesilla a cota 2.200.
2) El final del galciar de Tour. Se ve la altura perdida en la regresión de los últimos cien años. Una constante para todos los glaciares alpinos. Estaban practicando con parapentes (algo muy novedoso entonces) por los prados.
3) Camino del telesilla al refugio.
4) El camino siempre por encima del glaciar. Al fondo aparece ya la Chardonnet.
5) Se ve tambien la Verte.
6-8) En el refugio. Una tarde espléndida para contemplar nuestro objetivo.
9) Llegando a la arista después de superar el contrafuerte O. En la foto la siguiente cordada, con Xavi al frente.
10) Un descansito después de pasar bajo el serac.
11-12) Vista hacia nuestra izquierda. Se observa la maravillosa arista Forbes, otra de las rutas por esta cara norte, aunque de dificultad inferior (AD).
13-15) Supendo las fuertes pendientes finales.
16) La cercana Aiguille d'Argentiere desde la cumbre.
17-18) En la cumbre. El cansancio era tan enorme que no había ni fuerzas para fotos. Una muestra del agotamiento es que la crema que me puse por la cara ni me la repartí.
19) Bajando y agrupándonos en un lugar amplio para que el helicóptero sacase a Joan. Colocamos una chaqueta roja en la nieve, para que nos vieran bien. Santi y Xavi no se ven porque están más arriba en un sitio donde hay sombra. Si se amplia la foto, se adivina un casco rojo.
20-25) Las fases del au revoir de Joan. La última la hizo Xavi desde su posición más alta.
26-27) El bivac a pelo.
28-29) Después de amanecer y hacer el último rapel, los colegas salían corriendo por el glaciar hacia el desayuno.
Veo que ambas ascensiones están hechas en Junio. Y es que avanzada la temporada (julio-setiembre), con el cambio climático, sospecho que está ascensión ya no es totalmente de hielo y su dificultad es superior. Justito lo que nos pasó a nosotros.
1 comentario:
Nanooooo que grande!
ja me l´havies explicada aquesta...
Boníssims els articles ochenteros d´Alps...vull més i més i més i més
(Puyal)
Víctor "Guadiana" i Cris
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