martes, enero 24, 2012

Faltaba la Justicia


En este blog se ha venido comentado repetidamente las cuatro fases del hundimiento que estamos viviendo. Primero fue la etapa del colapso financiero, después el hundimiento económico, seguido del social y ahora nos hallamos en pleno deterioro político visto que los nuevos representantes siguen haciendo la misma política (que tanto criticaron desde la oposición y con los mismos resultados) sin tener en cuenta a la opinión pública y haciendo lo contrario de lo (poco) que prometieron en la campaña electoral.

Pero faltaba una nueva etapa, algo que no entraba en las previsiones más pesimistas y que es característico únicamente de nuestro país (Spain is different): la etapa del deterioro de la Justicia.

Como ya sabemos, el fascismo español murió en la cama. Nuestra maravillosa transición permitió que nuestra dictadura finalizase sus días inmaculada. No solo eso, sino que, cambiados de chaqueta, algunos carcamales fascistas siguieron en puestos de gobierno sin que aquí pasase nada.

Las consecuencias de esta transición defectuosa las padecemos ahora. Ha bastado que a un juez se le haya ocurrido tirar un poco de la manta con lo de la Memoria Histórica para que se hayan disparado las alarmas. La ley de Amnistía de 1977 no impide investigar los delitos cometidos durante la Guerra Civil y el franquismo, pero una cosa es que lo impida y otra es que a alguien se le ocurra hacerlo.

Vemos como ahora como los jueces persiguen a uno de los suyos, a Garzón, para crucificarle desnudo por intentar averiguar lo que todos sabemos.

Miseria, mediocridad, ira, animadversión y envidia. Uno no sale de su asombro viendo que corruptos y ultraderecha sientan en el banquillo al juez que los desenmascaró. Vamos a ser el hazmerreír de los juristas mundiales, quienes alucinan ya que la investigación de crímenes de lesa humanidad por parte de cualquier juez jamás puede constituir una conducta delictiva.

Como nos recuerda Soledad Gallego-Díaz, según las estadísticas del Consejo General del Poder Judicial, entre 1995 y 2009 se presentaron en España 4.962 causas contra jueces, magistrados y fiscales (obviamente, no todas por prevaricación, dado que los fiscales no pueden cometer ese delito y que existen otras posibles acusaciones, como malversación o apropiación de fondos). En cualquier caso, de esas casi cinco mil causas, el 97,88% no fueron admitidas o fueron archivadas antes de llegar a juicio oral por los órganos competentes, es decir, los Tribunales Superiores de Justicia. Y del resto, solo un 1,55%, terminó en una sentencia condenatoria.

Los juicios por prevaricación judicial son extraordinariamente infrecuentes: se puede calcular que en los últimos ocho años se han reconocido, como máximo, 20 resoluciones judiciales "prevaricadoras", incluidas las de algunos jueces de paz, algo así como una por cada siete millones de resoluciones. Por eso, asombra que a un solo juez se le hayan abierto tres juicios por tres posibles delitos de prevaricación, muy diferentes entre sí, y en muy pocos meses.

Almudena Grandes nos recordaba ayer el histórico caso Dreyfus ocurrido en Francia en 1894, cuando se acusó erróneamente a un oficial (judío) del ejército de espionaje y el cual fue condenado más tarde. Dos años después apareció el culpable verdadero a quien se le juzgó y absolvió. El escritor Zola escribió el famoso Yo acuso. El tribunal reabrió el caso… y condenó de nuevo a Dreyfus a trabajos forzados.

Parecido a este ridículo histórico es el que va a hacer ahora el Tribunal Supremo si no corrige su deriva… (prefiero no calificarla). Y podemos tener más dosis según veamos lo que se sentencia a Camps, Fabra y Matas.

Ya vemos que hasta en fútbol la justicia se esconde cuando le conviene y se pliega al poder del amo del balompié español. Pepe se va de rositas después de agredir a un contrario sin balón y ante las narices del arbitro. Lo vio todo el planeta y lo han visto después los miembros de un Comité que prefieren seguir ciegos. Poderoso caballero es Don Dinero. ¡Viva los violentos... si son de los nuestros!

Dicen que la justicia es ciega. Pues van a tener razón.

Leer a Martín Girard: Procopio

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