jueves, septiembre 30, 2010

Correr, Correr


Lectura de este verano ha sido el libro autobiográfico de Haruki Murakami, “De que hablo cuando hablo de correr”. El título evidentemente homenajea el de Raymond Carter, "De que hablamos cuando hablamos de amor".

Libro leído al tirón en dos días ya que el tema me atrae especialmente.

Murakami nos relata como ante una fase sedentaria en su vida decidió ponerse a correr para compensar el ostracismo físico. Y la práctica se convirtió en adicción ante las buenas sensaciones que recibía corriendo.

Gradualmente fue a más y acabó corriendo maratones por todas los rincones del mundo. Ahora, con 59 años corre incluso el triatlón, lo que demuestra que es un excelente atleta (50 pulsaciones por minuto en reposo, 70 después de media hora corriendo). Un atleta de verdad, lejos del profesionalismo que tanto adultera el deporte y que es del único que nos hablan los medios de comunicación cada día. El deporte de verdad es el que uno practica y quedarse en una silla es algo que no comprenderé nunca, pero entiendo que hay gente para todo en este mundo.

Y es que correr (y no digamos otros deportes, como el ciclismo o el montañismo) está asociado a sufrimiento por mucha gente. No han trabajado su cuerpo lo más mínimo y el más pequeño esfuerzo los ahoga a morir. Nunca han sentido su cuerpo y se pierden una experiencia vital. Como dice Murakami,
“las cosas verdaderamente valiosas son aquellas que sólo se consiguen mediante tareas y actividades de escasa utilidad. Tal vez sean tareas y actividades vanas, pero jamás estúpidas”. Ya el alpinista Lionel Terray lo dejó claro en su libro La conquista de lo inútil.

En la página 221 (Murakami no toca en el libro ni mínimamente temas técnicos sobre el correr) nos aclara perfectamente este tema del “sufrimiento”:
"… pero esta dureza viene a ser algo así como una premisa para los deportes de esta índole. Si el sufrimiento no formara parte de ellos, ¿quién iba a tomarse la molestia de afrontar desafíos como una maratón o un triatlón, con la inversión de tiempo y esfuerzo que conllevan? Precisamente porque son duros, y precisamente porque nos atrevemos a arrostrar esa dureza, es por lo que podemos experimentar la sensación de estar vivos; y si no experimentamos esa sensación plenamente, sí al menos de manera parcial. Y, a veces (si todo va bien), podemos aprender que lo que de veras da calidad a la vida no se encuentra en cosas fijas e inmóviles, como los resultados, las cifras o las clasificaciones, sino que se halla, inestable, en nuestros propios actos”.

No se puede explicar mejor. El afán de superación en el deporte aporta un sin fín de momentos de felicidad.

Y en ello estoy yo ahora… pero de otra forma. Fui corredor durante muchos años, en que corría tres veces a la semana unos 20 Km. en total. Nada de distancias largas. Como mucho he corrido Curses (10-11 Km.), pero nunca he corrido ni la media maratón. Aún así mis rodillas ya están pulverizadas, ya que las montañas que he bajado durante toda mi vida las han castigado duramente. Pero siempre hay alternativas y la bicicleta, abandonada hacia tiempo, ha vuelto a la palestra y me está proporcionando momentos excelentes y una mejora de mi forma física a pasos agigantados. El afán de superación ha aparecido y ya estoy metido de lleno en mejorar la cadencia, la potencia y la resistencia. De momento estoy en 40 Km. que hago sin esfuerzo, día sí, día no, ya que alterno con el gimnasio, pero la cosa irá gradualmente a más.

Y acabado de leer el libro de Murakami ha caído en mis manos el libro de
Jean Echenoz, titulado "Correr". Se trata más o menos de una biografía (aunque Echenoz deja claro que no lo es) novelada del mítico corredor de fondo checo, Emil Zátopek, conocido en todo el mundo como La Locomotora Humana y que era imbatible durante los años cincuenta. Marcó un hito al ganar en la olimpíada de Helsinki la medalla de oro de 5.000 (ese mismo día su mujer se llevó la medalla de oro en jabalina) y 10.000 metros, así como la maratón en el plazo todo ello de una semana. Una capacidad de recuperación formidable cuando no existía nada de la parafernalia de medios (alimentación, cuidados, entrenamiento, etc.) que actualmente envuelve a los atletas.

Sus triunfos se produjeron en plena guerra fría, lo que llevó a los autoridades comunistas a controlar y dirigir su vida e impedirle competir en el extranjero en muchas ocasiones por miedo a que se pasase a las filas occidentales. Siempre encuadrado dentro de las filas del ejército checo, sus victorias fueron premiadas con ascensos continuos hasta llegar al grado de coronel convirtiéndose en héroe nacional.

Su última carrera importante la realizó en San Sebastián.

Debido al apoyo que prestó en 1968 a Alexander Dubcek durante la llamada primavera de Praga, fue expulsado del Partido Comunista y del Ejército. Comenzó entonces una dura etapa de su vida en la que tuvo incluso que trabajar de basurero.

En 1975, su figura fue rehabilitada en parte por el régimen comunista a cambio de que Emil aceptará públicamente, entre otras cosas, que nunca había sido represaliado. Falleció el 22 de noviembre de 2000 en Praga.

Excelente, aunque corto, trabajo de Echenoz. Escrito de forma muy sencilla expone con claridad la voluntad de este hombre al que, paradójicamente, al principio no le gustaba el ejercicio físico y mucho menos correr. Pero Zátopek entendió pronto lo del reto y una vez se puso el traje de faena no pudo pararlo nadie. Siempre había una nueva frontera que cruzar. Buscaba el límite.

Nada mejor que leer los dos artículos escritos en Babelia este sábado pasado:
Jean Echenoz, “Mi libro sobre Zátopek no es una biografía”

Javier Aparicio Maydeu, “La carrera hacia ninguna parte”

Primeras páginas del libro

En la foto de arriba, Emil Zátopek



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