Este el título de un libro publicado en abril de 2010 y que leí nada más publicarse. Un libro sensacional al que me remito muchas veces para tener claras las ideas que soportan las diferentes visiones económicas que hay tras estas dos formas de gobierno.
Siendo un libro muy bueno y de lectura altamente recomendable para aquellos a quienes les atraiga el tema, no tuve tiempo en su momento de escribir nada en este blog sobre él.
Entonces, ¿por qué lo hago ahora, pasado ya año y medio? Pues porque una de las dos opciones, la que precisamente ha originado la crisis, se está imponiendo hasta romper todo tipo de equilibrio y nos está llevando a un agravamiento del problema. Por lo tanto, a pesar del tiempo transcurrido, es un libro muy útil para mostrarnos de forma muy clara las opciones de Política Económica que tenemos (¿o teníamos?).
El libro, que tiene como subtítulo “Dos visiones sobre la crisis”, nos presenta, en su primera parte, dos formas antagónicas de ver las causas de la crisis (aunque obviamente hay coincidencias, porque hay realidades que por más que duelan no pueden negarse, como el fallo en la regulación financiera) y las soluciones a este problema mayúsculo en el que nos encontramos inmersos y al que nadie ve salida fácil y a corto plazo. Jordi Sevilla, socialdemócrata, defiende la opción Estado y el neoliberal Lorenzo Bernaldo de Quirós defiende la opción Mercado.
Y una de las razones por la que no escribí nada es que cuando leí el libro la crisis estaba ya en pleno auge, pero era justo unos días ante del inicio del hundimiento. Hasta ese momento parecía claro (y sigue estando claro) que el origen de la crisis provenía de las políticas seguidas a partir de los años ochenta, momento en que ante la evidente quiebra del modelo existente se impuso un pretendido nuevo modelo neoliberal-globalizador cuya estrategia pasaba por desregular y potenciar el sector financiero, generando un endeudamiento creciente que mantenía así el motor del consumo –y por tanto el del crecimiento mundial- en marcha. Un crecimiento con los pies de barro, ya que una vez se ha derrumbado este castillo de naipes, estamos regresando a pasos agigantados a los niveles de renta de años (o décadas) anteriores, en un viaje que nadie atisba donde puede acabar.
Si el origen del mal parecía estar (y sigue estando) en el dominio del Mercado sobre el Estado, parecía obvio (y así lo habían manifestado los líderes mundiales, en lo que ahora se ve como inútiles reuniones donde se llegó a afirmar sin tapujos que había que reformar el Capitalismo) que había que regresar a opciones de más Estado para poner coto a los desmanes del neoliberalismo, que había demostrado fracasar estrepitosamente (los mercados no son eficientes, no son racionales, no asignan bien los recursos, etc. y el sistema capitalista sigue teniendo crisis ¡y que crisis!); en una palabra, más regulación para gobernar la globalización y que no se repitiese el escándalo financiero que nos ha llevado a la situación actual.
Y así, cuando leía a Bernaldo de Quirós afirmar que la forma de arreglar la crisis (que naturalmente según él está causada por otras peregrinas razones, como culpabilizar a la FED) era más Mercado y más ración de desregulación, privatizaciones y reformas estructurales, es decir más dosis de lo mismo que originó la enfermedad, más pensaba que el neoliberalismo, como cualquier religión fundamentalista, no tiene cura. Ni las evidencias más flagrantes les harán cambiar el discurso. Están en posesión de la razón y punto, y es que el objetivo no es solucionar la crisis, el objetivo del neoliberalismo es ampliar los beneficios de las grandes corporaciones y esta crisis está ayudando, y mucho, a ello. Por lo tanto ¡bendita crisis!
Pensé que era cuestión de tiempo que, ante las evidencias, dieran el brazo a torcer, aunque el fracaso de las medidas de más estímulos ya demostraban que no estábamos ante una crisis típica, como las que históricamente se solucionaban con remedios puntuales y no se atisbaba que pudieran darle un giro o paliar la tendencia regresiva de la economía. Lo que sí parecía evidente era que más Mercado no podía ser posible.
Y he aquí que, justo acabar el libro, en mayo del 2010 Zapatero se nos volvió un converso al neoliberalismo y tomó medidas impensables para un político que había promulgado hasta el día anterior todo lo contrario. Además de suponer su suicidio político, vamos viendo como todo nos lleva a un escenario peor y que, para solucionarlo, ahora Rajoy volverá a imponer más Mercado para acabar de hundir el Titanic en el que nos hallamos.
En una segunda parte del libro, dedicada a la crisis en España, Bernardo de Quirós nos explica como hemos pasado del auge a la depresión, recordando todos los males, ahora ya de dominio público, que nos afligen. No deja de arremeter contra el Euro, que nos impide tener los instrumentos de política monetaria que nos permitirían ajustar la crisis de otra forma.
Jordi Sevilla, a su vez, expone los cinco grandes errores cometidos por España y relaciona las tareas pendientes de la economía española, proponiendo medidas que leídas tan solo hace un año se veían duras y difícilmente aplicables debido a su imposible aceptación social y que ahora ya entran dentro de la normalidad. No hay como hundirse en el lodazal para que nos parezca que cualquier tiempo pasado fue mejor.
El libro finaliza con dos epílogos, uno por banda. El comienzo del epílogo de Quirós, titulado “Breve epílogo para optimistas” merece un comentario ya que una vez más vemos como esos escenarios futuros que imaginan los economistas pueden sufrir revolcones ideológicos impensables.
Empieza así (ver más adelante en “Epílogos”):
“En marzo de 2012, la economía española estaba al borde del colapso. La recesión del bienio 2009-2010 se vio seguida por un período de débil crecimiento, inferior al 1,5%, e insuficiente para crear puestos de trabajo. En esos momentos, el paro afectaba a más de cinco millones de españoles.
El déficit público se había estancado en el 11% del PIB y la ratio deuda/PIB se acercaba al cien por cien. Las dudas sobre la solvencia del Reino de España se habían disparado y el crédito al país se había recortado de modo sustancial. Casi la mitad de las cajas de ahorro habían sido intervenidas con un coste exorbitante para las depauperadas arcas del Estado.
Desde el inicio de la recesión, las familias habían perdido la mitad de su riqueza financiera e inmobiliaria. En el denominado Invierno del Descontento (2011-2012), a pesar del volumen de fondos recibidos del gobierno durante el segundo mandato socialista, los sindicatos no pudieron parar una huelga general convocada de manera espontánea a través de Internet y una masa ingente de miembros de las clases medias protagonizaron una “cacerolada” histórica por el madrileño Paseo de la Castellana.
Era la expresión de la desesperanza y también una moción de censura al socialismo reinante.”
Acertada la cifra del paro (esto era fácil) ya que estamos en los cinco millones. Errado lo del 11% del déficit público, ya que probablemente estamos en el 7% aprox. y reduciéndose. Las familias no han perdido la mitad de su riqueza, no tenemos ni mucho menos una ratio del 100% deuda/PIB y las dudas sobre la solvencia de España son dudas sobre muchos países del euro. Y es que el invierno del Descontento (y los sucesivos inviernos) se los va a tragar el PP, porque las medidas del PP, van a producir, más que descontento, ira.
En el escenario de este señor no entraba la posibilidad de que el propio PSOE decidiese tomar medidas neoliberales (o sea el propio recetario del Sr. Quirós)… que irónicamente no han mejorado la situación. Las caceroladas se han producido en la Puerta del Sol y la clase media se ha transformado en “los indignados”. Ahora podremos comprobar como las medidas recomendadas por Quirós, aplicadas aún en mayor dosis por el PP, además de no solucionar nada, lo empeorarán todo. Reiremos (o lloraremos) mucho cuando el PP, después de hundir el país y dejarlo todo hecho unos zorros, decida tomar medidas de estímulo… o sea más Estado.
Vivir para ver y para leer libros tan interesantes como este, a pesar de los meses que han pasado desde su publicación.
Epílogos del libro:
¿Un Estado unido para limitar al mercado…?, de Jordi Sevilla
Nadie pasa por la crisis económica más importante de los últimos 70 años sin que le afecte de manera radical. Y no sólo por el profundo impacto coyuntural que significa, en términos de desempleo, quiebras empresariales, deuda pública y pérdida de riqueza, sino porque luego nada vuelve a ser como antes. Aunque todos los expertos dicen [...] que las crisis son oportunidades, a la mayoría de los seres humanos nos gusta más tener otro tipo de oportunidades, que no vengan acompañadas de tanto sufrimiento. Pero las cosas [...] son como son.
Pero, ¿cómo son las cosas? Hay dos principios organizativos de la vida social que debemos mantener siempre presentes: todo lo que ocurre tiene una explicación racional [...] y, en segundo lugar, podemos ser los dueños de nuestro destino. [...]
Los cisnes negros existen, pero explican muy poco en comparación con otras teorías de la organización social y del juego de intereses, incentivos e instituciones que ponemos en marcha a lo largo de la historia. Desde ese punto de vista, construimos nuestras crisis al igual que trabajamos en su solución dentro de los márgenes que nos delimita el mundo globalizado en el que hemos decidido vivir. [...]
Soy más partidario de buscar soluciones que culpables. Pero de nada valen algunas soluciones si no modificamos, a la vez, aquellas actitudes y comportamientos que nos han conducido a una situación, no deseada, de crisis. Y, con mucha frecuencia, estos cambios que alteran posiciones de privilegio para algunos sólo se pueden llevar a la práctica desde el carácter imperativo de la ley y las normas. Es decir, desde la acción del Estado que, en la medida en que sea democrático, tiene un alma más humana que la del mercado cuya finalidad es, sólo y exclusivamente, ganar dinero persiguiendo, con egoísmo, el interés propio.
La socialdemocracia moderna persigue tres objetivos alcanzables mediante una acción pública racional: libertad real para llevar adelante el proyecto de vida que cada uno decida, igualdad efectiva de oportunidades [...] y fraternidad entre quienes compartimos un proyecto constitucional con normas y procedimientos compatibles con distintas visiones sobre la vida, la religión o la moral. Remover los obstáculos sociales que impiden desarrollar ese proyecto y promover todas aquellas reformas institucionales que lo hagan posible [...] es un programa político, pero también moral. [...]
Estamos muy lejos de vivir en una sociedad perfecta. Ni tan siquiera, de hacerlo en una sociedad justa o, incluso, la menos mala de las posibles. Por eso, el impulso reformista debe desplazar al conformismo. [...] Las crisis demuestran con evidente contundencia que las cosas no están fijadas para siempre. Que es posible el cambio. La cuestión es decidir quién dirige ese cambio y hacia dónde.
¿Se podía imaginar alguien, hace muy pocos años, que en EEUU o en Gran Bretaña se iban a nacionalizar los grandes bancos? ¿Estaba el destino de China como potencia mundial escrito en los libros? ¿Conocemos todos los cambios económicos y sociales derivados del envejecimiento de la población en los países europeos? Las decisiones humanas configuran el mundo en que vivimos más de lo que, a menudo, nos gusta reconocer. Y ello nos lleva de manera inmediata a otra pregunta: ¿Quién y cómo se decide?
Es obvio que [...] hemos construido un mundo con profundas relaciones económicas de ámbito mundial. Relaciones desequilibradas en las que la libertad de movimientos de capitales es casi total, la de mercancías y servicios bastante elevada, mientras que la libertad de circulación de trabajadores está fuertemente limitada. En esas condiciones, con ausencia de mecanismos eficaces de gobernanza internacional de los mercados, se ha producido la actual crisis financiera internacional que ha golpeado también a España, disparando sus propios factores diferenciales que han agudizado los efectos y ralentizado la salida.
España llevaba varios años de bonanza económica asociada al ingreso en el euro [...]. Analizado con perspectiva y sabiendo lo que sabemos ahora, se puede defender que en esos años los sucesivos gobiernos -y los ha habido del PP y del PSOE- han ido ignorando los síntomas que reflejaban problemas de fondo en nuestra estructura económica y en las reglas de juego institucionales: pérdida paulatina de competitividad y excesiva dependencia del ladrillo como motor de la creación de empleo y de los superávit presupuestarios. Han sido años de satisfacción por los datos, pero de ausencia de reformas estructurales. [...]
Ahora estamos a punto. Después de dos años con caídas del PIB, siete trimestres de crecimiento negativo, más de dos millones de parados adicionales y un déficit público que supera el 10% del PIB, es inaplazable hacer algo que nos permita salir de la recesión con un modelo de crecimiento suficiente y sostenible. Y para ello, el método del pacto institucional es imprescindible. [...]
No es la hora de abundar en lo que nos separa, sino de confluir en lo que nos une. Necesitamos acuerdos que están más allá de la izquierda y de la derecha. [...] Y acuerdos que deben incluir complicidades explícitas con la sociedad civil, los empresarios y los trabajadores para los que debemos articular mecanismos de participación novedosos que ayuden a modernizar, también, nuestras anquilosadas estructuras democráticas.
Este espíritu es el que nos hizo grandes en la transición política y económica que experimentó España a partir de 1975. Pasados 30 años, debemos volver a él porque de nuevo confluye una profunda crisis económica, con algunos síntomas evidentes de agotamiento parcial en el modelo político puesto en pie entonces. Hacen falta reformas económicas (innovación, ley presupuestaria, administración, mercado laboral, etc.) y reformas políticas (educación, justicia, federalización del Estado autonómico, ley electoral, etc). Estamos a punto para dar un nuevo salto cualitativo como país, si somos capaces de recuperar la lógica del interés general. [...]
De que lo hagamos o no dependerá en buena parte por dónde transcurra nuestro futuro inmediato poscrisis. Por ello, está en nuestras manos. También en la suya. Y es mejor que así sea y así lo asumamos, porque lo contrario es que lo depositemos en manos impersonales que persiguen otros objetivos y a las que llamamos mercado.[...]
La verdad, puestos a elegir, prefiero que sean los ciudadanos, que se expresan mediante la política democrática y el Estado, quienes decidan nuestro futuro ahora que estamos a punto.
¿…O un mercado libre para frenar al Estado?, de Lorenzo Bernaldo de Quirós
En marzo de 2012, la economía española estaba al borde del colapso. La recesión del bienio 2009-2010 se vio seguida por un periodo de débil crecimiento, inferior al 1,5%, e insuficiente para crear puestos de trabajo. En esos momentos, el paro afectaba a más de cinco millones de españoles. El déficit público se había estancado en el 11% del Producto Interior Bruto (PIB) y la ratio deuda/PIB se acercaba al 100%. Las dudas sobre la solvencia del Reino de España se habían disparado y el crédito al país se había recortado de modo sustancial. Casi la mitad de las cajas de ahorros habían sido intervenidas con un coste exorbitante para las depauperadas arcas del Estado. Desde el inicio de la recesión, las familias habían perdido la mitad de su riqueza financiera e inmobiliaria. En el denominado invierno del descontento (2011-2012), a pesar del volumen de fondos recibidos del Gobierno durante el segundo mandato socialista, los sindicatos no pudieron parar una huelga general convocada de manera espontánea a través de internet y una masa ingente de miembros de las clases medias protagonizaron una cacelorada histórica por el madrileño Paseo de la Castellana. Era la expresión de la desesperanza y también una moción de censura al socialismo reinante».
Y después de esa foto de economía-ficción, qué hacer…
Ninguna ley inexorable, ninguna enfermedad crónica, ninguna maldición condena a España a la decadencia económica. El país ha mostrado en otras ocasiones una extraordinaria capacidad de reacción si se le dota de un marco de condiciones adecuado para crecer, crear riqueza y empleo.
Sin duda, la situación es delicada y la crisis profunda y duradera, pero quizá sirva para extraer de ella una importante y, tal vez, perdurable lección: los gobiernos han de ser humildes. Su capacidad de controlar la economía es limitada y, en la mayoría de las ocasiones, el intento de hacerlo resulta dañino.
El país necesita una política menos ambiciosa que redefina con mayor modestia la misión de los poderes públicos en una economía moderna: prevenir y eliminar la emergencia de circunstancias lesivas para el crecimiento de la economía, de las cuales una de las peores es la existencia de un abultado endeudamiento del sector público.
Si se acepta este a priori, el equilibrio presupuestario ha de ser restaurado como el principio regulador básico de las finanzas públicas para establecer un entorno de estabilidad macroeconómica dentro del cual las familias y las empresas planifiquen su futuro, tomen sus decisiones de trabajo, de ahorro y de inversión sin que éstas se vean alteradas por decisiones discrecionales del Gobierno.
Por su parte, corresponde a las políticas de oferta o microeconómicas, como la reforma impositiva, la laboral o la apertura de los mercados a la competencia, proporcionar los incentivos adecuados para estimular la asunción de riesgos, la innovación, la creatividad, la generación de crecimiento, riqueza y empleo.
Se trata de aplicar el mayor grado de libertad económica posible dentro de un marco de firme disciplina financiera, y si bien éste no es el lugar para formular un detallado programa económico, sí conviene señalar que la economía española necesita una profunda terapia liberalizadora y un fortalecimiento institucional. Precisa un Estado fuerte pero con funciones limitadas.
La agenda política de la izquierda española refleja un pesimismo radical sobre las posibilidades de España, sobre la capacidad de los individuos, de las familias y de las empresas de ser los motores del desarrollo y de la modernización de su economía, cuando la experiencia muestra todo lo contrario: la vigorosa reacción de las fuerzas productivas cuando se les concede libertad.
El dirigismo e intervencionismo del socialismo celtíbero son una expresión clásica de paternalismo y extienden un certificado de minoría de edad a los ciudadanos de este país que, sin la tutela del Estado, no serían capaces de conseguir sus objetivos ni responsabilizarse de su propia vida. Para protegernos de nosotros mismos necesitamos, de la cuna a la tumba, la asistencia y los cuidados de unos déspotas benevolentes. Eso no es así.
Desde amplios sectores de la opinión, incluidos muchos de quienes campan en los terrenos del centro-derecha, se considera que la española es una sociedad de izquierda o de centro-izquierda sin posibilidades de redención.
Esto convierte en políticamente inviable cualquier tipo de alternativa que desafíe de manera frontal sus graníticos principios ideológicos o se atreva a cuestionarlos.
En este sentido, si la derecha, el centro-derecha, el centro-reformista o cualquiera de las terminologías utilizadas para designar al partido de los no colectivistas, aspira a gobernar, sus aspiraciones han de limitarse a ser un gestor competente del vigente modelo socialdemócrata. Con independencia de la veracidad de esta tesis, cuya discusión sería interminable y poco fructífera, es importante realizar un comentario.
Aunque disguste a muchos intelectuales y académicos, los cambios de opinión suelen ser producto de la experiencia más que de la teoría o de la filosofía. Casi siempre han sido las crisis las que los han provocado, unas veces para bien y otras para mal.
En estas circunstancias, por resignación o por convicción, la mayoría de los ciudadanos están dispuestos a aceptar o apoyar programas inimaginables y los partidos se ven forzados a poner en marcha medidas que ni soñaban sus más ardientes defensores ni consideraban con posibilidades de aplicación sus detractores.
El hundimiento registrado por la economía española desde 2008 y el fracaso del social-keynesianismo en reactivarla abren una oportunidad de oro para aplicar un programa consistente de reformismo liberal. Ésta es la consecuencia de una crisis agudizada y prolongada por una continua sucesión de estrepitosos fallos de Estado.
Una crítica del libro en El Confidencial
Siendo un libro muy bueno y de lectura altamente recomendable para aquellos a quienes les atraiga el tema, no tuve tiempo en su momento de escribir nada en este blog sobre él.
Entonces, ¿por qué lo hago ahora, pasado ya año y medio? Pues porque una de las dos opciones, la que precisamente ha originado la crisis, se está imponiendo hasta romper todo tipo de equilibrio y nos está llevando a un agravamiento del problema. Por lo tanto, a pesar del tiempo transcurrido, es un libro muy útil para mostrarnos de forma muy clara las opciones de Política Económica que tenemos (¿o teníamos?).
El libro, que tiene como subtítulo “Dos visiones sobre la crisis”, nos presenta, en su primera parte, dos formas antagónicas de ver las causas de la crisis (aunque obviamente hay coincidencias, porque hay realidades que por más que duelan no pueden negarse, como el fallo en la regulación financiera) y las soluciones a este problema mayúsculo en el que nos encontramos inmersos y al que nadie ve salida fácil y a corto plazo. Jordi Sevilla, socialdemócrata, defiende la opción Estado y el neoliberal Lorenzo Bernaldo de Quirós defiende la opción Mercado.
Y una de las razones por la que no escribí nada es que cuando leí el libro la crisis estaba ya en pleno auge, pero era justo unos días ante del inicio del hundimiento. Hasta ese momento parecía claro (y sigue estando claro) que el origen de la crisis provenía de las políticas seguidas a partir de los años ochenta, momento en que ante la evidente quiebra del modelo existente se impuso un pretendido nuevo modelo neoliberal-globalizador cuya estrategia pasaba por desregular y potenciar el sector financiero, generando un endeudamiento creciente que mantenía así el motor del consumo –y por tanto el del crecimiento mundial- en marcha. Un crecimiento con los pies de barro, ya que una vez se ha derrumbado este castillo de naipes, estamos regresando a pasos agigantados a los niveles de renta de años (o décadas) anteriores, en un viaje que nadie atisba donde puede acabar.
Si el origen del mal parecía estar (y sigue estando) en el dominio del Mercado sobre el Estado, parecía obvio (y así lo habían manifestado los líderes mundiales, en lo que ahora se ve como inútiles reuniones donde se llegó a afirmar sin tapujos que había que reformar el Capitalismo) que había que regresar a opciones de más Estado para poner coto a los desmanes del neoliberalismo, que había demostrado fracasar estrepitosamente (los mercados no son eficientes, no son racionales, no asignan bien los recursos, etc. y el sistema capitalista sigue teniendo crisis ¡y que crisis!); en una palabra, más regulación para gobernar la globalización y que no se repitiese el escándalo financiero que nos ha llevado a la situación actual.
Y así, cuando leía a Bernaldo de Quirós afirmar que la forma de arreglar la crisis (que naturalmente según él está causada por otras peregrinas razones, como culpabilizar a la FED) era más Mercado y más ración de desregulación, privatizaciones y reformas estructurales, es decir más dosis de lo mismo que originó la enfermedad, más pensaba que el neoliberalismo, como cualquier religión fundamentalista, no tiene cura. Ni las evidencias más flagrantes les harán cambiar el discurso. Están en posesión de la razón y punto, y es que el objetivo no es solucionar la crisis, el objetivo del neoliberalismo es ampliar los beneficios de las grandes corporaciones y esta crisis está ayudando, y mucho, a ello. Por lo tanto ¡bendita crisis!
Pensé que era cuestión de tiempo que, ante las evidencias, dieran el brazo a torcer, aunque el fracaso de las medidas de más estímulos ya demostraban que no estábamos ante una crisis típica, como las que históricamente se solucionaban con remedios puntuales y no se atisbaba que pudieran darle un giro o paliar la tendencia regresiva de la economía. Lo que sí parecía evidente era que más Mercado no podía ser posible.
Y he aquí que, justo acabar el libro, en mayo del 2010 Zapatero se nos volvió un converso al neoliberalismo y tomó medidas impensables para un político que había promulgado hasta el día anterior todo lo contrario. Además de suponer su suicidio político, vamos viendo como todo nos lleva a un escenario peor y que, para solucionarlo, ahora Rajoy volverá a imponer más Mercado para acabar de hundir el Titanic en el que nos hallamos.
En una segunda parte del libro, dedicada a la crisis en España, Bernardo de Quirós nos explica como hemos pasado del auge a la depresión, recordando todos los males, ahora ya de dominio público, que nos afligen. No deja de arremeter contra el Euro, que nos impide tener los instrumentos de política monetaria que nos permitirían ajustar la crisis de otra forma.
Jordi Sevilla, a su vez, expone los cinco grandes errores cometidos por España y relaciona las tareas pendientes de la economía española, proponiendo medidas que leídas tan solo hace un año se veían duras y difícilmente aplicables debido a su imposible aceptación social y que ahora ya entran dentro de la normalidad. No hay como hundirse en el lodazal para que nos parezca que cualquier tiempo pasado fue mejor.
El libro finaliza con dos epílogos, uno por banda. El comienzo del epílogo de Quirós, titulado “Breve epílogo para optimistas” merece un comentario ya que una vez más vemos como esos escenarios futuros que imaginan los economistas pueden sufrir revolcones ideológicos impensables.
Empieza así (ver más adelante en “Epílogos”):
“En marzo de 2012, la economía española estaba al borde del colapso. La recesión del bienio 2009-2010 se vio seguida por un período de débil crecimiento, inferior al 1,5%, e insuficiente para crear puestos de trabajo. En esos momentos, el paro afectaba a más de cinco millones de españoles.
El déficit público se había estancado en el 11% del PIB y la ratio deuda/PIB se acercaba al cien por cien. Las dudas sobre la solvencia del Reino de España se habían disparado y el crédito al país se había recortado de modo sustancial. Casi la mitad de las cajas de ahorro habían sido intervenidas con un coste exorbitante para las depauperadas arcas del Estado.
Desde el inicio de la recesión, las familias habían perdido la mitad de su riqueza financiera e inmobiliaria. En el denominado Invierno del Descontento (2011-2012), a pesar del volumen de fondos recibidos del gobierno durante el segundo mandato socialista, los sindicatos no pudieron parar una huelga general convocada de manera espontánea a través de Internet y una masa ingente de miembros de las clases medias protagonizaron una “cacerolada” histórica por el madrileño Paseo de la Castellana.
Era la expresión de la desesperanza y también una moción de censura al socialismo reinante.”
Acertada la cifra del paro (esto era fácil) ya que estamos en los cinco millones. Errado lo del 11% del déficit público, ya que probablemente estamos en el 7% aprox. y reduciéndose. Las familias no han perdido la mitad de su riqueza, no tenemos ni mucho menos una ratio del 100% deuda/PIB y las dudas sobre la solvencia de España son dudas sobre muchos países del euro. Y es que el invierno del Descontento (y los sucesivos inviernos) se los va a tragar el PP, porque las medidas del PP, van a producir, más que descontento, ira.
En el escenario de este señor no entraba la posibilidad de que el propio PSOE decidiese tomar medidas neoliberales (o sea el propio recetario del Sr. Quirós)… que irónicamente no han mejorado la situación. Las caceroladas se han producido en la Puerta del Sol y la clase media se ha transformado en “los indignados”. Ahora podremos comprobar como las medidas recomendadas por Quirós, aplicadas aún en mayor dosis por el PP, además de no solucionar nada, lo empeorarán todo. Reiremos (o lloraremos) mucho cuando el PP, después de hundir el país y dejarlo todo hecho unos zorros, decida tomar medidas de estímulo… o sea más Estado.
Vivir para ver y para leer libros tan interesantes como este, a pesar de los meses que han pasado desde su publicación.
Epílogos del libro:
¿Un Estado unido para limitar al mercado…?, de Jordi Sevilla
Nadie pasa por la crisis económica más importante de los últimos 70 años sin que le afecte de manera radical. Y no sólo por el profundo impacto coyuntural que significa, en términos de desempleo, quiebras empresariales, deuda pública y pérdida de riqueza, sino porque luego nada vuelve a ser como antes. Aunque todos los expertos dicen [...] que las crisis son oportunidades, a la mayoría de los seres humanos nos gusta más tener otro tipo de oportunidades, que no vengan acompañadas de tanto sufrimiento. Pero las cosas [...] son como son.
Pero, ¿cómo son las cosas? Hay dos principios organizativos de la vida social que debemos mantener siempre presentes: todo lo que ocurre tiene una explicación racional [...] y, en segundo lugar, podemos ser los dueños de nuestro destino. [...]
Los cisnes negros existen, pero explican muy poco en comparación con otras teorías de la organización social y del juego de intereses, incentivos e instituciones que ponemos en marcha a lo largo de la historia. Desde ese punto de vista, construimos nuestras crisis al igual que trabajamos en su solución dentro de los márgenes que nos delimita el mundo globalizado en el que hemos decidido vivir. [...]
Soy más partidario de buscar soluciones que culpables. Pero de nada valen algunas soluciones si no modificamos, a la vez, aquellas actitudes y comportamientos que nos han conducido a una situación, no deseada, de crisis. Y, con mucha frecuencia, estos cambios que alteran posiciones de privilegio para algunos sólo se pueden llevar a la práctica desde el carácter imperativo de la ley y las normas. Es decir, desde la acción del Estado que, en la medida en que sea democrático, tiene un alma más humana que la del mercado cuya finalidad es, sólo y exclusivamente, ganar dinero persiguiendo, con egoísmo, el interés propio.
La socialdemocracia moderna persigue tres objetivos alcanzables mediante una acción pública racional: libertad real para llevar adelante el proyecto de vida que cada uno decida, igualdad efectiva de oportunidades [...] y fraternidad entre quienes compartimos un proyecto constitucional con normas y procedimientos compatibles con distintas visiones sobre la vida, la religión o la moral. Remover los obstáculos sociales que impiden desarrollar ese proyecto y promover todas aquellas reformas institucionales que lo hagan posible [...] es un programa político, pero también moral. [...]
Estamos muy lejos de vivir en una sociedad perfecta. Ni tan siquiera, de hacerlo en una sociedad justa o, incluso, la menos mala de las posibles. Por eso, el impulso reformista debe desplazar al conformismo. [...] Las crisis demuestran con evidente contundencia que las cosas no están fijadas para siempre. Que es posible el cambio. La cuestión es decidir quién dirige ese cambio y hacia dónde.
¿Se podía imaginar alguien, hace muy pocos años, que en EEUU o en Gran Bretaña se iban a nacionalizar los grandes bancos? ¿Estaba el destino de China como potencia mundial escrito en los libros? ¿Conocemos todos los cambios económicos y sociales derivados del envejecimiento de la población en los países europeos? Las decisiones humanas configuran el mundo en que vivimos más de lo que, a menudo, nos gusta reconocer. Y ello nos lleva de manera inmediata a otra pregunta: ¿Quién y cómo se decide?
Es obvio que [...] hemos construido un mundo con profundas relaciones económicas de ámbito mundial. Relaciones desequilibradas en las que la libertad de movimientos de capitales es casi total, la de mercancías y servicios bastante elevada, mientras que la libertad de circulación de trabajadores está fuertemente limitada. En esas condiciones, con ausencia de mecanismos eficaces de gobernanza internacional de los mercados, se ha producido la actual crisis financiera internacional que ha golpeado también a España, disparando sus propios factores diferenciales que han agudizado los efectos y ralentizado la salida.
España llevaba varios años de bonanza económica asociada al ingreso en el euro [...]. Analizado con perspectiva y sabiendo lo que sabemos ahora, se puede defender que en esos años los sucesivos gobiernos -y los ha habido del PP y del PSOE- han ido ignorando los síntomas que reflejaban problemas de fondo en nuestra estructura económica y en las reglas de juego institucionales: pérdida paulatina de competitividad y excesiva dependencia del ladrillo como motor de la creación de empleo y de los superávit presupuestarios. Han sido años de satisfacción por los datos, pero de ausencia de reformas estructurales. [...]
Ahora estamos a punto. Después de dos años con caídas del PIB, siete trimestres de crecimiento negativo, más de dos millones de parados adicionales y un déficit público que supera el 10% del PIB, es inaplazable hacer algo que nos permita salir de la recesión con un modelo de crecimiento suficiente y sostenible. Y para ello, el método del pacto institucional es imprescindible. [...]
No es la hora de abundar en lo que nos separa, sino de confluir en lo que nos une. Necesitamos acuerdos que están más allá de la izquierda y de la derecha. [...] Y acuerdos que deben incluir complicidades explícitas con la sociedad civil, los empresarios y los trabajadores para los que debemos articular mecanismos de participación novedosos que ayuden a modernizar, también, nuestras anquilosadas estructuras democráticas.
Este espíritu es el que nos hizo grandes en la transición política y económica que experimentó España a partir de 1975. Pasados 30 años, debemos volver a él porque de nuevo confluye una profunda crisis económica, con algunos síntomas evidentes de agotamiento parcial en el modelo político puesto en pie entonces. Hacen falta reformas económicas (innovación, ley presupuestaria, administración, mercado laboral, etc.) y reformas políticas (educación, justicia, federalización del Estado autonómico, ley electoral, etc). Estamos a punto para dar un nuevo salto cualitativo como país, si somos capaces de recuperar la lógica del interés general. [...]
De que lo hagamos o no dependerá en buena parte por dónde transcurra nuestro futuro inmediato poscrisis. Por ello, está en nuestras manos. También en la suya. Y es mejor que así sea y así lo asumamos, porque lo contrario es que lo depositemos en manos impersonales que persiguen otros objetivos y a las que llamamos mercado.[...]
La verdad, puestos a elegir, prefiero que sean los ciudadanos, que se expresan mediante la política democrática y el Estado, quienes decidan nuestro futuro ahora que estamos a punto.
¿…O un mercado libre para frenar al Estado?, de Lorenzo Bernaldo de Quirós
En marzo de 2012, la economía española estaba al borde del colapso. La recesión del bienio 2009-2010 se vio seguida por un periodo de débil crecimiento, inferior al 1,5%, e insuficiente para crear puestos de trabajo. En esos momentos, el paro afectaba a más de cinco millones de españoles. El déficit público se había estancado en el 11% del Producto Interior Bruto (PIB) y la ratio deuda/PIB se acercaba al 100%. Las dudas sobre la solvencia del Reino de España se habían disparado y el crédito al país se había recortado de modo sustancial. Casi la mitad de las cajas de ahorros habían sido intervenidas con un coste exorbitante para las depauperadas arcas del Estado. Desde el inicio de la recesión, las familias habían perdido la mitad de su riqueza financiera e inmobiliaria. En el denominado invierno del descontento (2011-2012), a pesar del volumen de fondos recibidos del Gobierno durante el segundo mandato socialista, los sindicatos no pudieron parar una huelga general convocada de manera espontánea a través de internet y una masa ingente de miembros de las clases medias protagonizaron una cacelorada histórica por el madrileño Paseo de la Castellana. Era la expresión de la desesperanza y también una moción de censura al socialismo reinante».
Y después de esa foto de economía-ficción, qué hacer…
Ninguna ley inexorable, ninguna enfermedad crónica, ninguna maldición condena a España a la decadencia económica. El país ha mostrado en otras ocasiones una extraordinaria capacidad de reacción si se le dota de un marco de condiciones adecuado para crecer, crear riqueza y empleo.
Sin duda, la situación es delicada y la crisis profunda y duradera, pero quizá sirva para extraer de ella una importante y, tal vez, perdurable lección: los gobiernos han de ser humildes. Su capacidad de controlar la economía es limitada y, en la mayoría de las ocasiones, el intento de hacerlo resulta dañino.
El país necesita una política menos ambiciosa que redefina con mayor modestia la misión de los poderes públicos en una economía moderna: prevenir y eliminar la emergencia de circunstancias lesivas para el crecimiento de la economía, de las cuales una de las peores es la existencia de un abultado endeudamiento del sector público.
Si se acepta este a priori, el equilibrio presupuestario ha de ser restaurado como el principio regulador básico de las finanzas públicas para establecer un entorno de estabilidad macroeconómica dentro del cual las familias y las empresas planifiquen su futuro, tomen sus decisiones de trabajo, de ahorro y de inversión sin que éstas se vean alteradas por decisiones discrecionales del Gobierno.
Por su parte, corresponde a las políticas de oferta o microeconómicas, como la reforma impositiva, la laboral o la apertura de los mercados a la competencia, proporcionar los incentivos adecuados para estimular la asunción de riesgos, la innovación, la creatividad, la generación de crecimiento, riqueza y empleo.
Se trata de aplicar el mayor grado de libertad económica posible dentro de un marco de firme disciplina financiera, y si bien éste no es el lugar para formular un detallado programa económico, sí conviene señalar que la economía española necesita una profunda terapia liberalizadora y un fortalecimiento institucional. Precisa un Estado fuerte pero con funciones limitadas.
La agenda política de la izquierda española refleja un pesimismo radical sobre las posibilidades de España, sobre la capacidad de los individuos, de las familias y de las empresas de ser los motores del desarrollo y de la modernización de su economía, cuando la experiencia muestra todo lo contrario: la vigorosa reacción de las fuerzas productivas cuando se les concede libertad.
El dirigismo e intervencionismo del socialismo celtíbero son una expresión clásica de paternalismo y extienden un certificado de minoría de edad a los ciudadanos de este país que, sin la tutela del Estado, no serían capaces de conseguir sus objetivos ni responsabilizarse de su propia vida. Para protegernos de nosotros mismos necesitamos, de la cuna a la tumba, la asistencia y los cuidados de unos déspotas benevolentes. Eso no es así.
Desde amplios sectores de la opinión, incluidos muchos de quienes campan en los terrenos del centro-derecha, se considera que la española es una sociedad de izquierda o de centro-izquierda sin posibilidades de redención.
Esto convierte en políticamente inviable cualquier tipo de alternativa que desafíe de manera frontal sus graníticos principios ideológicos o se atreva a cuestionarlos.
En este sentido, si la derecha, el centro-derecha, el centro-reformista o cualquiera de las terminologías utilizadas para designar al partido de los no colectivistas, aspira a gobernar, sus aspiraciones han de limitarse a ser un gestor competente del vigente modelo socialdemócrata. Con independencia de la veracidad de esta tesis, cuya discusión sería interminable y poco fructífera, es importante realizar un comentario.
Aunque disguste a muchos intelectuales y académicos, los cambios de opinión suelen ser producto de la experiencia más que de la teoría o de la filosofía. Casi siempre han sido las crisis las que los han provocado, unas veces para bien y otras para mal.
En estas circunstancias, por resignación o por convicción, la mayoría de los ciudadanos están dispuestos a aceptar o apoyar programas inimaginables y los partidos se ven forzados a poner en marcha medidas que ni soñaban sus más ardientes defensores ni consideraban con posibilidades de aplicación sus detractores.
El hundimiento registrado por la economía española desde 2008 y el fracaso del social-keynesianismo en reactivarla abren una oportunidad de oro para aplicar un programa consistente de reformismo liberal. Ésta es la consecuencia de una crisis agudizada y prolongada por una continua sucesión de estrepitosos fallos de Estado.
Una crítica del libro en El Confidencial
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