lunes, diciembre 19, 2011

Encuestas, sabios, expertos y mangoneos y mangantes varios


Lo presentía. Como si lo hubiese visto. Lo estaba esperando, y en domingo, claro, día en el que se venden muchos más periódicos. Y ¿qué es lo que veía venir de forma tan cristalina? Pues una encuesta que mostraría que los españoles están masivamente contra Urgandarín, pero no contra la Corona (un 62% siguen imperturbablemente leales). El que nos metan mano en el bolsillo parece ser que nos deja indiferentes. Hay que salvar la institución y El País le echa un cable a la Corona. Que quede manifiestamente claro que seguimos siendo monárquicos, contra viento y marea, y solo unos pocos evolucionan hacia preferencias republicanas.

¿Qué valor tienen unas encuestas pasteleadas y preparadas por un medio de comunicación sin posibilidad de control por parte de nadie? La respuesta es evidente: ninguna. Y es que las encuestas se han convertido en el medio preferido para manipularnos. Lo que una encuesta persigue es mostrarte que el equivocado eres tú, el que no lo ve claro. ¿Cómo has podido pensar eso si el común de los mortales opina lo contrario? Venga, hombre,… borra lo que pensabas…

Esto también tiene su eufemismo: modelar la opinión.

Naturalmente los encuestadores nos ofrecerán las cintas grabadas de las conversaciones telefónicas que soportan las encuestas. Pero no nos mostrarán las que han ido a la basura porque mostraban el lado oscuro que precisamente no se quiere mostrar. ¿Y quién nos asegura que la muestra de gente seleccionada es la correcta? ¿Y quien nos asegura que las llamadas no son a personas contratada para afirmar lo que se quiere mostrar?

Por lo tanto cuando en la prensa escrita o digital (las de este medio son una falsedad total) se lea que un 49% de los españoles afirman que hacen falta más sacrificios, podéis tirar la encuesta a la basura, sencillamente por que no es así. Masocas no somos. ¡Venga hombre! El País, como los otros medios de comunicación, ha batallado desde el primer día para conseguir la reforma laboral y bajar los salarios, ya que eso les supone mejorar su cuenta de resultados, que tontos no son y persisten en ello.

Lo que se oye en la calle es todo lo contrario de lo que nos muestran mediante el engaño. Pero hace falta domesticar a la gente y ponerla a los pies del parte de guerra al trabajador que Rajoy emitirá dentro de poco rato. Todos de acuerdo en sacrificarnos. A tragar.

Otra forma de manipularnos, de uso continuo y creciente, es la utilización de “sabios” y “expertos”. El último ejemplo lo tenemos en Catalunya, donde el Gobierno ha encargado al “Consejo Asesor para la Reactivación Económica” (quienes cobrarán con seguridad y sin retraso) dos informes para afrontar la situación económica. Este consejo, además de sabios y expertos, cuenta con empresarios y catedráticos, que también son muy listos, y como era de esperar han emitido su receta para solucionar lo que no se puede solucionar, ni se solucionará, con este tipo de recetas.

Y la receta se resume fácilmente: que paguen los ciudadanos y que a los empresarios nos den dinero. Y colorín colorado, la receta se ha acabado. ¿Que otra solución cabía esperar, que no sea pasarles la factura a otros? ¿Por qué los que aconsejan no son los trabajadores (directivos incluídos, que son trabajadores)? ¿No son sabios, ni expertos? Seguro que la solución, tan factible como esta, sería otra.

Y lo que recetan es más IVA (“que aún tenemos recorrido dicen”. Ya veremos el recorrido que harán sus ventas cuando lo suban), más impuestos especiales y sobre las rentas del capital (no dicen cuanto en este último, pero algo simbólico, claro) y por el otro lado reducirles a los empresarios las cotizaciones a la seguridad social de los trabajadores (que si se bajan el agujero habrá que taparlo con otros ingresos que ya adivino quien los pagará).

Por lo tanto, consejo a lectores de prensa en tiempos de crisis: encuestas, sabios, expertos y otros tal para cual, contratados para decir lo que quieren que se diga, son en estos momentos unos auténticos mangantes. O sea, unos Urgandarínes. No hay otra palabra. Ni caso cuando los leáis.

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