He acabado de leer el último libro del profesor Krugman, que en la traducción española lo han titulado Después de Bush (el fin de los neocons y la hora de los demócratas).
El libro lo empecé a leer en inglés, ya que la traducción ha tardado unos meses y su titulo original es The Conscience of a Liberal.
Krugman, con este libro persigue dos objetivos.
El primero es explicar la evolución económica de los EEUU en el siglo XX, desde el punto de vista de lo que ha representado para sus clases medias y trabajadoras.
El titulo del primer capítulo es muy significativo recordando el título de una película: “Tal como éramos”.
¿Y cómo eran los EEUU? Pues primero Krugman explica el período de tiempo que lleva hasta el crack del 29, o mejor dicho, hasta el New Deal de Roosevelt, conocido como la Edad Dorada (capítulo 2). Esta época fue dorada para una pequeña parte de los estadounidenses. Las desigualdades de aquellos tiempos no se repitieron en todo el siglo, hasta llegar a los tiempos actuales en los que se ha producido una vuelta a los orígenes. Unos pocos disfrutando de inmensas riquezas y cada vez más gente sufriendo arduas penalidades.
Pero llegó Roosevelt con el New Deal y lo que se conoce como Gran Compresión (tercer capítulo). Se implantó el Estado del Bienestar -cuarto capítulo-, (a la americana, pero algo es algo) y la igualación salarial fue notable, ayudada por un sistema fiscal progresivo. Esto tuvo enormes consecuencias positivas para la economía en su conjunto.
Roosvelt fue quién expreso en pocos palabras lo que pensamos muchos. Dijo: “un gobierno en manos del capital organizado es igual de peligroso que un gobierno en manos del crimen organizado”.
El capital aborreció profundamente a este hombre, que dio fuerza a los Sindicatos, y desde entonces no ha parado hasta llevar a cabo poco a poco y pasito a pasito su ataque al estado del bienestar.
Del progreso de EEUU en los años de posguerra no hace falta ni hablar. Cuando los Republicanos ganaron en 1952 con Eisenhower, a este no se le ocurrió tocar ni un pelo de los logros de los demócratas en materia social. Habría sido suicida. Las diferencias, pues, en aquellos tiempos entre Republicanos y Demócratas eran mínimas. Hoy es inconcebible que un Republicano presentase un programa de centro izquierda. No pasaría en las elecciones de las primarias.
Y nos vamos a los 60 con Kennedy y Johnson. Una agitada prosperidad, titula Krugman el capítulo 5. La evolución económica fue impresionante, hasta que se entró en el terrible gasto militar (añadiendo el de la NASA) de Vietnam y los problemas sociales derivados de ella, ya que los muertos en batalla no eran profesionales como ahora en Irak.
Y además se entró en otro terreno: el de finalizar la segregación social, con sus profundos problemas sociales con disturbios permanentes.
Pero la Guerra Fría obligaba. La imagen de un Comunismo igualitario dejaba en evidencia a un país que se decía demócrata. No quedó más remedio que acabar con las barreras.
Y esto lo pagó terriblemente el partido demócrata, porque en los Estados Sureños un 32% era partidario de la segregación, ¡una vez efectuada!. Los votantes demócratas que estaban dentro de este 32% huyeron en masa al partido Republicano, y nunca más se volvieron a recuperar (y menos lo hará Obama).
Hubo un primer intento de darle vuelta a la tortilla demócrata en 1964 protagonizado por Barry Goldwater, pero fracasó. Era muy pronto.
Hubo que esperar a Nixon (capítulo 6, El movimiento conservador), quién inició el camino que nos ha llevado a nuestros días. Pero Nixon se encontró con la crisis de 1973 y no era el momento preciso para iniciar el proceso que los neoconservadores pedían a gritos: volver atrás el New Deal de Roosevelt.
Pero sí se creó la base para fundamentar lo que después vendría. En primer lugar cargarse el pensamiento económico que daba pie a la economía del bienestar: el keynesianismo. Quien llevó a cabo esta labor fue la escuela monetarista de Chicago, con Milton Friedman al frente. El fundamentalismo del libre mercado ya estaba en marcha desde inicios de los 70´s.
También se sentaron las bases para tener un establishment propio por parte de los neoconservadores. Medios de comunicación, think tanks y sociólogos.
Grandes empresas y personas adineradas empezaron a proporcionar ingentes cantidades de dinero para mantener toda esta infraestructura intelectual con un objetivo muy claro: como construir una base social que aportara votos para así acabar de una vez con el liberalismo demócrata y la igualdad alcanzada.
Nixon ganó porque fue el primero que empezó a construir esta base social sacando partido del racismo, de las amenazas externas, como siempre irreales, del temor al cambio social y también en manipular e intimidar a los medios de comunicación.
El trabajador norteamericano parece tener claro que la sensación de prosperidad que había hasta esa fecha ya no volverá nunca más.
A partir de ese momento empieza la Gran Divergencia (capítulo 7), donde los pasos atrás han sido continuados e imparables.
El momento cumbre, donde se inicia el gran cambio y en el que los neoconservadores asaltan el poder en el Partido Republicano es con Ronald Reagan (y Margaret Tatcher en UK).
La gran divergencia es la que lleva a que si en 1930 un directivo cobraba cuarenta veces el sueldo de un trabajador, en el 2000 era de 367 veces.
Pero eso no es nada comparado con la reducción de impuestos que se ha ido llevando a cabo (¡y que McCain aún quiere seguir efectuando!) para los más ricos y que se ha convertido en un auténtico expolio para la nación.
Para conseguir estos propósitos la lucha ha pasado por desmontar el poder de los sindicatos. Mientras en 1960 un 30,4% de los trabajadores de EEUU estaban sindicados, en 1999 lo estaba tan solo el 13,5%.
Hasta 1994, en que ganó Clinton, el proceso de vuelta atrás fue inmenso.
Pero Clinton tuvo la mala suerte de gobernar con un Congreso y Senado republicanos. Por lo tanto poco pudo hacer para acabar con este proceso. La política de la desigualdad (capítulo 8) fue a más y el partido conservador se fue radicalizando.
Armas de distracción masiva se titula el capítulo nueve. La instrumentalización constante de valores a fin de distraer al electorado de las cuestiones más concretas vinculadas a su propia existencia material han permitido a los republicanos promover un programa económico antipopular. A eso se le añade el pseudofraude electoral, vía impedir que determinados colectivos accedan al voto (en EEUU para votar hay que apuntarse).
Para acabar Krugman, en el capítulo 10 explica la nueva política de igualdad. El cambio está servido visto lo que ocurrió en las elecciones al Congreso que se celebraron en el 2006 y que ganaron los demócratas. Una auténtica convulsión. Las puertas para un gran cambio social están abiertas en EEUU.
Otro asunto importante (que Obama está intentando desmontar) es el del Patriotismo.
La cosa hasta la fecha ha funcionado así: primero una guerra relámpago, después un buen desfile de la victoria y finalmente otro nuevo recorte de impuestos para los ricos. Claro, que pensando que todo saldría bien.
Por otra parte el racismo pierde puntos. EEUU es cada vez menos blanco y muchos blancos son cada vez menos racistas.
En el capítulo 11 vuelve Krugman al tema de la asistencia sanitaria, ya que considera que se desmorona a ojos vistas.
¿Sabíais que la sanidad USA está en el puesto 37 en la clasificación mundial? ¿Sabíais que la esperanza de vida media de un americano es inferior y en mucho a la de un canadiense, francés, alemán o inglés, a pesar de que el gasto sanitario per capita en EEUU es muy superior?
Lo de que la gestión privada supera a la pública se derrumba estrepitosamente en la sanidad USA.
Clinton intentó el cambio pero fracasó. No tenía el plan concretado cuando obtuvo la presidencia y cuando lo tuvo ya tenía las cámaras dominadas por los Republicanos.
Muy interesante este capítulo para entender por qué los EEUU no han alcanzado una asistencia sanitaria universal al igual que la mayoría de países europeos. En EEUU únicamente tienes asistencia asegurada cuando cumples los 65 años (Medicare).
El capítulo 12 es el pragmático: que hay que hacer para afrontar la desigualdad. Algunos datos: EEUU dedica menos del 3% del PIB a programas sociales que tengan por objeto reducir la desigualdad entre quienes tienen menos de 65 años (en los países nórdicos es del 13%). Muchos son los aspectos de la economía que requieren una actuación urgente. Por ejemplo el salario mínimo. Hasta el 2007 no se había modificado en una década. Actualmente viene a ser un 31% del salario promedio. 5,15 $ por hora.
Los neoconservadores siempre amenazan con lo mismo: si se sube el salario mínimo se pierde empleo. Pero los datos empíricos muestran que incrementos del salario mínimo que se sitúen dentro de lo probable no pueden suponer nunca pérdidas de empleo.
Otro tema importante es el sindical. Este es un objetivo crucial del movimiento progresista. Aquí será decisivo que gane Obama.
Y para acabar en el capítulo 13, que se titula como el libro, “La conciencia de un liberal”, Krugman destila su pensamiento.
Resulta ser que los que se manifiestan conservadores se han comportado como profundos extremistas. Y los liberales se han comportado como conservadores. Todo un sesgo hacia la derecha.
Krugman deja claro que son liberales aquellos que creen en instituciones que limitan las desigualdades y la injusticia, mientras que son progresistas quienes participan, explícita o implícitamente, en iniciativas políticas que defienden y tratan de engrandecer estas instituciones. Son liberales los que creen en un sistema de asistencia sanitaria. Son progresistas quienes luchan por dar vida al proyecto.
El problema es que durante la época Clinton no existió movimiento progresista.
Ser liberal supone, en cierta forma, ser conservador, en el sentido de desear, en gran medida, volver a constituir una sociedad de clases medias. Ser progresista, no obstante, implica claramente el deseo de ir hacia adelante, de modo que lo que a primera vista puede parecer una contradicción, de hecho no lo es, pues para lograr los objetivos que persigue el liberalismo se necesitan justamente nuevas políticas.
Krugman acaba el libro afirmando “ser un liberal activo supone ser progresista y ello comporta, a su vez, ser partidista. No obstante, el objetivo final no es que gobierne un solo partido, sino que se restablezca una democracia auténticamente viva y competitiva. Y es que, al fin y al cabo, no es sino la democracia lo que de verdad importa a un liberal”.
Un libro interesante para aquellos que quieren profundizar en los problemas de EEUU, que finalmente y sin remedio nos afectan a todos.
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