Interesante artículo de Federico Quevedo publicado en El Confidencial el 04/04/2008.
Recomiendo su lectura para saber lo que se está cociendo en el PP.
“De aquí no se mueve nadie hasta que aparezca la autoridad competente”. Pero la autoridad competente nunca apareció, y Tejero Molina acabó con sus huesos en una celda de Alcalá Meco, seguramente preguntándose durante muchos años qué fue lo que falló. Y lo que falló fue que nunca hubo elefante blanco, que aquella “autoridad competente”, ese ‘hombre bueno’ que supuestamente iba a aparecer en el Congreso de los Diputados aquella fatídica tarde del 23-F de 1981, si tenía nombre y apellidos nunca lo sabremos, y la impresión, francamente, es que no los tenía. Los conspiradores, los conjurados, se quedaron a dos velas, vendidos por un plato de lentejas en algún despacho de alcurnia y señorío, necios que creyeron que su conjura tendría un respaldo imposible. Menos mal, porque de lo contrario nuestra democracia habría vuelto a pasar a la historia por su brevedad, pero ese es otro cantar.
Este es un país fecundo en conjuras y pródigo en conjurados. Desde los tiempos de El Cid parece que nos fascina más la conspiración que el trabajo, la intriga que la franqueza, el conciliábulo que la transparencia... Supuestamente la democracia debería haber traído más de lo segundo que de lo primero, pero lo cierto es que seguimos como siempre, atados de pies y manos a nuestros propios fantasmas y a las maquinaciones por el poder. La última de estas conchabanzas tiene como objetivo el poder en el PP, y como protagonistas principales a Mariano Rajoy, como víctima, y a destacados líderes mediáticos y políticos de esa derecha cainita que nunca encuentra acomodo bajo ningunas siglas, como verdugos. Los conchabados ya protagonizan idas y venidas de unos despachos a otros y utilizan a sus arietes mediáticos para ir sembrando el terreno sobre el que luego quieren plantar la simiente de una supuesta alternativa a Rajoy. Ilustres diputados a los que la nueva situación les ha recortado el sueldo a la mitad, acuden a la Puerta del Sol para retratarse y conciliar intereses y objetivos.
La ‘Operación Elefante Blanco’ contra Mariano Rajoy se ha puesto en marcha. Sus promotores esperan solo una señal para iniciar el ataque definitivo, y esa señal vendrá después del próximo martes, tras el debate de investidura, en el que se quiere dar a Rajoy una última oportunidad de nada porque, la verdad, la predisposición está tan clara que haga lo que haga el líder del PP de poco le va a servir para calmar los ánimos de los conjurados. La pretensión es que en el Congreso de junio se presente una sola candidatura alternativa a la de Rajoy, con nombres conocidos integrando la misma, y con un notable del PP al frente, un notable que, hoy por hoy, es el tapado, el hombre que conspira en la sombra y que busca los apoyos necesarios para plantear una contienda con fuerza suficiente como para ganarla. Si los ataques desde el entorno mediático de esa operación a Rajoy son duros, no quieran ni pensar en lo que va a ser a partir de la semana que viene, porque los conjurados tienen el encargo de minar la debilitada confianza que aparentemente el partido tiene en Rajoy tras la derrota del pasado mes de marzo, hasta conseguir que pierda los apoyos con los que ahora cuenta.
La reacción a la derrota del PP y, sobre todo, al gesto de autoridad efectuado por Rajoy con el nombramiento de Sáenz de Santamaría al frente del Grupo Popular, me ha permitido comprender la manera de actuar del líder del PP. Probablemente, dado como es la derecha española, no cabía otro modo mientras no se consiga introducir una dosis suficiente de democratización interna, no solo en este, sino en todos los partidos políticos españoles. Aún así, desde estas líneas no he dejado de ser crítico con lo que he considerado una mala gestión de la derrota por parte de Mariano Rajoy que llegó al 9-M sin un ‘plan B’ por si pasaba lo que casi todo el mundo preveía que iba a pasar. Pero los necios de la conjura demuestran una insultante autosuficiencia y un grave desconocimiento de la personalidad de Mariano Rajoy. Si de algo estoy cada vez más convencido, a la vista de estos movimientos, es de que la única alternativa seria y de probada efectividad en el PP la encabeza su actual líder, que hace de puente entre la vieja guardia y la nueva generación, y que ejerce de cancerbero de las esencias al tiempo que abre puertas y ventanas para que entre el aire fresco que el PP necesita para renovarse.
El aparentemente debilitado y alicaído Rajoy, ni está debilitado, ni está alicaído, sino que, como ha hecho siempre, está manejando sus tiempos y fortaleciendo su baluarte para dar la batalla del Congreso. No lo está, entre otras cosas, porque está haciendo el análisis correcto del resultado electoral: nadie podía pensar que si la derecha, después de cuatro años en el poder, alcanzaba una cómoda mayoría absoluta en su segunda legislatura, no le ocurriera no solo lo mismo sino con una mayor diferencia a la izquierda y, sin embargo, hoy es el día en el que Rodríguez no sabe si va a salir elegido en primera vuelta o, como Calvo Sotelo, en segunda y por los pelos. Y lo que ha faltado para darle la vuelta al resultado es el canto de un duro, la distancia que el PP tiene que terminar de recorrer entre ser un partido de centro y parecerlo.
Las elecciones se perdieron porque en marzo de 2004 las bombas de Atocha acabaron también con el proyecto de centro-reformismo que se llevó a cabo a partir de 1990. En eso Rajoy tiene parte de culpa y se dio cuenta, quizás, demasiado tarde, pero está a tiempo de corregirlo y de volver a encarnar ese proyecto del que él mismo formó parte. Por eso ha señalado con el dedo a sus peones, ha puesto a su reina en el centro del tablero, y es probable que en junio mueva también la torre en un ejercicio arriesgado, pero muy efectivo, que acabaría con las veleidades de los conjurados y los que en la sombra alientan la conjura: situar a Alberto Ruiz-Gallardón en la Secretaría General del Partido Popular. Y se acabó el conciliábulo, y a lo mejor entonces llega el Congreso y quienes desde las ondas mañanera y episcopales gritan eso de que “no se mueva nadie hasta que venga la autoridad competente”, se encuentran con que la autoridad competente, o no llega, o lo hace del brazo de Rajoy, porque no creo que Rodrigo Rato sea tan necio como para jugar esa carta con tan pocas posibilidades de ganar la partida.
Recomiendo su lectura para saber lo que se está cociendo en el PP.
“De aquí no se mueve nadie hasta que aparezca la autoridad competente”. Pero la autoridad competente nunca apareció, y Tejero Molina acabó con sus huesos en una celda de Alcalá Meco, seguramente preguntándose durante muchos años qué fue lo que falló. Y lo que falló fue que nunca hubo elefante blanco, que aquella “autoridad competente”, ese ‘hombre bueno’ que supuestamente iba a aparecer en el Congreso de los Diputados aquella fatídica tarde del 23-F de 1981, si tenía nombre y apellidos nunca lo sabremos, y la impresión, francamente, es que no los tenía. Los conspiradores, los conjurados, se quedaron a dos velas, vendidos por un plato de lentejas en algún despacho de alcurnia y señorío, necios que creyeron que su conjura tendría un respaldo imposible. Menos mal, porque de lo contrario nuestra democracia habría vuelto a pasar a la historia por su brevedad, pero ese es otro cantar.
Este es un país fecundo en conjuras y pródigo en conjurados. Desde los tiempos de El Cid parece que nos fascina más la conspiración que el trabajo, la intriga que la franqueza, el conciliábulo que la transparencia... Supuestamente la democracia debería haber traído más de lo segundo que de lo primero, pero lo cierto es que seguimos como siempre, atados de pies y manos a nuestros propios fantasmas y a las maquinaciones por el poder. La última de estas conchabanzas tiene como objetivo el poder en el PP, y como protagonistas principales a Mariano Rajoy, como víctima, y a destacados líderes mediáticos y políticos de esa derecha cainita que nunca encuentra acomodo bajo ningunas siglas, como verdugos. Los conchabados ya protagonizan idas y venidas de unos despachos a otros y utilizan a sus arietes mediáticos para ir sembrando el terreno sobre el que luego quieren plantar la simiente de una supuesta alternativa a Rajoy. Ilustres diputados a los que la nueva situación les ha recortado el sueldo a la mitad, acuden a la Puerta del Sol para retratarse y conciliar intereses y objetivos.
La ‘Operación Elefante Blanco’ contra Mariano Rajoy se ha puesto en marcha. Sus promotores esperan solo una señal para iniciar el ataque definitivo, y esa señal vendrá después del próximo martes, tras el debate de investidura, en el que se quiere dar a Rajoy una última oportunidad de nada porque, la verdad, la predisposición está tan clara que haga lo que haga el líder del PP de poco le va a servir para calmar los ánimos de los conjurados. La pretensión es que en el Congreso de junio se presente una sola candidatura alternativa a la de Rajoy, con nombres conocidos integrando la misma, y con un notable del PP al frente, un notable que, hoy por hoy, es el tapado, el hombre que conspira en la sombra y que busca los apoyos necesarios para plantear una contienda con fuerza suficiente como para ganarla. Si los ataques desde el entorno mediático de esa operación a Rajoy son duros, no quieran ni pensar en lo que va a ser a partir de la semana que viene, porque los conjurados tienen el encargo de minar la debilitada confianza que aparentemente el partido tiene en Rajoy tras la derrota del pasado mes de marzo, hasta conseguir que pierda los apoyos con los que ahora cuenta.
La reacción a la derrota del PP y, sobre todo, al gesto de autoridad efectuado por Rajoy con el nombramiento de Sáenz de Santamaría al frente del Grupo Popular, me ha permitido comprender la manera de actuar del líder del PP. Probablemente, dado como es la derecha española, no cabía otro modo mientras no se consiga introducir una dosis suficiente de democratización interna, no solo en este, sino en todos los partidos políticos españoles. Aún así, desde estas líneas no he dejado de ser crítico con lo que he considerado una mala gestión de la derrota por parte de Mariano Rajoy que llegó al 9-M sin un ‘plan B’ por si pasaba lo que casi todo el mundo preveía que iba a pasar. Pero los necios de la conjura demuestran una insultante autosuficiencia y un grave desconocimiento de la personalidad de Mariano Rajoy. Si de algo estoy cada vez más convencido, a la vista de estos movimientos, es de que la única alternativa seria y de probada efectividad en el PP la encabeza su actual líder, que hace de puente entre la vieja guardia y la nueva generación, y que ejerce de cancerbero de las esencias al tiempo que abre puertas y ventanas para que entre el aire fresco que el PP necesita para renovarse.
El aparentemente debilitado y alicaído Rajoy, ni está debilitado, ni está alicaído, sino que, como ha hecho siempre, está manejando sus tiempos y fortaleciendo su baluarte para dar la batalla del Congreso. No lo está, entre otras cosas, porque está haciendo el análisis correcto del resultado electoral: nadie podía pensar que si la derecha, después de cuatro años en el poder, alcanzaba una cómoda mayoría absoluta en su segunda legislatura, no le ocurriera no solo lo mismo sino con una mayor diferencia a la izquierda y, sin embargo, hoy es el día en el que Rodríguez no sabe si va a salir elegido en primera vuelta o, como Calvo Sotelo, en segunda y por los pelos. Y lo que ha faltado para darle la vuelta al resultado es el canto de un duro, la distancia que el PP tiene que terminar de recorrer entre ser un partido de centro y parecerlo.
Las elecciones se perdieron porque en marzo de 2004 las bombas de Atocha acabaron también con el proyecto de centro-reformismo que se llevó a cabo a partir de 1990. En eso Rajoy tiene parte de culpa y se dio cuenta, quizás, demasiado tarde, pero está a tiempo de corregirlo y de volver a encarnar ese proyecto del que él mismo formó parte. Por eso ha señalado con el dedo a sus peones, ha puesto a su reina en el centro del tablero, y es probable que en junio mueva también la torre en un ejercicio arriesgado, pero muy efectivo, que acabaría con las veleidades de los conjurados y los que en la sombra alientan la conjura: situar a Alberto Ruiz-Gallardón en la Secretaría General del Partido Popular. Y se acabó el conciliábulo, y a lo mejor entonces llega el Congreso y quienes desde las ondas mañanera y episcopales gritan eso de que “no se mueva nadie hasta que venga la autoridad competente”, se encuentran con que la autoridad competente, o no llega, o lo hace del brazo de Rajoy, porque no creo que Rodrigo Rato sea tan necio como para jugar esa carta con tan pocas posibilidades de ganar la partida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario