Fue en el verano del 1985 cuando hice mi primera ascensión en los Alpes. Había ya empezado a escalar y los que habían sido mis profes de escalada (Xavi Díez y Santi Rodriguez, con los cuales me ha unido una gran amistad hasta la fecha e incluso con Xavi seguimos escalando juntos) organizaban un stage en los Alpes, exactamente en Chamonix. Por lo tanto una gran ocasión para poder hacer el gran salto soñado a los Alpes.
Como muchos de los compañeros iban con sus familias, me acompañó la mía y Laura, que contaba tan sólo cuatro años, se lo pasó en grande yendo de camping por primera vez en su vida.
Nada más empezar las vacaciones de Agosto nos trasladamos a Chamonix, en un viaje que entonces costaba muchas más horas que ahora. Los comienzos no pudieron ser peores y un gran marrón se nos vino encima, durando tres o cuatro días. La bajada de temperatura fue impresionante y las nevadas llegaron hasta el bosque que teníamos enfrente, más o menos a la altura del primer tramo del teleférico de l’Aiguille du Midi.
Matamos el tiempo como podíamos. Si la roca se secaba nos íbamos a Les Gaillands, que es una pared cercana al pueblo que se utiliza como escuela de escalada, pero que ya entonces mostraba signos de estar super usada y estaba sobadísima. También nos fuimos al final del glaciar de Bossons a practicar lo que entonces eran nuevas técnicas de escalada en hielo (tracción con dos herramientas) y donde tuve el encuentro con una ventanilla de un avión, estrellado hacía años en la cumbre del Montblanc, el Malabar Princess.
El gran marrón dejó temperaturas de cinco bajo cero en la cumbre del Mont Blanc y una buena capa de nieve.
Cuando la meteo, que íbamos a leer cada día a La Maison de la Montaigne, nos anunció que tendríamos un excelente agujero de tiempo, decidimos acometer la ascensión al Mont Blanc y nos fuimos a mediodía hacia Les Houches, donde un teleférico lleva hasta el tren cremallera (Bellevue, 1.794 m.) que acaba en el Nid d'Aigle. Excelente este desplazamiento ya que empiezas la ascensión por una vertiente que no es la de Chamonix y las vistas son completamente diferentes.
Desde el tren cremallera (estación del Nido de Aguila - 2.380 m.) se trataba de llegar en la misma tarde al Refugio de l'Aiguille de Goûter a 3.817 m. (refugio guardado más alto de Francia). La avalancha de gente fue impresionante, ya que al estar tantos días impracticable la ascensión por el mal tiempo, y ser comienzos de Agosto, se acumularon como trescientas personas con el mismo objetivo. Obviamente no había sitio en el refugio y teníamos claro que dormiríamos en el suelo y cenaríamos de lo que dispusiesen nuestras mochilas.
Puede ser que la parte más complicada de esta ascensión sea la subida al Refugio. De hecho alcanzar el Dom de Goûter es ya una ascensión en sí, alcanzandose los 3.800 m., con casi 1.500 m. de desnivel de subida. La ascensión se hace en su trayecto final por un espolón rocoso que estaba en condiciones de mixto por las nevadas caídas. Nada fácil subirlo en ese estado, más aún cuando no vas aclimatado y la altura se deja notar.
Así, uno de los compañeros, Joan Gasull, con quien me veo de vez en cuando en Can Caralleu, empezó a manifestar mal de altura en el tramo final, sufriendo lo suyo para llegar.
Previamente a la ascensión al espolón que lleva hasta el mismo Goûter, hay (había) una travesía de un couloir que baja al lado del espolón. Vi que había un cable en toda su travesía y que no era posible utilizarlo ya que pasaba por encima de nuestras cabezas. Su uso estaba previsto para la primavera, donde el grosor de nieve es mayor y se transita a su altura. Se pretende con este cable asegurar a la gente en la travesía del corredor nevado y en caso de avalancha evitar ser arrastrado.
Recuerdo pasar el couloir pensando lo arriesgado que debía ser cruzarlo en primavera. Iba solo y me seguía un poco más lejos un sevillano. Y de repente, entre los dos (yo acababa de cruzar y él aún no lo había hecho), nos paso una enorme avalancha provocada por gente que con poco nivel para descender por la ruta habitual del espolón se había metido erróneamente en el culoir pensando que era más fácil. Como las nevadas de los días anteriores habían acumulado gran cantidad de nieve, no pensaron los incautos que podían provocar una avalancha. Un buen susto. Veo en fotos actuales que en Agosto tal couloir es una canal de piedra. Cosas del cambio climático…
Descubrí rápidamente que los peligros surgen donde menos lo esperas. Seguimos ruta arriba comentando el sobresalto con el sevillano, que se había quedado más blanco que la propia nieve. Ahora a este “Grand Couloir” ya lo han bautizado de diversas maneras: "bolera", "canal de la muerte" o "ruleta rusa".
Llegamos ya al Goûter muy avanzada la tarde y toda nuestra labor fue delimitar una zona en el suelo del comedor del Refugio de la cual nos apoderaríamos cuando acabasen de servir las cenas y así colocar nuestros aislantes para poner los sacos e intentar dormir un poco. En guardia para conseguir "cama" ya no salí del refugio y no hice fotos. Una pena.
Así que esperamos que acabaran de cenar y en cuanto se despejó el comedor atacamos todos en busca de parcela. Justito fue y alguno tuvo que dormir en zonas próximas a la puerta que, con las temperaturas que había, disfrutaron de una noche inolvidable.
A media noche Joan volvió a manifestar mal de altura y todo justo me escapé de sus repentinos vómitos. Mira por donde, con lo apretaditos que estábamos, se hizo milagrosamente espacio a su alrededor.
A las dos de la mañana nos levantamos (la movida fue total, y había que levantarse, quieras o no, so pena de ser pisoteado) y a las tres ya estábamos fuera dispuestos a pasar frío. Poniéndome los crampones vi brillar una bicicleta plegable atada a una mochila. Debe ser la altura y ya veo visiones, pensé. Pero no, estaba en lo cierto. Había gente que iba a subir al Mont Blanc llevando una bicicleta a modo de mochila.
Formábamos cuatro cordadas, ya que éramos diez personas. Yo iba con Santi y su mujer, Ana. Las cordadas de guías con clientes se identificaban rápidamente: un guía y una salchicha de personas detrás. Todo un riesgo.
Las imágenes que guardo ascendiendo en plena noche son inolvidables, con una interminable hilera de luces siguiendo un único camino en el hielo en plena oscuridad y con un cielo estrellado magnifico que nos anticipaba un día que fue muy frío pero excelente. No se podía pedir mejor escenario.
Con el ruidito monótono y continuo de los crampones, con su crac-crac en medio de un silencio profundo, fuimos ganando metros. No pasó mucho tiempo cuando vimos dos frontales que venían de vuelta. Eran Javier Aznar y Joan Gasull. Habían salido como cohetes y estando Joan con signos de mal de altura había sido un error salir dándole caña al cuerpo. La consecuencia fue la retirada y quedarse sin cumbre. De doce quedamos diez.
Recuerdo la salida del sol como el momento más inolvidable de la ascensión. De repente apareció el mundo bajo nuestros pies, ya que estábamos muy altos. Hice las primeras fotos, con aquella Nikon FA que llevaba (y que pesaba tanto) y que escondía dentro del anorak para evitar que se quedase congelada (ahora las digitales no tienen casi mecánica).
Fuimos haciendo alguna parada para picar y beber. Teníamos la intención de hacer la travesía, pasando en descenso por otro cuatro mil, el Pic Maudit, pero ya vimos que el horario no acompañaba y si bien hicimos la ascensión en travesía, la hicimos bajando por Grands Mulets. Dentro de todo tuvimos una visión doble del macizo. Como con este plan no íbamos a pasar por el Goûter llevábamos todo el equipo encima, que en aquellos tiempos pesaba todo mucho más que ahora. Saco, aislante, ropa de abrigo, comida, crampones, cuerda, piolet, arnés, Koflach en los pies (doble bota de plástico, algo totalmente novedoso entonces) etc. pesaban lo suyo y hacían la ascensión durilla.
Llegamos al Vallot (4.362 m.), que es un refugio de emergencia (una lata metálica cuadrada, aislada sobre el suelo para evitar las consecuencias de las descargas eléctricas que debe recibir a menudo) que se halla en la última roca que aflora antes de la cumbre. Este refugio ha salvado muchas vidas en caso de tormenta, que a estas alturas pueden ser temibles como dejó bien relatado Roger Frison-Roche en su libro El primero de cuerda. Las tormentas de nieve en esta zona provocaban la desorientación y pérdida de las cordadas, con consecuencias nefastas al vagar sin rumbo por estas amplias zonas de las laderas del Montblanc. Y digo provocaban porque ahora con un sencillo GPS este riesgo ha desaparecido.
En el Vallot, Ana dijo que no podía más y que tenía los pies congelados y se quedó allí (quedamos nueve). Una razón que nos impedía ya hacer la travesía por el Maudit, aunque ya sospechábamos que el horario (las condiciones de la noche pasada, que no nos permitieron descansar se hacían bien patentes) no nos lo permitiría.
Pasamos la aérea cresta de las Bosses y la ascensión se fue haciendo sublime. La gente, después de tantas horas se había dispersado y la llegada a la cumbre fue, dentro de todo, bastante solitaria. Momento inolvidable (más o menos las diez horas) que siempre estará entre mis mejores recuerdos. Satisfacción en el grupo al conseguir el objetivo.
¡Que frío! Pero, ¡qué vista y que sentimientos! Mira por donde, mi primera visita a los Alpes y ya estaba pisando al primer intento su punto más alto.
Poca gente en la cumbre y entre los que llegaron estaban “los ciclistas”. Llegaron, desplegaron las bicis y se sacaron los anoraks. Se pusieron un smoking con pajarita incluida y se hicieron unas fotos: en la cumbre del Mont Blanc en bici y con smoking. ¡Lo que había que hacer cuando aún no existía el PhotoShop!
Y tocaba descender. Cramponear en descenso siempre es más complicado y la aérea cresta de Les Bosses (para mi una experiencia inédita) me los ponían de corbata. Pero para esto estaba tío Santi, especialista en darme confianza como pude comprobar muchas veces poco tiempo después, ya sea haciendo la Cresta del Diablo, el Malló Pisón o la Norte de la Chardonnet. Santi, (al igual que Xavi, que también formaba otra cordada), es de esas personas que saben sacar siempre lo mejor de la gente que está en el otro extremo de la cuerda.
Pasamos por el Refugio Vallot para recoger a Ana, que estaba muerta de frío, con los pies congelados, y cambiamos de vertiente descendiendo por Grands Mulets. Recorrido que fuimos advirtiendo como peligroso ya que la abundante nieve caída los días anteriores provocaba avalanchas innumerables. Descubrí ya entonces (¡1985!) que los Alpes eran otra cosa, cuando vi pasar el helicóptero de salvamento varias veces por la avalanchosa ruta de descenso para verificar que nadie necesitaba ayuda. Niveles de servicio. Aquí, después de tanto tiempo, aún estamos a años luz.
Lo peor, duro y arriesgado del descenso vino al llegar a La Jonction, que es donde se juntan los glaciares de Bossons y Taconnaz. Su choque produce una auténtico caos y locura de grietas. En posteriores visitas a los Alpes nunca he vuelto a saltar tantas (y amplias) grietas como en ese tramo. En algunas había hasta que tomar carrerilla para dar un enorme salto y como íbamos cargados y encordados la cosa tenía su gracia. Leo que hoy en día en verano ya nadie hace este trayecto, que se ha ido degrando aún más. Si entonces el número de grietas era infinito, ahora debe ser intransitable.
Llegamos a la estación intermedia del teleférico del Midi a media tarde. Allí estaban mis chicas, Angelines y Laura esperándome llenas de alegría al ver la cara de satisfacción que traía, la misma satisfacción patriótica que mostraron los muchos españoles que estaban en la cola del teleférico, al ver que unos compatriotas habíamos alcanzado la cumbre, casi como si viniéramos del Everest.
Siguieron unos días de plácido descanso en ese bello y emblemático pueblo de los Alpes Franceses, ya masificado entonces, al pie del Mont Blanc, que es Chamonix. Días después partimos para el Refugio Albert I para ascender a la Tour Noir por el couloir de la Y.
Ascensión efectuada el 7/8-Agosto-1985.
Fotos (click en la foto para verla a mayor tamaño).
Arriba. El grupo en la cima.
Abajo:
1) Practicando en el glaciar de Bossons a la espera del buen tiempo.
2 y 3) Esperando subir en el teleférico de Les Houches.
4) Caminando del teleférico al tren cremallera.
5) Esperando el tren.
6 y 7) El tren cremallera. Una reliquia que seguro que ya ha sido renovada.
8 y 9) Aproximándonos al espolón de subida.
10) Espolón y Goûter a la vista.
11) Aproximándome al couloir del susto. Detrás va el sevillano.
12) Refugio del Goûter. Espléndido suelo donde dormir.
13) Amanece cuando ya llevamos bastantes metros ascendidos. El sol sale por detrás del Mont Maudit.
14) El color rosa del amanecer pinta la cumbre del Mont Blanc. Podemos cerrar las frontales.
15) Llegamos al Vallot. En esta foto un edificio anexo, no utilizable.
16) El Vallot desde una cota superior.
17) Un descansito. Se nota la altura.
18) Tramo final.
19) Les Bosses. Se afila la arista y empiezan los cruces de las cordadas que suben y las que ya bajan.
20-24) ¡Cumbre!
25) Con Laura en el monumento a los primeros conquistadores del Mont Blanc.
26) Con Laura y su inseparable corderito en el monumento a Balmat en La Maison de la Montagne.
Como muchos de los compañeros iban con sus familias, me acompañó la mía y Laura, que contaba tan sólo cuatro años, se lo pasó en grande yendo de camping por primera vez en su vida.
Nada más empezar las vacaciones de Agosto nos trasladamos a Chamonix, en un viaje que entonces costaba muchas más horas que ahora. Los comienzos no pudieron ser peores y un gran marrón se nos vino encima, durando tres o cuatro días. La bajada de temperatura fue impresionante y las nevadas llegaron hasta el bosque que teníamos enfrente, más o menos a la altura del primer tramo del teleférico de l’Aiguille du Midi.
Matamos el tiempo como podíamos. Si la roca se secaba nos íbamos a Les Gaillands, que es una pared cercana al pueblo que se utiliza como escuela de escalada, pero que ya entonces mostraba signos de estar super usada y estaba sobadísima. También nos fuimos al final del glaciar de Bossons a practicar lo que entonces eran nuevas técnicas de escalada en hielo (tracción con dos herramientas) y donde tuve el encuentro con una ventanilla de un avión, estrellado hacía años en la cumbre del Montblanc, el Malabar Princess.
El gran marrón dejó temperaturas de cinco bajo cero en la cumbre del Mont Blanc y una buena capa de nieve.
Cuando la meteo, que íbamos a leer cada día a La Maison de la Montaigne, nos anunció que tendríamos un excelente agujero de tiempo, decidimos acometer la ascensión al Mont Blanc y nos fuimos a mediodía hacia Les Houches, donde un teleférico lleva hasta el tren cremallera (Bellevue, 1.794 m.) que acaba en el Nid d'Aigle. Excelente este desplazamiento ya que empiezas la ascensión por una vertiente que no es la de Chamonix y las vistas son completamente diferentes.
Desde el tren cremallera (estación del Nido de Aguila - 2.380 m.) se trataba de llegar en la misma tarde al Refugio de l'Aiguille de Goûter a 3.817 m. (refugio guardado más alto de Francia). La avalancha de gente fue impresionante, ya que al estar tantos días impracticable la ascensión por el mal tiempo, y ser comienzos de Agosto, se acumularon como trescientas personas con el mismo objetivo. Obviamente no había sitio en el refugio y teníamos claro que dormiríamos en el suelo y cenaríamos de lo que dispusiesen nuestras mochilas.
Puede ser que la parte más complicada de esta ascensión sea la subida al Refugio. De hecho alcanzar el Dom de Goûter es ya una ascensión en sí, alcanzandose los 3.800 m., con casi 1.500 m. de desnivel de subida. La ascensión se hace en su trayecto final por un espolón rocoso que estaba en condiciones de mixto por las nevadas caídas. Nada fácil subirlo en ese estado, más aún cuando no vas aclimatado y la altura se deja notar.
Así, uno de los compañeros, Joan Gasull, con quien me veo de vez en cuando en Can Caralleu, empezó a manifestar mal de altura en el tramo final, sufriendo lo suyo para llegar.
Previamente a la ascensión al espolón que lleva hasta el mismo Goûter, hay (había) una travesía de un couloir que baja al lado del espolón. Vi que había un cable en toda su travesía y que no era posible utilizarlo ya que pasaba por encima de nuestras cabezas. Su uso estaba previsto para la primavera, donde el grosor de nieve es mayor y se transita a su altura. Se pretende con este cable asegurar a la gente en la travesía del corredor nevado y en caso de avalancha evitar ser arrastrado.
Recuerdo pasar el couloir pensando lo arriesgado que debía ser cruzarlo en primavera. Iba solo y me seguía un poco más lejos un sevillano. Y de repente, entre los dos (yo acababa de cruzar y él aún no lo había hecho), nos paso una enorme avalancha provocada por gente que con poco nivel para descender por la ruta habitual del espolón se había metido erróneamente en el culoir pensando que era más fácil. Como las nevadas de los días anteriores habían acumulado gran cantidad de nieve, no pensaron los incautos que podían provocar una avalancha. Un buen susto. Veo en fotos actuales que en Agosto tal couloir es una canal de piedra. Cosas del cambio climático…
Descubrí rápidamente que los peligros surgen donde menos lo esperas. Seguimos ruta arriba comentando el sobresalto con el sevillano, que se había quedado más blanco que la propia nieve. Ahora a este “Grand Couloir” ya lo han bautizado de diversas maneras: "bolera", "canal de la muerte" o "ruleta rusa".
Llegamos ya al Goûter muy avanzada la tarde y toda nuestra labor fue delimitar una zona en el suelo del comedor del Refugio de la cual nos apoderaríamos cuando acabasen de servir las cenas y así colocar nuestros aislantes para poner los sacos e intentar dormir un poco. En guardia para conseguir "cama" ya no salí del refugio y no hice fotos. Una pena.
Así que esperamos que acabaran de cenar y en cuanto se despejó el comedor atacamos todos en busca de parcela. Justito fue y alguno tuvo que dormir en zonas próximas a la puerta que, con las temperaturas que había, disfrutaron de una noche inolvidable.
A media noche Joan volvió a manifestar mal de altura y todo justo me escapé de sus repentinos vómitos. Mira por donde, con lo apretaditos que estábamos, se hizo milagrosamente espacio a su alrededor.
A las dos de la mañana nos levantamos (la movida fue total, y había que levantarse, quieras o no, so pena de ser pisoteado) y a las tres ya estábamos fuera dispuestos a pasar frío. Poniéndome los crampones vi brillar una bicicleta plegable atada a una mochila. Debe ser la altura y ya veo visiones, pensé. Pero no, estaba en lo cierto. Había gente que iba a subir al Mont Blanc llevando una bicicleta a modo de mochila.
Formábamos cuatro cordadas, ya que éramos diez personas. Yo iba con Santi y su mujer, Ana. Las cordadas de guías con clientes se identificaban rápidamente: un guía y una salchicha de personas detrás. Todo un riesgo.
Las imágenes que guardo ascendiendo en plena noche son inolvidables, con una interminable hilera de luces siguiendo un único camino en el hielo en plena oscuridad y con un cielo estrellado magnifico que nos anticipaba un día que fue muy frío pero excelente. No se podía pedir mejor escenario.
Con el ruidito monótono y continuo de los crampones, con su crac-crac en medio de un silencio profundo, fuimos ganando metros. No pasó mucho tiempo cuando vimos dos frontales que venían de vuelta. Eran Javier Aznar y Joan Gasull. Habían salido como cohetes y estando Joan con signos de mal de altura había sido un error salir dándole caña al cuerpo. La consecuencia fue la retirada y quedarse sin cumbre. De doce quedamos diez.
Recuerdo la salida del sol como el momento más inolvidable de la ascensión. De repente apareció el mundo bajo nuestros pies, ya que estábamos muy altos. Hice las primeras fotos, con aquella Nikon FA que llevaba (y que pesaba tanto) y que escondía dentro del anorak para evitar que se quedase congelada (ahora las digitales no tienen casi mecánica).
Fuimos haciendo alguna parada para picar y beber. Teníamos la intención de hacer la travesía, pasando en descenso por otro cuatro mil, el Pic Maudit, pero ya vimos que el horario no acompañaba y si bien hicimos la ascensión en travesía, la hicimos bajando por Grands Mulets. Dentro de todo tuvimos una visión doble del macizo. Como con este plan no íbamos a pasar por el Goûter llevábamos todo el equipo encima, que en aquellos tiempos pesaba todo mucho más que ahora. Saco, aislante, ropa de abrigo, comida, crampones, cuerda, piolet, arnés, Koflach en los pies (doble bota de plástico, algo totalmente novedoso entonces) etc. pesaban lo suyo y hacían la ascensión durilla.
Llegamos al Vallot (4.362 m.), que es un refugio de emergencia (una lata metálica cuadrada, aislada sobre el suelo para evitar las consecuencias de las descargas eléctricas que debe recibir a menudo) que se halla en la última roca que aflora antes de la cumbre. Este refugio ha salvado muchas vidas en caso de tormenta, que a estas alturas pueden ser temibles como dejó bien relatado Roger Frison-Roche en su libro El primero de cuerda. Las tormentas de nieve en esta zona provocaban la desorientación y pérdida de las cordadas, con consecuencias nefastas al vagar sin rumbo por estas amplias zonas de las laderas del Montblanc. Y digo provocaban porque ahora con un sencillo GPS este riesgo ha desaparecido.
En el Vallot, Ana dijo que no podía más y que tenía los pies congelados y se quedó allí (quedamos nueve). Una razón que nos impedía ya hacer la travesía por el Maudit, aunque ya sospechábamos que el horario (las condiciones de la noche pasada, que no nos permitieron descansar se hacían bien patentes) no nos lo permitiría.
Pasamos la aérea cresta de las Bosses y la ascensión se fue haciendo sublime. La gente, después de tantas horas se había dispersado y la llegada a la cumbre fue, dentro de todo, bastante solitaria. Momento inolvidable (más o menos las diez horas) que siempre estará entre mis mejores recuerdos. Satisfacción en el grupo al conseguir el objetivo.
¡Que frío! Pero, ¡qué vista y que sentimientos! Mira por donde, mi primera visita a los Alpes y ya estaba pisando al primer intento su punto más alto.
Poca gente en la cumbre y entre los que llegaron estaban “los ciclistas”. Llegaron, desplegaron las bicis y se sacaron los anoraks. Se pusieron un smoking con pajarita incluida y se hicieron unas fotos: en la cumbre del Mont Blanc en bici y con smoking. ¡Lo que había que hacer cuando aún no existía el PhotoShop!
Y tocaba descender. Cramponear en descenso siempre es más complicado y la aérea cresta de Les Bosses (para mi una experiencia inédita) me los ponían de corbata. Pero para esto estaba tío Santi, especialista en darme confianza como pude comprobar muchas veces poco tiempo después, ya sea haciendo la Cresta del Diablo, el Malló Pisón o la Norte de la Chardonnet. Santi, (al igual que Xavi, que también formaba otra cordada), es de esas personas que saben sacar siempre lo mejor de la gente que está en el otro extremo de la cuerda.
Pasamos por el Refugio Vallot para recoger a Ana, que estaba muerta de frío, con los pies congelados, y cambiamos de vertiente descendiendo por Grands Mulets. Recorrido que fuimos advirtiendo como peligroso ya que la abundante nieve caída los días anteriores provocaba avalanchas innumerables. Descubrí ya entonces (¡1985!) que los Alpes eran otra cosa, cuando vi pasar el helicóptero de salvamento varias veces por la avalanchosa ruta de descenso para verificar que nadie necesitaba ayuda. Niveles de servicio. Aquí, después de tanto tiempo, aún estamos a años luz.
Lo peor, duro y arriesgado del descenso vino al llegar a La Jonction, que es donde se juntan los glaciares de Bossons y Taconnaz. Su choque produce una auténtico caos y locura de grietas. En posteriores visitas a los Alpes nunca he vuelto a saltar tantas (y amplias) grietas como en ese tramo. En algunas había hasta que tomar carrerilla para dar un enorme salto y como íbamos cargados y encordados la cosa tenía su gracia. Leo que hoy en día en verano ya nadie hace este trayecto, que se ha ido degrando aún más. Si entonces el número de grietas era infinito, ahora debe ser intransitable.
Llegamos a la estación intermedia del teleférico del Midi a media tarde. Allí estaban mis chicas, Angelines y Laura esperándome llenas de alegría al ver la cara de satisfacción que traía, la misma satisfacción patriótica que mostraron los muchos españoles que estaban en la cola del teleférico, al ver que unos compatriotas habíamos alcanzado la cumbre, casi como si viniéramos del Everest.
Siguieron unos días de plácido descanso en ese bello y emblemático pueblo de los Alpes Franceses, ya masificado entonces, al pie del Mont Blanc, que es Chamonix. Días después partimos para el Refugio Albert I para ascender a la Tour Noir por el couloir de la Y.
Ascensión efectuada el 7/8-Agosto-1985.
Fotos (click en la foto para verla a mayor tamaño).
Arriba. El grupo en la cima.
Abajo:
1) Practicando en el glaciar de Bossons a la espera del buen tiempo.
2 y 3) Esperando subir en el teleférico de Les Houches.
4) Caminando del teleférico al tren cremallera.
5) Esperando el tren.
6 y 7) El tren cremallera. Una reliquia que seguro que ya ha sido renovada.
8 y 9) Aproximándonos al espolón de subida.
10) Espolón y Goûter a la vista.
11) Aproximándome al couloir del susto. Detrás va el sevillano.
12) Refugio del Goûter. Espléndido suelo donde dormir.
13) Amanece cuando ya llevamos bastantes metros ascendidos. El sol sale por detrás del Mont Maudit.
14) El color rosa del amanecer pinta la cumbre del Mont Blanc. Podemos cerrar las frontales.
15) Llegamos al Vallot. En esta foto un edificio anexo, no utilizable.
16) El Vallot desde una cota superior.
17) Un descansito. Se nota la altura.
18) Tramo final.
19) Les Bosses. Se afila la arista y empiezan los cruces de las cordadas que suben y las que ya bajan.
20-24) ¡Cumbre!
25) Con Laura en el monumento a los primeros conquistadores del Mont Blanc.
26) Con Laura y su inseparable corderito en el monumento a Balmat en La Maison de la Montagne.