Como siempre Krugman dejando claras las cosas. Gracias.
Es evidente, desde hace tiempo, que la creación del euro fue un terrible error. Europa nunca tuvo las condiciones previas para una moneda única de éxito, por encima de todo, el tipo de unión fiscal y bancaria que, por ejemplo, asegura que cuando la burbuja inmobiliaria estalla en Florida, Washington protege automáticamente a la tercera edad de cualquier amenaza sobre su atención sanitaria o sobre sus depósitos bancarios.
Es evidente, desde hace tiempo, que la creación del euro fue un terrible error. Europa nunca tuvo las condiciones previas para una moneda única de éxito, por encima de todo, el tipo de unión fiscal y bancaria que, por ejemplo, asegura que cuando la burbuja inmobiliaria estalla en Florida, Washington protege automáticamente a la tercera edad de cualquier amenaza sobre su atención sanitaria o sobre sus depósitos bancarios.
Abandonar una unión monetaria es, sin embargo, una decisión mucho más
difícil y más aterradora que nunca; hasta ahora las economías con más
problemas del Continente han dado un paso atrás cuando se encontraban al
borde del abismo. Una y otra vez, los Gobiernos se han sometido a las
exigencias de dura austeridad de los acreedores, mientras que el Banco Central Europeo ha logrado contener el pánico en los mercados.
Pero la situación en Grecia ha alcanzado lo que parece ser un punto
de no retorno. Los bancos están cerrados temporalmente y el Gobierno ha
impuesto controles de capital (límites al movimiento de fondos al
extranjero). Parece altamente probable que el Ejecutivo pronto tendrá
que empezar a pagar las pensiones y los salarios en papel, lo que, en la
práctica, crearía una moneda paralela. Y la semana que viene el país va
a celebrar un referéndum sobre la conveniencia de aceptar las
exigencias de la troika —las instituciones que representan los intereses
de los acreedores— de redoblar, aún más, la austeridad.
Grecia debe votar "no", y su Gobierno debe estar listo para, si es necesario, abandonar el euro.
Para entender por qué digo esto, debemos primero ser conscientes de
que la mayoría de cosas —no todas, pero sí la mayoría— que hemos oído
sobre el despilfarro y la irresponsabilidad griega son falsas. Sí, el
gobierno griego estaba gastando más allá de sus posibilidades a finales
de la década de los 2000. Pero, desde entonces ha recortado
repetidamente el gasto público y ha aumentado la recaudación fiscal. El
empleo público ha caído más de un 25 por ciento, y las pensiones (que
eran, ciertamente, demasiado generosas) se han reducido drásticamente.
Todas las medidas han sido, en suma, más que suficientes para eliminar
el déficit original y convertirlo en un amplio superávit.
¿Por qué no ha ocurrido esto? Porque la economía griega se ha
desplomado, en gran parte, como consecuencia directa de estas
importantes medidas de austeridad, que han hundido la recaudación.
Y este colapso, a su vez, tuvo mucho que ver con el euro, que atrapó a
la economía griega en una camisa de fuerza. Por lo general, los casos
de éxito de las políticas austeridad —aquellos en los que los países
logran frenar su déficit fiscal sin caer en la depresión—, llevan
aparejadas importantes devaluaciones monetarias que hacen que sus
exportaciones sean más competitivas.
Esto es lo que ocurrió, por
ejemplo, en Canadá en la década de los noventa, y más recientemente en
Islandia. Pero Grecia, sin divisa propia, no tenía esa opción.
¿Quiero decir con esto que sería conveniente el Grexit —la
salida de Grecia del euro—? No necesariamente. El problema del Grexit ha
sido siempre el riesgo de caos financiero, de un sistema bancario
bloqueado por las retiradas presa del pánico y de un sector privado
obstaculizado tanto por los problemas bancarios como por la
incertidumbre sobre el estatus legal de las deudas. Es por eso que los
sucesivos gobiernos griegos se han adherido a las exigencias de
austeridad, y por lo que incluso Syriza , la coalición de izquierda en
el poder, estaba dispuesta a aceptar una austeridad que ya había sido
impuesta. Lo único que pedía era evitar una dosis mayor de austeridad.
Pero la troika ha rechazado esta opción. Es fácil perderse en los
detalles, pero ahora el punto clave es que los acreedores han ofrecido a
Grecia un "tómalo o déjalo", una oferta indistinguible de las políticas
de los últimos cinco años.
Esta oferta estaba y está destinada a ser rechazada por el primer
ministro griego, Alexis Tsipras: no puede aceptarla porque supondría la
destrucción de su razón política de ser. Por tanto, su objetivo debe ser
llevarle a abandonar su cargo, algo que probablemente sucederá si los
votantes griegos tanto la confrontación con la troika como para votar sí
la semana que viene.
Pero no deben hacerlo por tres razones. En primer lugar, ahora
sabemos que la austeridad cada vez más dura es un callejón sin salida:
tras cinco años, Grecia está en peor situación que nunca. En segundo
lugar, prácticamente todo el caos temido sobre Grexit ya ha sucedido.
Con los bancos cerrados y los controles de capital impuestos, no hay
mucho más daño que hacer.
Por último, la adhesión al ultimátum de la troika conllevaría el
abandono definitivo de cualquier pretensión de independencia de Grecia.
No nos dejemos engañar por aquellos que afirman que los funcionarios de
la troika son sólo técnicos que explican a los griegos ignorantes lo que
debe hacerse. Estos supuestos tecnócratas son, en realidad,
fantaseadores que han hecho caso omiso de todos los principios de la
macroeconomía, y que se han equivocado en cada paso dado. No es una
cuestión de análisis; es una cuestión de poder: el poder de los
acreedores para tirar del enchufe de la economía griega, que persistirá
mientras salida del euro se considere impensable.
Así que es hora de poner fin a este inimaginable. De lo contrario
Grecia se enfrentará a la austeridad infinita y a una depresión de la
que no hay pistas sobre su final.
Paul Krugman recibió el premio Nobel de Economía en 2008.