Los becarios de El País nos obsequian hoy con otra de sus
ocurrencias. Nos dicen que un kilogramo ya no son 1.000 gramos, que son
más. En realidad nos quieren decir otra cosa, pero aún les falta mucho por
aprender, aunque cuando sepan más los cambiarán por otros becarios y así
podremos seguir agradeciendo titulares como este.
Lo que pretenden explicarnos es que el cilindro de platino que lo define ya
no pesa un kilo: ha engordado después de tantos años (será para compensar que
el euro adelgaza y cada vez nos dan menos por él). No es mucho, apenas unos
microgramos, pero la importancia de la unidad de masa es tanta que habrá que
arreglarlo. A lo mejor es suficiente con lavarlo, digo yo. Años y años y la
micro-roña se va adhiriendo a todo.
En el mundo no hay solo un patrón de un kilo. Cuando se estableció esta
unidad en 1875 se hicieron una serie de copias homologadas que se repartieron
por distintos países. A Reino Unido llegó la número 18, y es con esa con la que
ha hecho un estudio la Universidad de Newcastle comprobando (gracias a las básculas
actuales que pueden pesar con gran precisión) que no pesa un kilo.
La pregunta del millón es si las 18 copias son iguales y si en esa época se
podía hacer un “kilo” con tanta precisión, lo cual creo que era imposible,
tanto el hacerlo, como el pesarlo. Lo más probable es que un kilo nunca pesó un kilo y están descubriendo
la sopa de ajo.
Coincide este artículo de hoy con la lectura del libro que precisamente estoy
finalizando y que versa sobre el gran matemático francés Laplace (Laplace, el
matemático de los cielos, Javier Bergasa Liberal, Ed. Nivola).
Precisamente Laplace (que era bastante impresentable y trepa, pero cuya obra
supuso un gran avance en Matemáticas y en la Mecánica Celeste así como en el cálculo
de Probabilidades) fue uno de los Ilustrados que apoyó la implantación del
sistema métrico decimal. La reforma triunfó a base de muchos años a excepción
de los anglosajones que son muy suyos y la milla es la milla (*).
Indicar que los tenderos (o sea los empresarios de entonces) querían un
sistema de medida con base doce, ya que se podían hacer mitades y cuartos fácilmente.
El metro nació en 1792, en plena Revolución Francesa, y tomó, como ya
sabemos, como base el meridiano terrestre. Se dividió la longitud del cuadrante
entre 10 millones y ¡voilá! ya tenemos metro. Pero la medición que llevaron a
cabo Méchain y Delambre (hay un libro excelente sobre la aventura de estos dos caballeros para obtener la medición del meridiano: La medida de todas las cosas) en la que dejaron literalmente la piel con un esfuerzo
de seis años, midiendo el meridiano Dunkerke-Barcelona, fue, como cabía esperar
con la instrumentación y metodología de aquellos tiempos, errónea. Resulta que
el cuadrante tiene 10.001.966 de metros. Un pequeño error, dentro de todo,
teniendo en cuenta la época.
Pasar la temperatura a grados centígrados también fue una odisea. Se
utilizaba la escala Réaumur, que tomaba los puntos de congelación (0 C) y ebullición
del alcohol (80 C). Y los ingleses a lo suyo, y así siguen aún con la escala Fahrenheit.
También intentaron cambiar las horas, minutos y segundos a base diez y el
calendario también, con semanas de diez días. Por lo tanto solo había un finde
cada diez días. No voy a seguir con el tema no sea que de ideas para ser más
competitivos. Todo ello fracasó y seguimos con los 60 minutos, 60 segundos y 24
horas. Un lío al que ya estamos acostumbrados y mejor no cambiarlo.
Las medidas de superficie también se basaron en el metro (área, hectárea).
El kilo lo determinó Lavoisier. A pesar del invento lo guillotinaron por
otras razones. En aquella época no se
iban con chiquitas. A Rato, en vez de darle un cargo en Telefónica (bueno, en
Palomas Mensajeras, S.A.) le habrían dado un cargo en el más allá.
Lavoisier bautizó el kilo con el nombre de grave, que era el peso de una
pinta de agua destilada a la temperatura de fusión del hielo. Pero la cosa se
complicó ya que Lèfevre-Gineau y Fabroni llegaron a la conclusión (ya
decapitado Lavoisier) de que no podían enfriar agua líquida hasta exactamente
los 0 grados C requeridos y que, además, la máxima densidad del agua se alcanza
a los 4 grados C y no a 0 C
como se había supuesto. Debido a esto el kilo ya nació mal momentáneamente, con
un peso de 0,999972 kg.
Y finalizo el artículo como lo he empezado: si un kilo pesa más, también lo
pesan sus gramos, queridos becarios de El País. Lástima que ya no estén a tiempo de cambiar el
título y hacer el ridículo en la versión impresa.
(*) De todas las medidas que mantienen los anglosajones hay que reconocer
que la milla tiene su razón de ser, ya que una milla es aproximadamente la
longitud de un arco de 1' (un minuto, la sesentava parte de un grado) de
meridiano terrestre y esto para la navegación facilita muchos las cosas. Los
barcos y aviones siguen funcionando con millas.
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