Como nos va a caer una tormenta de artículos sobre Mandela,
escribo cuatro líneas para dejar una cosa clara: Mandela acabó con el
Apartheid, pero los negros viven más miserablemente que cuando existía éste.
Un proceso de transición muy bien llevado, convenciendo a
los racistas blancos de que tanto daba compartir el autobús con los negros si
al final el poder y el dinero seguían en los mismos bolsillos.
Nada mejor que leer lo que escribió el historiador Josep
Fontana en su monumental obra “Por el bien del Imperio” (págs. 370-372) sobre
el tema. Leeremos que el sucesor de Mandela, Thabo Mbeki, fracasó en su
actuación frente al problema de la población negra. De nada sirvió el programa
denominado Black Economic Empowerment, promovido por el poder blanco para
prevenirse contra las propuestas post-apartheid de nacionalización y que han
llevado a la corrupción del poder negro y a aumentar la desigualdad social
mientras un puñado de negros se enriquece.
Un gobierno corrompido que se gastó cinco mil millones de
dólares en un campeonato del mundo de fútbol para vender la moto de que
jugadores blancos y negros jugaban en el mismo equipo. Cinco mil millones gastados
en un país que necesita aliviar sus graves problemas de desigualdad.
También la reforma agraria basada en compras del gobierno
que iba a proporcionar tierras a los “cultivadores africanos” no se ha llevado
a cabo.
Cuando se empezó a vislumbrar que se iban a producir
invasiones de tierras y que el Movimiento de desempleados denunciaba que el
partido que lideró Mandela, el ANC, había degenerado en una asociación de
élites rapaces, decididas a usar el estado para saquear a la sociedad,
justificando así la revuelta de los pobres, el gobierno decidió hacer frente a
esta situación dando a la policía poderes paramilitares equivalentes a los de
la era del apartheid, y votando una ley de Protección de la Información destinada
a impedir que los periodistas denunciasen la corrupción política.
Y ahora voy a establecer un paralelismo con España, aunque
en principio suene a raro. Nuestro país vivía su propio apartheid, en que los
negros en este caso eran las izquierdas políticas
y los trabajadores. Fallecido el Dictador, aglutinante del fascismo político y
el poder económico, el problema era salir del apartheid sin perder el timón (y
el bolsillo). Nuestro Mandela particular no estaba entre los “negros”. Lo
buscaron entre los blancos y se llamó Adolfo Suárez, quien convenció a los
cuatro racistas blancos que quedaban (los defensores del
“régimen” y el ejército) para que permitiesen un proceso de transición (tan alabado
y ahora vamos viendo por qué) para lavar la cara al fascismo y homologar
nuestro país entre las democracias.
Poco a poco hemos visto (y en los últimos años de forma salvaje),
como los negros hispánicos (los currantes) han ido perdiendo renta y poder, y
las élites económicas han vuelto las aguas a su cauce, con la corrupción manifiesta
de los dirigentes políticos de los negros (y más aún de los blancos) que no dudan en sacrificar los
intereses de estos en beneficio propio. Así tenemos a los negros españoles (los
trabajadores) cada vez más revueltos y más reivindicativos, pero al igual que
en Sudáfrica, estamos asistiendo a un proceso que otorga cada vez más poder a
la policía (ver la futura Ley Fernández) para así poder mantener el maravilloso
statu quo que ha devuelto a España a la época franquista, pero con homologación
democrática.
Vamos en el mismo autobús para lo que interesa, pero el dinero y el poder retornan a los bolsillos de siempre y estos no van precisamente en autobús.
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