Ha sido noticia esta semana. España ha ingresado en el Club de los millonarios. Ya somos el décimo país del mundo con más millonarios. Exactamente 148.000. (cómo siempre que aparecen estas cifras, me pregunto quién y cómo los ha contado, porque según los datos de Hacienda hay menos).
No es de extrañar. Los españoles nos hemos puesto a la altura de estos países privilegiados gracias a que hemos creado riqueza a través de nuestros productos y servicios desarrollados estos últimos años. Nuestra balanza comercial tiene superávit, ya que exportamos cada vez más productos al extranjero, fruto de nuestra tecnología avanzada, nuevas patentes y know how. Nuestras marcas son conocidas a lo largo del mundo.
Supongo que llegados a este punto ya os estaréis partiendo de risa. Evidentemente las nuevas fortunas no se han creado de esta forma. ¿Cómo se han hecho, pués?
Hasta hoy, nadie en la prensa se había atrevido a mencionarlo.
Pero si es muy evidente. Si tenemos grandes fortunas y no provienen del comercio con el exterior, se han de haber formado por acumulación de dinero nacional. Supongo que ya vais cayendo. Efectivamente, el ladrillo es el padre de la criatura.
Como contrapartida a la riqueza tenemos que otros españoles deben ya el 125% del PIB. Un endeudamiento astronómico labrado con hipotecas a 20, 30 y 40 años.
Mientras los millonarios ya tienen el dinero en el bolsillo, la banca, que soporta la deuda, asume el riesgo de ir cobrándola.
Fortunas labradas gracias a la explotación, una vez más de las personas, esta vez a través de una de las necesidades básicas de todo individuo: la vivienda.
En la foto, Amancio Ortega, propietario de Zara, el number one de los millonarios españoles.
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