Me hallaba en el estrecho de Aznar, que separa las aguas del Mediterráneo de las del Pacífico, asistiendo al espectáculo de ese formidable viento huracanado que de forma creciente e imparable invade las tierras de España.
La fuerza de este viento es tal, que ya casi es imposible cruzar este estrecho en dirección hacia el Pacífico y por lo tanto nadie puede ya salir navegando de España. A diario muchos barcos lo intentan, pero pocos lo consiguen. He amarrado mi velero, agotado, en un lugar a sotavento, tras un peñasco, después de haber conseguido cruzarlo con gran sufrimiento, pero como al otro lado las condiciones de mar y viento mantenían su crudeza, he virado en redondo, regresando de nuevo.
Me he venido caminando lentamente (el viento no permite hacerlo de otra forma) hasta un chiringuito, desde el que escribo estas líneas, que es lugar muy concurrido por los turistas de todo el orbe, desde donde se domina esta demostración de las fuerzas de la naturaleza, ya que, además del viento, el mar ofrece formas imposibles de ver en otros lugares del planeta, pues aquí las olas no tienen dirección y presentan lo que los navegantes llaman una mar confusa y se van agolpando de tal forma las masas de agua que hasta incluso tiene pendiente y forma una especie de muro, y eso, además del viento, es lo que impide el paso a los navíos.
Dicen algunos que el origen de este mal está en los molinos eólicos nucleares que ha instalado Irán y que han alterado la meteorología de tal forma que el clima ha cambiado en todo el mundo.
La realidad es que este viento que invade España ha trastornado gravemente a la gente de nuestro país. Las visitas a los médicos y las bajas laborales, así como el consumo de ansiolíticos (como ocurre en Fornells, Menorca, cuando sopla Norte durante días), han aumentado de tal forma que la productividad del país se ha hundido. Muchas son las empresas que están cerrando, imposibilitadas de seguir produciendo. La Banca se ha visto también afectada por este huracán que se ha llevado al vuelo todos los billetes que había almacenado abundantemente en sus arcas los últimos años y ahora no puede prestar a nadie.
Además, nadie compra casas ya que las ventanas son inútiles ante tamaño viento, que lo rompe todo. Casi nadie vive como antaño, ya que en muchos hogares cala fuerte este viento infame.
Dice el Gobierno que no puede luchar contra gigantes, pero Rajoy le dice que son molinos y ha afirmado que tiene un plan para luchar contra “El Pacífico”, que así se le llama ya a este viento, aunque no quiere explicar en que consiste, ya que es un secreto.
A todo esto, mientras me tomaba una cerveza en este chiringuito, que, por cierto, lo regenta un chaval de Jerez de la Frontera, que está encantado con este vendaval, ya que le da de comer, he visto como pasaba mi hija por el camino que bordea el estrecho. Caminaba lentamente, contra la ventisca, ya que quería llegar también al Pacífico, envuelta en una especie de sari indio color naranja que le cubría incluso la cabeza, protegiéndola así del viento. La bella luz del atardecer que inundaba su rostro me ha permitido ver (o me lo ha parecido) que sus ojos me miraban por un breve instante, pero ha seguido caminando, indiferente, azotada por los torbellinos que bañaban todo en sal. Ya sé que últimamente no tiene tiempo para nada. Por eso la he dejado que siguiera tranquilamente su camino, sin decirle nada, sin molestarla.
A las 6.50 ha sonado el despertador y por un momento ha amainado el viento. Pero mientras desayunaba he puesto la radio y he oído a Rajoy recordar, cual gota malaya, que los molinos seguían girando. También he oído a los halcones Israelíes afirmar que su preferencia pasa por bombardear los molinos Iraníes, aunque, según indican los versados en la materia, si obran así incluso aumentará la fuerza de este vendaval, que todos saben que procede del Pacífico.
Nota:
Habrá que corregir a Calderón, ya que a veces los sueños, sueños no son.
Supongo que mi querida cuñada Magda, psicóloga, se lo pasará en grande leyendo (y analizando) uno de mis frecuentes sueños que, como este, son historias redondas. Cumplo así lo prometido de que relataría alguno de ellos.
Este lo he recortado, ya que la historia, ante la adversidad del mar, sigue en la montaña, exactamente en el Aneto, lugar que también es alcanzado inexorablemente por “El Pacífico”. Por cierto, a Benasque, en el sueño, llego navegando con mi velero...
Y mi hija hace seis días que no me llama (una barbaridad de tiempo) porque está haciendo un MBA y no tiene tiempo para nada. Es la parte más fácil de interpretar de este sueño.