El País ha publicado dos artículos intentando explicar las razones del fulgurante aumento de esta nueva formación política. Deben estar escritos para los que no se enteran de lo que ocurre. O no quieren verlo. Pero dentro de todo son interesantes, aunque están llenos, a estas alturas ya, de obviedades.
Esto debe ser para compensar los cuatro mil artículos que le lloverán al votante español de Podemos para meterle miedo en el cuerpo.
Peridis ya ha empezado.
Esto debe ser para compensar los cuatro mil artículos que le lloverán al votante español de Podemos para meterle miedo en el cuerpo.
Peridis ya ha empezado.
Las cuatro crisis de Podemos
Los partidos deben responder al desafío de un nuevo jugador
en el tablero político
Iglesias entra en campaña y se propone “ganar partido a
partido”
Luis García Tojar / Antón R. Castromil 12 ENE 2015 - 00:00
CET
Un fantasma recorre España: el fantasma de Podemos. Desde
las elecciones europeas de la primavera pasada, el sistema político español
está estresado por la amenaza de un objeto político no identificado que promete
una transformación radical del orden constitucional surgido de la Transición.
Partidos, instituciones representativas y medios de comunicación han de
responder al desafío de un nuevo jugador cuyo perfil no se adapta del todo a lo
que estábamos acostumbrados a ver.
Pero, ¿qué es Podemos? Por ahora esta pregunta sólo se puede
contestar de manera provisional. Aquí avanzaremos una respuesta alrededor de
cuatro elementos que manifiestan los efectos de una crisis económica y al menos
tres crisis políticas diferentes: de líderes, de discursos y de partidos.
1. Podemos es un movimiento social. Por lo que sabemos, la
mayoría del electorado de Podemos se nutre de dos fuentes: votantes frustrados
con el PSOE y el PP, por un lado, y abstencionistas tradicionales movilizados
por los efectos de la crisis económica en la que nos hallamos inmersos.
Empecemos por los votantes. La segunda legislatura de José
Luis Rodríguez Zapatero en el poder (2008-2011) se parece mucho a una fruta
cortada de cuajo por la mitad. El problema es que una parte se antoja una
naranja y la otra un limón. La naranja: Zapatero mantuvo durante meses su
intención de gestionar la crisis sorteando la penalización a las clases medias
y trabajadoras que se sugería desde Bruselas. El limón: la presión política y
mediática llegó a ser tan fuerte que el expresidente terminó por dar su brazo a
torcer. La consecuencia: la “salida social de la crisis”, principal encuadre
del PSOE, terminó hecha añicos encima de la mesa de una socialdemocracia en
descrédito. El PPSOE, tan coreado en las calles del 15M, estaba tomando carta
de naturaleza.
En este sentido, las elecciones de 2011 pueden entenderse
como un “puestos a recortar, que recorten los que saben”, en clara referencia
al PP. Rubalcaba recibía una herencia envenenada: un socialismo sin argumentos
y con el principal de sus encuadres inoperante. La crítica a la política del
recorte resultaba ya imposible y, con ello, su capacidad de maniobra. Y aquí
entra Podemos. Los ideólogos de la nueva formación no tuvieron más que dejar
pasar el tiempo y conectar con el descontento callejero. El verdadero logro de
la nueva formación tiene mucho más que ver con la comunicación del descontento
que subyace al PPSOE que en su propia creación. Gran parte de lo que surge a
partir del 15M y las distintas mareas reivindicativas (educación, sanidad,
vivienda…) se vuelve tangible mediante la marca Podemos.
Podemos es el suceso político más interesante en los últimos
30 años
En su momento fundacional, enero de 2014, corre ya por
España un poderoso movimiento social de rechazo al sistema donde confluyen
estos dos grupos frustrados, los viejos votantes del PPSOE y las nuevas
víctimas del precariado y el desempleo masivos. Podemos ha convertido en
círculos esas mareas: las ha fijado a objetivos políticos sin dejar de
mantenerlas en movimiento, por lo menos hasta ahora, lo que le proporciona una
fuente de energía política —carisma genuino, manufacturable en forma de
liderazgo pseudocarismático— de la que los grandes partidos carecen.
2. Podemos es una nueva elite política. Con Podemos entra en
juego un grupo de intelectuales de izquierda, universitarios, con conocimientos
y experiencia en el campo de la comunicación política (especialmente en América
Latina). Desde 2008, a partir del éxito de un programa de televisión local,
esta élite va entrando en la arena del poder y acuerda con las pequeñas
formaciones que pugnaban por representar a los indignados la creación de una
supermarca electoral de cara a las Europeas de mayo. Pablo Iglesias es la cara
principal del grupo, sin cuyo saber-hacer el voto de la frustración se habría
perdido entre logotipos.
3. Podemos es una nueva retórica política. ¿En qué consiste
este saber-hacer? La élite de Podemos es antes que otra cosa una élite
mediática, más concretamente televisiva. Tras curtirse en el formato de
tertulia política hooligan de las cadenas digitales, en 2013 los responsables
de Producciones CMI (Con Mano Izquierda) dan el salto a las cadenas
generalistas de televisión y se convierten en “estrellas” de programas como Las
mañanas de Cuatro y La sexta noche, que han popularizado una nueva manera de
hablar y por tanto hacer política, desde el partisanismo y la confrontación en
lugar del debate en busca de consenso. Podemos es, también, un ejemplo de
colonización del campo político por parte del campo mediático, proceso detectado
por el sociólogo Pierre Bourdieu (Sur la télévision, 1996) y sobre cuyas
consecuencias aún no se ha reflexionado lo suficiente.
Desde el punto de vista retórico, la gran victoria de esta
formación ha sido la imposición de la metáfora de la casta, con la que
movimiento y partido se dotan de objetivo además de cambiar el marco político
tradicional (izquierda-derecha), que dividía al electorado en dos mitades más o
menos iguales y legítimas, por otro que sitúa a todo el pueblo frente a un
enemigo común: banqueros, especuladores, troika y PPSOE. Es por eso que, para
desconcierto de algunos, Podemos pide el voto por la izquierda y la derecha y
sin duda es, desde el punto de vista técnico, un partido populista,
neopopulista o simplemente pop en el término acuñado por Gianpietro Mazzoleni y
Anna Sfardini (Politica pop, 2009). Aunque mejor es invertir el argumento: la
televisión ha convertido la política en política pop y Podemos es el primer
actor que en España se ha adaptado al nuevo juego.
4. Podemos es el resultado de un sistema político agotado.
El éxito de Podemos es también el fracaso del modelo de bipartidismo imperfecto
heredado de la Transición. Aunque existen excepciones, los partidos centrales
de nuestro arco parlamentario vienen actuando desde hace tiempo más como
defensores de privilegios —propios y ajenos— que como paladines del bien común.
En tiempo de bonanza no supieron enfriar la euforia, ni emplear la riqueza
nueva en medios de producción ligados a la innovación, y en la escasez no han
sabido explicar a una población adulta por qué y para qué es necesario tanto
sufrimiento. En definitiva, es difícil esquivar la conclusión de que nuestra
democracia necesita una reactivación. Y el partido de Pablo Iglesias gusta
porque se ofrece para llevarla a cabo.
Podemos es el suceso político más interesante ocurrido en
España en los últimos 30 años. Su futuro electoral es incierto y más aún lo son
las consecuencias que tendrá su emergencia sobre nuestro orden político. En
clave interna, la apuesta fundamental es el mantenimiento del matrimonio, mal
avenido también, entre movimiento social y partido político. Este objetivo
depende por completo de la alquimia entre televisión e Internet, territorios
respectivos de la élite y los círculos. Mientras pueda presentarse como ambas
cosas, la nueva formación tendrá una ventaja estratégica decisiva: nunca será
del todo casta. En clave externa, los demás partidos pueden temblar, si
quieren, o esforzarse en entender que con Podemos (e incluso a pesar de
Podemos, eso ya se verá) alcanza la mayoría de edad una ciudadanía más culta y
politizada, capaz de conectar problemas personales y contradicciones
colectivas. Un ciudadano que no ha existido nunca en la historia de España pide
la palabra frente a una estructura de poder cada vez más cerrada y opaca. Se va
definiendo así, más claramente, la cuestión social del siglo XXI.
Luis García Tojar y Antón R. Castromil son profesores de
Sociología y Opinión Pública en la Universidad Complutense de Madrid.
¿Cuánto podrá Podemos?
La mayoría de sus potenciales votantes no comparten la
ideología radical
Podemos ha pasado de representar la gran novedad sobre la
escena política nacional tras su irrupción en las elecciones europeas del
pasado 25 de mayo a ser un habitual de los primeros puestos en las encuestas de
intención de voto. Un invitado incómodo para casi todos. Para el PP y el PSOE
porque ha logrado romper —de momento solo en las encuestas— la dinámica
bipartidista protagonizada por ellos y que ha caracterizado el sistema de
partidos español en las últimas décadas. Para IU y UPyD (además de para otras
fuerzas minoritarias) porque les ha impedido capitalizar el desgaste electoral
de los dos grandes partidos que todas las encuestas pronosticaban ya con
anterioridad a la aparición de Podemos. Y para los partidos nacionalistas
porque parece haber roto el eje nacionalista-no nacionalista, que
tradicionalmente acaba configurando los apoyos electorales en algunas regiones,
logrando apoyos a ambos lados del eje (el coordinador general de CDC, Josep
Rull, ha llegado a definir a Podemos como “el caballo de Troya” del Estado
español contra el proceso soberanista catalán). La pregunta que muchos se hacen
es hasta cuándo aguantará en la fiesta este invitado. En otras palabras: ¿qué
futuro puede tener Podemos?
La respuesta —no fácil— a esta pregunta pasa por dos cuestiones
—que no son las únicas pero sí, probablemente, las principales—: quiénes son
los potenciales votantes de Podemos —definidos como aquellos electores que
manifiestan su intención de votar o su simpatía por este partido en el caso de
que unas hipotéticas nuevas elecciones generales tuvieran lugar de manera
inmediata— y, sobre todo, qué es lo que les lleva a confiar en esta formación
política.
El potencial votante de Podemos no difiere sustancialmente
de los potenciales votantes del resto de partidos en algunos rasgos básicos.
Son mayoría quienes actualmente tienen trabajo, quienes cuentan con estudios de
segundo grado, quienes residen en municipios de menos de 100.000 habitantes y
quienes se definen de clase media. Eso sí, entre ellos predominan los votantes
masculinos (característica compartida con los potenciales votantes de IU y
UPyD) y quienes se declaran no creyentes, ateos o agnósticos (coincidente con
IU). La edad media del potencial votante de Podemos es de 43 años, solo por
encima de la que tiene el potencial votante de UPyD (40).
La ciudadanía cree que el bipartidismo nos ha llevado a la
actual crisis
Ideológicamente, se posicionan en el 3.9 de la escala
izquierda/derecha (que consta de once puntos: de 0 a 10, correspondiendo el 0 a
un posicionamiento de extrema izquierda y el 10 a otro de extrema derecha), y
perciben a Podemos en el 2.8, es decir, más escorado a la izquierda de donde
ellos mismos se perciben. En términos de esta escala, los votantes potenciales
de Podemos resultan estar ideológicamente más cerca de los votantes potenciales
del PSOE (que se posicionan en el 4.2) que de su nuevo partido. Este es un
hecho nada sorprendente si se tiene en cuenta que entre el posible electorado
de Podemos predominan quienes en las elecciones de 2011 votaron a los
socialistas. Además, la mayoría se considera socialdemócrata o socialista y
solo un 7 % se define como comunista o radical de izquierdas, a pesar de que un
32 % utiliza estas mismas etiquetas para definir a Podemos. Se trata, pues, de
un electorado apreciablemente menos orientado a la izquierda respecto a cómo
perciben a la formación que dicen tener intención de votar. Es decir, no se
engañan.
¿Pueden estos pequeños desacoplamientos ideológicos
constituir el fermento de futuros desistimientos de la intención de voto por
Podemos manifestada ahora, en un momento en el que no hay elecciones a la vista
ni, por tanto, debates que propicien la clarificación ideológico-electoral? ¿O
no constituyen razón suficiente para dejar de apoyar en un futuro a la
formación liderada por Pablo Iglesias?
Los datos de intención de voto muestran una gran estabilidad
en los apoyos de Podemos. Desde que esta fuerza política emergió este pasado
otoño está disputando la hegemonía a PP y PSOE con una intención de voto que
oscila entre el 25 % y el 28 %. Una estabilidad que se explica fundamentalmente
por las razones que sustentan su apoyo: de forma sistemática una mayoría de sus
votantes admite apoyarles como resultado de la decepción y el desencanto con el
resto de partidos. Pero, ¿en qué consisten esta decepción y este desencanto?
El crecimiento de Ciudadanos se explica por los mismos
motivos que el ascenso del partido de Iglesias
En los últimos años, fruto de las múltiples crisis por las
que pasa nuestro país, la ciudadanía ha asociado gran parte de nuestros
problemas al bipartidismo. Consideran que la gestión de los dos grandes
partidos —PP y PSOE— es la que nos ha conducido a la situación actual. Así, el
bipartidismo se asocia con elementos tan negativos como la corrupción o la mala
gestión económica. De hecho, un año antes del surgimiento de Podemos tres de
cada cuatro españoles (74 %) ya pensaban que sería bueno para nuestro sistema
político que PP y PSOE dejaran de ser los dos únicos partidos predominantes en
la escena política y que pasaran a compartir el protagonismo con otros partidos
de ámbito nacional con los que tendrían que contar para configurar una mayoría
de Gobierno. Una opinión que ahora —ya con Podemos en la escena pública— sigue
expresando la misma proporción de ciudadanos. Con lo cual, este rechazo al
bipartidismo y a la corrupción son las grandes motivaciones que subyacen tras
el voto a Podemos, siendo mucho más relevantes que la posible alternativa
ideológica que puedan representar. Además, el deseo de acabar con el
bipartidismo es transversal a todos los grupos sociales e ideológicos, aunque
representa una motivación mayor para los votantes de izquierdas y moderados.
Estos mismos motivos descritos para el caso de Podemos son
los que parecen subyacer tras el crecimiento de Ciudadanos. El partido de
Albert Rivera —el líder político, hoy por hoy, mejor evaluado por la
ciudadanía— pasaría a ser en sus pocos meses de vida el cuarto más votado, por
delante de IU y UPyD. Un nuevo invitado incómodo que parece querer unirse a la
fiesta atrayendo fundamentalmente a una parte sustancial (en torno al 10 %) de
votantes desencantados del PP (y a los que la opción de Podemos no les acababa
de convencer ni siquiera para acabar con el bipartidismo).
Hay, por tanto, numerosas incertidumbres por despejar en los
próximos meses y no puede saberse cómo influirán en el voto a la formación de
Pablo Iglesias o a la del propio Rivera. Pero si la principal motivación que
está detrás de estos apoyos es propiciar el fin del bipartidismo, es muy
probable que el sistema de partidos pueda cambiar en nuestro país este 2015. La
pregunta que se vuelve cada vez más pertinente es: ¿aguantarán el embate el PP
y el PSOE?
José Pablo Ferrándiz es sociólogo y vicepresidente de
Metroscopia, e Ignacio Urquizu, profesor de Sociología en la Universidad
Complutense de Madrid y colaborador de la Fundación Alternativas.
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