miércoles, enero 24, 2007

Las noches de viento abro bien los ojos y escucho


Acostado cerca del tejado escucho con temor y en silencio como el viento libera espíritus que quedaron atrapados entre mil objetos la última vez que los arrastró hasta aquí el mismo viento.
Los espíritus, lanzados repentinamente al vacío en medio de la oscuridad más tenebrosa, chocan enloquecidos contra todas esas cosas que ha inventado el hombre y que se interponen en su afán viajero.
Arrastrados así todos ellos por el viento, otros vienen de nuevo a chocar contra los cristales de las ventanas, que empujan con ímpetu, como queriéndose salvar de una fuerza que les domina y sus aullidos de dolor, al verse atrapados de nuevo, en toda la noche cesan.
Grúas que crujen, macetas que caen, antenas que gimen, árboles que se mecen. Son otros espíritus que, prisioneros de nuevo, reanudan un proceso sin fin, tan largo como el tiempo.

Cuando amanece intento imaginar a todos esos pobres diablillos que han quedado atrapados sin remedio.¿Cómo serán los nuevos compañeros?


¿Qué tal mi pequeño poema? No hay como tener fiebre por la noche. Los molinos del espíritu giran sin cesar y los pensamientos flotan en silencio y liberados de control, bailan a sus anchas, como alumnos sin profesor, generando historias sinfin. Cuando me despierto después de una noche así, podría escribir novelas.

Parece que, por fin, el gripazo entra en su fase final y los virus empiezan a tocar retirada eligiendo en su huida zonas vírgenes del cuerpo. Ganas de crispar al prójimo. ¿Serán virusCOPE?
Triste sino el mío que cada vez que logro alcanzar una forma física un poco aceptable aparece algo repentinamente que lo estropea. Y vuelta a empezar. Sísifo y yo ya somos buenos amigos.
El gripazo ha sido de órdago y llevará días poner el cuerpo a punto de nuevo. Hoy al menos ya parece que empiezo a estar otra vez en el mundo.


(La imagen es de Sísifo que, como castigo por revelar los designios de los Dioses a los humanos, fue condenado toda la eternidad a empujar una piedra enorme cuesta arriba por una ladera empinada, pero antes de que alcanzase la cima de la colina la piedra siempre rodaba hacia abajo y tenía que empezar de nuevo desde el principio).

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