Dada la masificación que sufre la ruta normal del Everest no
es de extrañar que pasen cosas como la ocurrida hace pocos días. Dieciséis muertos de una sola tacada son muchos muertos. Ya vimos como también, no hace
mucho, en los Alpes, también ocurría algo parecido.
En este caso los fallecidos son los asalariados mindundis,
mal llamados sherpas. Hay sherpas de altura, los que acompañan a los clientes
hasta la cumbre y hay trabajadores del hielo que se dedican a colocar las cuerdas,
pasarelas y escaleras en el tramo inicial (una cascada de hielo en movimiento) de
esta ascensión por Nepal, que discurre atravesando la base de un glaciar muy
fracturado, el Khumbu.
En las diversas lecturas de ascensiones a esta cumbre
siempre he leído la descripción de los altos torreones de hielo a través de los
cuales se pasaba rezando para que no se cayesen. Y no se caían. Pero con el cambio
climático resulta que se caen y cuando lo hacen la lían, como se puede ver, de
forma impresionante.
Carne de cañón la denomina acertadamente Óscar Gogorza en El
País. Trabajadores que asumen un alto riesgo preparando el camino a los
señoritos que pagan por este trabajo. Ya se sabe que esta labor de preparar la
ruta está subcontratada y que las expediciones pagan su cuota de peaje por
utilizar este servicio. Que curren ellos.
Pánico en las empresas que tienen organizado este negocio.
Solución a la vista: saltarse este primer tramo y subir a la gente con helicóptero
un poco más arriba y situar allí el campo base, donde ya no hay peligro de
derrumbes.
Y si esto es subir al Everest, que baje Dios y lo vea.
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