El jueves fue un día divertido. Para
demostrar que somos un matrimonio bien avenido, nos fuimos, marido y mujer,
cogidos de la manita, a urgencias. Mi tarro no dejaba de dar la lata desde que
me había caído el viernes anterior con la bici y mi santa se había quedado dormida en el sofá
doblada por no donde no corresponde. Total, escáneres y TAC’s por aquí y por allá y al final el mágico VOLTAREN
en el culo para ambos. Hasta en esto nos ponemos de acuerdo.
Nada grave pues y el viernes permiso durante unas horas para ver si la bici y yo seguíamos siendo amigos.
Nada grave pues y el viernes permiso durante unas horas para ver si la bici y yo seguíamos siendo amigos.
¡Y como funcionó! Me subí la Collada
de Toses al galope (37 minutos menos que la primera vez que la subí) y ya
puestos me bajé hacia la Cerdanya (¿es doping el Voltarén?).
Mientras bajaba empezaron a
aparecer moteros y más moteros. Tres-cinco-siete, hasta de nueve en nueve. Juro
que flipaba en colores. Al principio pensaba que debía ser algún club de
moteros franceses, pero aquello era demasiado. Todos iban con mochilita a la
espalda, señal que iban a pasar el finde a España. ¿200, 300, 400 motos en total?
Llegué al llano, con Puigcerdà al
fondo y la marea motera no declinó hasta que entré a Francia por Bourg-Madame
(mi primer pase de frontera subido en una bici). Me llegué hasta Llivia, una
divertida isla española dentro de Francia, gracias a uno de los errores que se cometieron
al trazar la frontera hispano-francesa. Aquí desaparecieron los moteros, aunque
el tráfico era abundante.
Tenía previsto desde Llivia subir
a Font-Romeu, pero el calor era sofocante. Media vuelta y de nuevo hacia la
montaña… y los moteros a chorro de nuevo. ¿Alucinaciones? ¿Era aquello real?
Llegué al desvío a la Collada y
opté, acertadamente, por irme por la carretera que pasa por La Molina, y así desaparecieron
los motards, que prefieren las curvas.
Cuando llegué a la estación de La
Molina (que ya supone haber subido medio puerto de la Collada) opté por
llegarme a la estación y ver si había algún tren. Y es que me estaba quedando
frito (eran casi las dos del mediodía).
Penita me dio ver esa gran estación
totalmente vacía. Ni Jefe de Estación. Nada. Un apeadero. Ni máquina de vender
billetes. Siete trenes al día tan solo en una línea que comunica con Francia.
Y profunda emoción. No había
vuelto a coger este tren desde que iba a esquiar jovencito a La Molina y
pillaba un tren en Barcelona a las cinco de la mañana, ¡para llegar a las nueve
a La Molina! Tren eléctrico, vagones infames de madera, pero cantábamos todo el
viaje. Estoy hablando del año 1966 y 1967. ¡Uf!
Llegó el tren puntual, subí la bici a bordo y el billete me lo vendió el
revisor. Cuatro gatos en el tren.
Estuve atento a ese momento emocionante, a la travesía del túnel circular, el
llamado túnel de Cargol de 230 metros de radio que permite que en poco
espacio el tren baje o suba una cota de 80 metros rápidamente.
El
tren hace un círculo completo para ganar altura dentro de la montaña. Una obra
de ingeniería impresionante para la época (empezaron a circular trenes en 1919),
que diseñó (el túnel en concreto) un ingeniero de caminos francés. La historia
es bastante lúgubre, ya que el túnel se empezó por las dos vertientes y debían
encontrarse en una fecha determinada. Pero llegó esa fecha y los días pasaban
sin encontrarse las dos vertientes. El ingeniero francés asumió que había
fracasado y se había equivocado, suicidándose. Pocos días después los dos
extremos se encontraron, con un error insignificante…
Al salir del túnel abrí el bidón
de la bici e hice un brindis a la salud del ingeniero. La moral y la
responsabilidad que imperaba entonces no tiene nada que ver con la actual. Hoy en día hunden empresas y además
exigen una indemnización del carajo.
Había aparcado el coche en la explanada de la estación de Ribes de Freser, así que salí del tren y me fui directo al bar de la estación. Un día (caluroso) estupendo.
Cuando llegué a Barcelona me lo explicaron. El domingo había prueba del campeonato del mundo de motos en Montmeló y los moteros franceses acudieron en procesión…
Había aparcado el coche en la explanada de la estación de Ribes de Freser, así que salí del tren y me fui directo al bar de la estación. Un día (caluroso) estupendo.
Cuando llegué a Barcelona me lo explicaron. El domingo había prueba del campeonato del mundo de motos en Montmeló y los moteros franceses acudieron en procesión…
78,3 km. y 1.523 m. de desnivel acumulado.
La Tossa d'Alp desde Llivia
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