lunes, agosto 27, 2007

Murakami, Haruki


Este mes de julio pasado he descubierto a Haruki Murakami. Este autor, de nacionalidad japonesa, es hijo de un sacerdote budista y de una maestra de literatura japonesa y creció en Kobe. Además de estudiar teatro en la universidad, trabajó en una compañía discográfica y fue propietario de un bar de jazz. Su pasión por todo lo norteamericano le llevó a mudarse a Estados Unidos. Ha sido con Tokio Blues, cuyo título original es Norwegian Wood (1987), cuando Murakami ha saltado a la fama en España. Y este libro no es el mejor. De hecho se ha publicado en nuestro país en el 2005, dieciocho años después de escribirlo.

La primera vocación de Murakami fue el cine, de hecho estudió en la Universidad para ser guionista, pero descubrió demasiado pronto que no tenía nada que escribir. Corría el año 1968, agitado incluso en Japón, y Murakami dejó los estudios. El éxito internacional de su obra le hizo regresar a las aulas, pero ya como profesor. Ha enseñado en la Universidad de Princeton, donde escribió la mayor parte de Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, y en Tufs, y sólo regresó a Japón tras los atentados de gas en el metro de Tokio de 1995. También ha traducido al japonés a escritores norteamericanos como Scott Fitzgerald, John Irving o Carver.

Por lo tanto no he descubierto a Murakami a través de Tokio Blues. Lo he hecho leyendo Kafka en la orilla y después ha seguido (mercado y crítica obligan) Tokio Blues. Tengo para leer más libros de él. Angie se ha leído (Rodrigo Fresán dice que es una astuta reformulación de Casablanca) la magnífica Al sur de la frontera, al oeste del sol y yo, en cuanto pueda, voy a leer Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, que promete, según criticas leídas, una dosis de buena literatura. Además tengo comprados La caza del carnero salvaje y Sputnik, mi amor.

Murakami tiene una prosa que me gusta. Construye bien los personajes (la mayoría de ellos adolescentes inestables psicológicamente, cuya edad facilita la caída en el pozo al que alude Naoko al comienzo de Tokio Blues y que acaban practicando en esta novela el hobby japonés por excelencia: el suicidio) y quedan grabados en la mente del lector por mucho tiempo, como por ejemplo Kafka, Nataka (personaje totalmente forrestgumpiano), Oshima, Sakura y Saeki en el libro Kafka en la orilla y Naoko, Watanabe, Midori y Reiko en Tokio Blues. Aunque muchas de las historias no son creíbles (no hace falta) atraen la atención del lector desde el primer momento. La imaginación en grado máximo, basada en utilizar fantasías oníricas al límite y la danza entre Eros y Thanatos siempre presente. Esto me encanta.

En Kafka en la orilla asistimos a una sucesión de prodigios inexplicables y a sus más constantes obsesiones. A saber: gatos parlantes, fenómenos naturales nada naturales, el doble como interlocutor (Cuervo), invocaciones pop (el Johnnie Walker de la etiqueta del whisky o del Coronel Sanders de las cajas de pollo frito Kentucky), la herida japonesa siempre abierta de la Segunda Guerra Mundial, el poder curativo de los libros y de las canciones, mujeres maduras y misteriosas (Saeki) y chicas enigmáticas con minifalda (Sakura), la fascinación por Occidente como dimensión alternativa, el jazz como fuerza redentora, soldados espectrales perdidos en un pliegue del espacio-tiempo, un peligroso bosque mágico, y la obligación de superar una serie de pruebas íntimas a la vez que épicas para llevar sano y salvo, pero definitivamente transformado, al otro lado de la muy espesa espesura.

Con este tipo de literatura estás obligado a una entrega absoluta sin cuestionamientos ni prejuicios. Hay que entrar dispuesto a todo al iniciar el libro para salir ganando después. Quien no lo haga está perdido y no podrá disfrutar del libro.

Tokio Blues es un love-story a la japonesa. Cuesta entender como pudo tener un éxito tan salvaje (4 mill. de libros) y convertirse en fenómeno de masas (Murakami acabó yéndose a vivir a EEUU). Las historias de Murakami están llenas de amores correspondidos o no. Pero es que dicen que el libro produce una irrefrenable necesidad de hacer el amor (¿?).

Es transformar el libro en Sagrada Escritura, algo semejante a lo que ocurrió en Estados Unidos con El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger.

Murakami ya tiene imitadores como Banana Yoshimoto. Y naturalmente maestro. Dicen que es Junichiro Tanizaki, que en 1924 escribió Naomi, el hombre y novela a los que tanto les debe. Y sin olvidar a Kawabata.

Murakami sigue escribiendo y tiene varias obras pendientes de traducir al castellano. Tenemos lectura para rato.

Y acabo con una afirmación de Toru Watanabe en Tokio Blues:”no se acaban de comprender las cosas hasta que se las pone por escrito”. Por eso escribo este blog.

Más sobre Murakami en: www.tusquetseditores.com/murakami

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