La primera vocación de Murakami fue el cine, de hecho estudió en
Por lo tanto no he descubierto a Murakami a través de Tokio Blues. Lo he hecho leyendo Kafka en la orilla y después ha seguido (mercado y crítica obligan) Tokio Blues. Tengo para leer más libros de él. Angie se ha leído (Rodrigo Fresán dice que es una astuta reformulación de Casablanca) la magnífica Al sur de la frontera, al oeste del sol y yo, en cuanto pueda, voy a leer Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, que promete, según criticas leídas, una dosis de buena literatura. Además tengo comprados La caza del carnero salvaje y Sputnik, mi amor.
Murakami tiene una prosa que me gusta. Construye bien los personajes (la mayoría de ellos adolescentes inestables psicológicamente, cuya edad facilita la caída en el pozo al que alude Naoko al comienzo de Tokio Blues y que acaban practicando en esta novela el hobby japonés por excelencia: el suicidio) y quedan grabados en la mente del lector por mucho tiempo, como por ejemplo Kafka, Nataka (personaje totalmente forrestgumpiano), Oshima, Sakura y Saeki en el libro Kafka en la orilla y Naoko, Watanabe, Midori y Reiko en Tokio Blues. Aunque muchas de las historias no son creíbles (no hace falta) atraen la atención del lector desde el primer momento. La imaginación en grado máximo, basada en utilizar fantasías oníricas al límite y la danza entre Eros y Thanatos siempre presente. Esto me encanta.
En Kafka en la orilla asistimos a una sucesión de prodigios inexplicables y a sus más constantes obsesiones. A saber: gatos parlantes, fenómenos naturales nada naturales, el doble como interlocutor (Cuervo), invocaciones pop (el Johnnie Walker de la etiqueta del whisky o del Coronel Sanders de las cajas de pollo frito Kentucky), la herida japonesa siempre abierta de
Con este tipo de literatura estás obligado a una entrega absoluta sin cuestionamientos ni prejuicios. Hay que entrar dispuesto a todo al iniciar el libro para salir ganando después. Quien no lo haga está perdido y no podrá disfrutar del libro.
Es transformar el libro en Sagrada Escritura, algo semejante a lo que ocurrió en Estados Unidos con El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger.
Murakami ya tiene imitadores como Banana Yoshimoto. Y naturalmente maestro. Dicen que es Junichiro Tanizaki, que en 1924 escribió Naomi, el hombre y novela a los que tanto les debe. Y sin olvidar a Kawabata.
Murakami sigue escribiendo y tiene varias obras pendientes de traducir al castellano. Tenemos lectura para rato.
Y acabo con una afirmación de Toru Watanabe en Tokio Blues:”no se acaban de comprender las cosas hasta que se las pone por escrito”. Por eso escribo este blog.
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