martes, junio 10, 2014

XIV Puertos de la Ribagorza - Recorrido corto - 2014

Lo del vaso medio lleno o medio vacío. Teniendo en cuenta que el año pasado el vaso quedó completamente vacío, tendría que alegrarme de haber acabado este año la PR. Pero no, no me conformo. 

Lo del vaso medio vacío: solo unos pocos acabaron con peor tiempo y es que esto no es la Treparriscos, ya que la PR Corta tiene más nivel; no es lo mismo 135 km. que 85 km. y los puertos de la PR tienen más porcentaje. 

Pero luego viene el vaso medio lleno: a mi edad no me puedo quejar, ni mucho menos, ya que hay que tener en cuenta que lo mío es una contrareloj individual de 135 km., ya que no chupo rueda de nadie ni loco. Y además, menudo remojón, ¡qué espanto la última hora de la pedalada!

Y recordar lo que decía De Gribaldy: "se dice vamos a jugar al fútbol o a jugar al tenis o al baloncesto, pero nadie ha dicho y nadie dirá, porque no se le entendería, vamos a jugar al ciclismo... al ciclismo no se juega, al ciclismo se pelea, en ciclismo se combate".

Pero vayamos por partes. El miércoles me marché a Graus para ayudar en la medida de lo posible a la organización y echar una mano. Al mismo tiempo por las mañanas me di una vuelta con la bici para estirar las piernas. Pero las fuerzas del mal parecen empeñadas en estropearme esta preciosa fiesta de la bicicleta y así al día siguiente ya empecé a notar lo síntomas de una alergia que fue a más. La primera vez en mi vida que tengo una alergia.

Todo discurrió de maravilla y la organización demostró ser perfecta. Me reí mucho ensobrando los maillots con Martin y el sábado estaba todo a punto. Menos la meteorología. Todos los días había estado lloviendo (y a veces caudalosamente), pero según las previsiones parecía que íbamos a tener una tregua. Puro engaño.

Y llegó el día de desquitarse de lo mal que me fue el año pasado en esta importante marcha (que de marcha no tiene nada) del calendario ciclista español, con la satisfacción de ver que es en Graus.

A las ocho y diez estaba en el cajón preferente (o sea que salíamos por delante), reservado a los socios del Club Ciclista Graus. El año pasado no me enteré e hice el canelo saliendo por detrás. De charreta con (Von) Martin (como iba de naranja a primera fila para la foto y yo a la segunda fila porque iba naranja a medias) y detrás Paster. Nueve grados y un cielo azul intenso. Los momentos previos a la salida son sensacionales.



Hasta las ocho y treinta el ambiente se fue caldeando y se oía rugir a los 2.300 ciclistas que acechaban tras de mí. La Puertos de la Ribagorza Corta se diferencia en mucho de la Treparriscos ya que esta sale separada de la Quebrantahuesos y por lo tanto los superfieras ya no se mezclan con los que optamos a la versión más ligera (dentro de lo que cabe). Pero aquí los superfieras que hacen la variante larga (200 km., cuatro puertos) los tiene mordiéndote el trasero.

Las fuerzas del mal aparecieron de nuevo, enseguida. Ya estaba Paco (Presidente del CCG) solo ante el peligro para dar la salida,  cuando vi en el potenciómetro un aviso de FAIL, lo que quería decir que el inalámbrico que comunica el ordenador con los sensores no recibía señal. Pero ya no había opción para nada; cohete y salida al galope. ¡Qué locura! 

Sin ninguna referencia en cuanto a potencia, velocidad, ritmo cardíaco, etc., entré al trapo (te pasa tanta gente joven y fuerte que quieras o no compites sin darte cuenta) y luego lo pagué muy caro. Llevaba tan solo tres kilómetros de subida al alto de Laguarres cuando me empezaron a aparecer síntomas de calambres ¡cuando nunca tengo calambres durante el ejercicio; no sé lo que es eso! Así que, una de dos, o te paras, o sigues como puedes intentando que la musculatura no explote y se recupere. Y así perdí un tiempo impresionante en una subida lenta y sufrida, algo inhabitual. El problema es que ese puerto me lo he subido en infinidad de ocasiones y tenía claro que subía arrastrándome.

Dejé al pasar el collado aún a varios ciclistas y bajé como una bala hasta llegar a Graus. Trayecto casi en solitario lo que indicaba que iba muy mal en relación al “pelotón”. Pasé por Graus con doce minutos de retraso respecto al año anterior, cuando me caí, indicador de la calamidad horaria.

Por Las Ventas iba alternando con una chica y otros dos colegas que se iban dando relevos (importante esto de ayudarse) cuando vi que venía detrás de mí, pegada como una lapa, una ambulancia con su ronroneo en marcha corta. Subiendo al túnel de Santaliestra ya eran dos. Al cruzar el túnel un voluntario me gritó aquello de que “los últimos serán los primeros”. Me sonó muy mal. Y así todo el rato. Muy sospechoso era que “los fotógrafos de los medios” me iban haciendo fotos y oía decirles “cacho foto la de este”. Luego me enteraría del por qué.

Y al llegar a la fuente de La Ribera, justo bajo la Ermita de Piedad, y en la que tantas veces he bebido (y aún bebo) cuando me iba a dar una vuelta con la bici desde Morillo de Liena, puse pie a tierra y me llené el bidón. Los de la ambulancia pararon y enseguida me preguntaron si tenía problemas. Cuando noté que las dos ambulancias se quedaban paradas esperando pacientemente a que repostara, aquello me olió a chamusquina. Pero una vez llenado el bidón, al subir de nuevo a la bici se me ocurrió mirar hacia atrás. ¡Tierra trágame! grité para mis adentros. Allí estaban las dos ambulancias, dos motoristas de la Guardia Civil, todos parados observando con santa paciencia como llenaba el bidón… y detrás dos mil coches que subían en fila india (carretera cerrada) siguiendo mi paso ¡y llevaban ya así diez kilómetros! (supongo que alguno, si me pilla, me habría asesinado sin más). Para más INRI una de las dos ambulancias llevaba una pegatina verde muy grande que decía: “Donación de la Obra Social de Caja Madrid”. Sin comentarios.

Me entró una angustia tremenda y le solté al cabo de la Guardia Civil la pregunta del millón: 

-  "¿No seré el último?"
- "Pues sí", me contestó.
- "Es que hoy voy mal, no sé qué me pasa", repliqué.
Y me contestó raudo y veloz: “el año que viene irá usted mejor”, toda una invitación a tirar la toalla. 

Pensaba que me iba a descalificar, pero al mismo tiempo, al ver que proseguía después de llenar el bidón, me animó, diciéndome (obviamente ya lo sabía) que quedaban cinco kilómetros hasta Campo donde yo ya adivinaba que al salir de la carretera que va a Benasque, y dirigirme hacia el Isabena por el puerto de Villacarli, acabaría el acoso y me dejarían tranquilo.

Y así fue. Pasé por Morillo saludando a los abarcudos que con más moral que el Alcoyano aún estaban en la carretera dispuestos a ver hasta el último mohicano en bicicleta (que era un servidor), y entrando en Campo ya no me siguió nadie y empecé la subida al puerto feliz y tranquilo, mientras caían las primeras gotas, ya que se había puesto muy, pero que muy negro. La angustia que acababa de pasar había sido monumental. Decía el gran ciclista y director deportivo francés, Cyrille Guimard, en sus memorias, que “aunque sin exagerar, los problemas físicos no generan necesariamente angustia psicológica”. Pues totalmente equivocado este señor. Ir así no hace feliz a nadie. Es demoledor.

Puerto muy duro (aunque corto) el de Villlacarli ya que la nueva carretera sube sin contemplaciones. Las carreteras modernas no saben nada de trazar lazadas. Y aquí vino lo sorprendente. Si yo era el último, ¿cómo podía ser que aparecieran unos cuantos por detrás de mí? Misterio aún sin resolver.
Subí charlando con un Zaragozano que iba atrancado. Un consuelo momentáneo ver a otros que van peor. Pasaron dos que iban empujando a un colega; lo llevaban en el medio y con una mano en el sillín lo iban remolcando. ¡Lo que hay que ver!

A medida que ganábamos altura el tiempo se ponía bien feo. Paré en el avituallamiento que había cerca de coronar el puerto (agua y Coca-Cola) y les dije a las mujeres voluntarias que allí estaban que ni la Virgen de Serrate me iba a librar del desastre que se avecinaba (muchas risas). Poco después iniciaba el descenso. Era el momento de recuperar horario descendiendo a saco.

Pero mi gozo en un pozo. Las fuerzas del mal estaban acechando para convertir la jornada en una prueba muy dura. Nada más empezar a bajar llegó el diluvio. ¡Cómo llovía! Así que a frenar y salvar los papeles, ya que no era cuestión de repetir el éxito del año pasado e irme de nuevo a la Cruz Roja.

Una holandesa (que iba con otros tres colegas) me pasó a toda leche. ¡Olé sus ovarios! Al llegar al final del puerto, cuando entras ya en el cauce del Isabena, hubo reagrupamiento y por un momento tuvimos una pausa en la lluvia. Puro embeleco ya que seguía muy negro. Llegando a Lascuarre se veía una enorme cortina de agua en todo el fondo del valle. No había escapatoria: íbamos a tener agua (y granizo) hasta la misma meta. La experiencia del granizo bombardeando el casco era nueva. ¡Brutal!

Muy duro, durísimo. Fui acompañado un rato por tres colegas, y al final, en Capella, me volví a quedar solo, aunque con los tres muy cerca, a la vista. Bueno, esto ya estaba hecho. Era una esponja sobre ruedas, y con gafas de sol lo único que me guiaba en la oscuridad reinante (¡y era mediodía!) era la línea blanca de la carretera (había que tener cuidado ya que el lado opuesto ya estaba abierto al tráfico, por donde circulaban coches con las luces encendidas).

Al llegar, al final, me desviaron por el polígono de Fabardo para que los de la Corta llegaran por el mismo sitio que los de la Larga, procedentes de Castejón. Ahí me volvió a alcanzar la agobiante ambulancia y un motorista de la Benemérita tuvo el detalle de acercarse a mi lado y animarme, diciéndome que solo me faltaba un kilómetro. Yo creo que sufrían más ellos que nosotros de vernos en esas condiciones (no veas la de agua que había en la carretera, una auténtica piscina). Podía haber esprintado y pasado a los tres que me precedían, pero habría quedado feo y entramos juntos en el mismo tiempo. ¡Deseaba no ser el último!, lo que al final no ocurrió y algunos llegaron más tarde. Dos de los tres que me precedían eran padre e hijo, y claro, el padre había chupado rueda toda la kilometrada. No hay como tener un hijo ciclista y generoso.

En medio de una negrura impresionante atravesé el puente sobre el Ésera y encaré hacia la meta muy emocionado (mentiría si no lo dijese), recordando aquellos tiempos de chaval que recorría exactamente este tramo en bici después de haberme dado un baño en el Ésera. Cincuenta años después aquí estaba pedaleando contra los elementos. Y llego el momento del vaso medio lleno al acabar la prueba, en medio de un caos de paraguas y chubasqueros. Las familias y amigos de los pedaleantes se habían refugiado en los porches de las casas cercanas. Allí estaba, bien remojada, la hermana de Jorge Torres, Ana, retirando los chips que llevamos todos encima para el control horario. A esta chica habría que hacerle un monumento porque estoy seguro de que entre los muchos voluntarios es la que más curró de largo.

Y tiritando llegué a casa. No hizo falta ducha. Comida caliente y a acabar de recuperar la temperatura corporal en una buena cama.

Graus 31 de mayo de 2014



Nota: Vistos los horarios previstos de cierre de carreteras y la hora por la que pasé por Graus es evidente que poco después de atravesar el pueblo la Guardia Civil aplicó el programa previsto y los que venían detrás supongo que quedaron descalificados. Es la única explicación a que de repente yo me encontrase cerrando la marcha. Toda una experiencia.

El año pasado, diez días después de caerme hice este recorrido en 5h 48’. Este año, si descuento las paradas, estaría en seis horas justas. Son doce minutos de diferencia que son los que llevaba de retraso al pasar por Graus. Podría haber repetido ese tiempo de haber podido bajar de Villacarli rápido y haber tenido buen tiempo hasta Graus. Y si alguien me corta el viento un rato algún día…

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